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lunes, abril 29, 2024
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Moneyball, Rompiendo las Reglas ****

moneyball

Cine deportivo con un intenso guión que aprovecha a unos actores en estado de gracia. MOneyball nos ofrece una experiencia que va más allá de conocer o descubrir una gesta épica de un equipo de baseball, que también, para centrarse en una lucha entre intuición y matemáticas, entre cabeza y corazón, que lleva al espectador a un complejo viaje al corazón de un deporte que en España nos es casi desconocido, pero que en USA es el deporte rey. Y lo más importante, nos lleva al corazón de unos personajes que se mueven por un mundo tan intenso como peculiar.

Quizá la mayor virtud de la película sea su enorme y complejo guión. Juntar a dos talentos como Steve Zaillian y Aaron Sorkin no tiene mucho mérito en sí. Es de cajón de sastre que cuando uno mezcla a los que posiblemente sean dos de los mejores (si no los mejores) guionistas de cine y televisión del momento, en un proyecto a cuatro manos, es más que posible que el resultado final sea una pequeña joya, al menos en lo que a guión se refiere. Pero, claro, aquí no todo está inventado ni existen fórmulas infalibles, y también podía haber resultado de la colaboración de estos dos enormes talentos, un embrollo enorme de proporciones galácticas. Es un riesgo aunque parezca sencillo sumar la capacidad de ambos para escribir un excelente guión. Vamos, que podía haberles salido el tiro por la culata.

Pero mira por donde que no, que la cosa sale como se supone que tendría que salir y el guión queda redondo e inmaculado, perfecto a la hora de adaptar lo que se suponía que era un libro inadaptable, con el mismo título que la película, y que se centraba en la economía de los débiles y cómo un equipo con un presupuesto tan reducido se había convertido en un equipo ganador debido a las estadísticas. Y si logra convencer en esa complicada adaptación es porque la historia no sólo se centra en ese equipo de baseball, los Athletics de Oklahoma, sino en la gente, en las personas que movieron esa historia, que creyeron en el proyecto y que contra viento y marea se empecinaron en su viabilidad. Dejando de lado la intuición y el corazón, dejándose guiar por matemáticas y estadísticas. Intentando cambiar el juego desde dentro.

Eso sí, empezando por lo menos bueno de la película, su complejidad y ambición y el tema que trata pueden hacerla de muy difícil acceso no sólo para aquellos que desconocen el deporte, sino incluso para aquellos que conociéndolo no estén muy interesados en cifras, traspasos y estadísticas. Porque baseball, lo que es baseball, en la película vemos más bien poco. Aunque tenemos el clásico partido épico en el que se consigue parte de un sueño, aquí estableciendo un récord de victorias, la mayor parte de la película tenemos como protagonista la historia que sucede tras los focos del campo, la gente que mueve el negocio, con el mánager interpretado por Brad Pitt a la cabeza. No es fácil entrar en Moneyball y no es fácil comprender todo lo que está pasando en las oficinas y despachos, ni mucho menos cuando empiezan a hablar de números y porcentajes o cuando empiezan a intercambiar jugadores. La escena de Pitt a mitad de temporada haciendo malabares para obtener al jugador que quiere, pese a su genialidad, es complicada de seguir, entre otras cosas porque se aplica el sistema de diálogos de Sorkin a velocidad de relámpago a una conversación telefónica a tres bandas.

Entre ese caos de complejidad, sale vencedor un enorme Brad Pitt, alejado de tanta posturita y tanta sonrisa, aunque aún le quedan algunos tics que pulir (lo del personaje comiendo es algo que hereda desde Ocean’s Eleven), pero que aquí se bebe su personaje para que disfrutemos de la fuerza de una persona muy particular, algo egoísta, algo ensimismada con su trabajo y sus manías, como nunca ver los partidos en el campo o no entablar relaciones con sus jugadores. Lo mejor es la capacidad del actor para empatizar con el espectador con una mirada, como cuando su hija canta para él. De todos modos si el guión es importante, la presencia de Pitt lo es tanto o más.

Sucede algo parecido con Jonah Hill, que se mete en la piel de un tipo tímido y apocado, genio de los números, con una forma de enfocar la vida y el trabajo muy diferente de la del personaje de Pitt. A veces alivio cómico, cuando el actor debe dar en la mesa un puñetazo dramático lo da con una fuerza que muchos no esperarían de alguien como Hill. Si  les sumamos la presencia de nombres como Robin Wright o Phillip Seymour Hoffman, siempre sensacionales, nos queda un reparto que sabe aprovechar a la perfección el guión brillante sobre el que trabajan.

También merece ser destacada la puesta en escena, la elegancia de la misma, lo bien enlazados que están los flashbacks y lo mucho que ayudan a entender al personaje de Brad Pitt desde su juventud. La mezcla de imágenes reales y película, o el uso de la radio y sus comentaristas como un personaje más dentro de la película. Basta ver la escena en la que vemos cómo descuelgan las imágenes de las estrellas que se han marchado del equipo, que casi engloba todas esas virtudes.

Puede tirar un poco para atrás una película como esta, sobre todo si nos importa bien poco el deporte en general y el baseball en particular. Pero para los fans de su estrella y para aquellos que quieran disfrutar de un gran guión, deberían dejar de lado cualquier prejuicio y lanzarse a ver una película tan buena como Moneyball, que incluso con su duración de más de dos horas, no aburre en ningún instante. Cine deportivo, sí, pero de calidad. De mucha calidad.

Jesús Usero

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