Una de las mejores películas del año. Nebraska engloba todo lo que el buen cine, el gran cine, debería ser. Una película emotiva, honesta, divertida, llena de vida y de belleza, que obtiene de sus actores, ya sean principales o secundarios, interpretaciones dignas de Oscar, como demuestra la nominación obtenida por Bruce Dern, que está enorme en la piel del peculiar protagonista de esta historia, que no es ni drama ni comedia, sino todo lo contrario. Una película de obligatorio visionado para cualquiera que se considere cinéfilo y que tiene en algunas de sus imágenes algunos de los mejores momentos que el cine nos ha dado en mucho tiempo. Más que justa nominada a los Oscars y, si ganase alguno, tampoco pasaría nada. Aunque hay ballenas blancas demasiado grandes a las que enfrentarse como para conseguir rascar algo.
El cine de Alexander Payne siempre me ha gustado y mucho. Sus historias humanas, cercanas pese a lo peculiar de sus personajes o de sus localizaciones, siempre me han llegado. Y desde Election a Entre Copas o Los Descendientes, creo que ha ido mejorando, ampliando el rango de emociones que sabe tocar y alcanzar, consiguiendo que el público se pueda identificar cada vez más con sus personajes y sus historias, muchas veces pequeñas, de esas que no llenan salas de cine, pero en otros casos, quizá demasiado puntuales, películas que consiguen no sólo el reconocimiento de la crítica, sino el favor del público. Es una lástima que en el caso de Nebraska, que posiblemente es su mejor película, no esté recibiendo la misma repercusión en la taquilla que su película anterior, por ejemplo, Los Descendientes, muy divertida, muy humana, pero inferior a ésta.
Porque Nebraska es una película casi redonda que nos cuenta la historia de un anciano, alcohólico, testarudo y quizá con un principio de demencia senil, que se obsesiona con un supuesto premio de 1 millón de dólares que se supone ha recibido, en realidad una de esas publicidades engañosas para conseguir que te suscribas a una revista. Pero él está dispuesto a recorrer andando si hace falta, los más de 1000 kilómetros que le separan de su premio. Uno de sus hijos le acompañará al fin, tratando de reconectar con su padre en el camino, algo complicado por la situación y el carácter del anciano. Pero será un viaje enorme, maravilloso, que le llevará a pasar por su antiguo hogar, un pueblo en el que vive parte de su familia y su pasado, que a veces no está tan claro como parece en la mente de un hombre que nunca hizo nada especialmente bien, excepto beber. No ha sido un buen padre, ni un buen marido, ni ha destacado particularmente en nada. Y ese millón de dólares podría cambiarlo todo. O eso cree él. Que se obsesiona de tal modo que arrastra a su familia y a todo un pueblo en su particular cruzada. Aunque, quién sabe, los locos pueden ser los demás, quizá él sea el único que ve las cosas con claridad.
Alguna vez ya se ha asomado a estas páginas la figura de mi abuelo y en Nebraska está más que justificado que vuelva a hacerlo. Más que nada porque con 96 años y demencia senil, la figura del personaje interpretado por Bruce Dern se le parece demasiado. Y en lugar de hacer un drama de ello, en lugar de contar una historia triste y sombría, Payne junto al guionista Bob Nelson, optan por mostrarnos una historia divertida, con sus momentos dramáticos pero con mucho humor. Para quienes vivimos el lento adiós de nuestros seres queridos, como mi abuelo, la película es el mejor de los homenajes y la muestra más real y humilde que uno puede encontrarse. La fotografía en blanco y negro añade un tono poético y casi de sueño a la historia que nos cuentan. Como si no terminase de ser real y añadiese un tono onírico, propio de la mente del protagonista. Pero además transmite con mayor fuerza una historia atemporal, y pone notas curiosas en nuestra mente, como esa tienda de electrodomésticos de última generación en la que trabaja el hijo de Bruce Dern, interpretado por Will Forte.
Esa es otra de las grandes bazas de la película, su enorme reparto. Forte es un ejemplo de ello, como lo son Stacy Keach, June Squibb (ojo a su personaje y cómo pasa de estereotipo a matriarca líder de la familia) o Bob Odenkirk. Sensacionales todos, cuidando cada detalle de sus personajes, cada aliento que les da vida. Pero, por encima de todo, un maestro como Bruce Dern, que debería ganar el Oscar aunque no vaya a hacerlo, en una lección de cine llena de matices, sutil, maravillosa… desde la forma de andar y la postura del personaje a sus miradas, su tono de voz, su forma de no escuchar cuando le hablan… la honestidad del personaje y de la interpretación elevan la película a la categoría de arte. Sin aspavientos, sin melodramas innecesarios. Dejándose llevar por lo mucho que tiene que contar, lo mucho de lo que se arrepiente, lo mucho que le cuesta recordar.
La película es una historia de redención, una carta de amor entre padres e hijos, para nada perfectos, pero tampoco cargados de dramas innecesarios. Con mucha ternura pero sin babas, con mucho momento inolvidable (el momento dentadura, la comida familiar, la crueldad en el bar, la explicación de para qué necesita el dinero, la resolución final…). Todo, absolutamente todo en la película nos lleva a esta pequeña historia rural, drama generacional o comedia costumbrista. Porque el humor es imprescindible para entender, aceptar y superar el pasado. Hay sonrisas y carcajadas, con su cinismo, su tranquilidad y más de un momento… surrealista (la pelea entre primos, el robo del compresor que es hilarante…). En resumidas cuentas tenemos una película que recuerda bastante a Una Historia Verdadera, de David Lynch, pero que lleva todo un paso más allá todavía, con mucha comprensión de lo que es el ser humano, de cómo funciona y de qué nos mueve realmente. La familia, el perdón, el miedo, la soledad o la esperanza. Una obra maestra.
Jesús Usero
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