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jueves, marzo 28, 2024
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Mi otro yo ****

Mi otro yo ****Mi otro yo, Isabel Coixet le da un punto maduro y muy inquietante al cine de terror.

El tema del doble, clásico de la literatura y el cine fantástico encuentra una manera más madura de desarrollo en esta interesantísima propuesta de cine de género de una directora a la que quizá muchos no relacionen con este tipo de película pero que con Mi otro yo demuestra su control y afecto por las claves del mismo, al mismo tiempo que les da otra vuelta de tuerca para llevarlas a su terreno como autora. Ese toque de autora es el que le permite hacer con esta película una de las mejores definiciones del género de terror en su forma más cercana a la historia gótica y el relato de fantasmas: “Es un poco raro y triste”. Esa definición está en el diálogo de uno de los personajes, pero también en las imágenes que se van acumulando en la pantalla para contarnos está fábula que como lo buenos clásicos del género es más inquietante que impactante, y tiene una curiosa habilidad para plasmar en sus imágenes el paisaje de la tierra de nadie que separa el mundo material de lo inmaterial, algo que que me ha recordado lo que hiciera Carl Theodor Dreyer en su baile con el crepúsculo fantasmagórico en Vampyr.




Lo mejor de la película es que esa propuesta de historia de apariciones y dobles, de sombras y amenazas, que arranca con una escena al mismo tiempo terrible e inquietante que se queda grabada a fuego como advertencia en la mente del espectador y siembra de ominosa anticipación el resto del relato, se combina con elementos de drama cotidiano que prestan mayor verosimilitud y solvencia al relato fantástico propiamente dicho. Así, habitada por personas, más que por personajes, lo cual responde al todo el cine que ya conocemos de Isabel Coixet, y conteniendo situaciones dramáticas perfectamente creíbles que imponen un primer nivel de lectura del relato desde lo cercano, puede internarse con paso más firme en la construcción de un juego con lo inquietante que es más sólido de lo habitual en este tipo de propuestas. Esa convivencia de lo real con lo irreal es una de las mejores bazas explotadas por la directora. Lo material y lo intangible se cruzan no sólo en el relato fantástico propiamente dicho, sino también en la parte más dramática y, por decirlo así, “real” de la historia. Tal y como ocurre en Macbeth, la obra de Shakespeare que la película toma como referencia y trasfondo, representada por la protagonista. Vemos e incluso tocamos con los ojos la soledad del padre enfermo, pero también la de la madre incapaz de enfrentarse a la tragedia sin tomar un postrero atajo para escapar de la tristeza.

Coixet ha sabido identificar el importante papel que juegan el espacio y el tiempo en el cine fantástico de terror. Así, la película se también interesante por los distintos espacios que marcan la historia: los espacios de soledad de la madre y el padre, el espacio de soledad de la hija, y el juego de contrastes entre el espacio de felicidad asociado al paisaje de la playa y la luz del día más brillante, y el espacio de terror, de manifestación de lo inquietante, asociado a ese espacio del túnel o pasadizo, tocado por esa primera escena de violencia atroz que nos deja la huella del miedo por anticipación durante toda la película, y porque allí es donde se producen los encuentros más significativos con lo sobrenatural.

En cuanto al tiempo, Coixet juega con él desde el principio porque el tiempo en la frontera de lo tangible con lo intangible es un concepto muy relativo y poco sujeto a lo convencional. Así abre con la escena del túnel que parece convertir el resto del relato en un flashback, pero luego elije el camino menos previsible y tiene el valor de renunciar a darnos la imagen final que esperamos, que nos ha sido prometida, escapando así al tópico y a lo más obvio. También juega con el tiempo en la secuencia de encuentro de la protagonista con el chico en su habitación, que se prolonga más allá de lo que prescribe la acción en paralelo con los padres en el hospital recibiendo los resultados, convirtiendo así el encuentro de los amantes en una especie de paréntesis que los aísla del resto de la realidad. Y finalmente la directora completa su relato con elegancia acercándonos al tiempo y el espacio de Macbeth, una obra en la que reina la violencia real amamantada por lo sobrenatural.

Miguel Juan Payán

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