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No tengas miedo *****

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No tengas miedo es una película necesaria y es una suerte para los espectadores que quien se ha encargado de este asunto sea Montxo Armendáriz, uno de los directores españoles que más respeta al público sin perderle el respeto a su historia y a sus personajes. Digo que es una suerte porque lo que en otras manos más inclinadas hacia la explotación comercial más salvaje podría haberse convertido en  un espectáculo morboso y desagradable, y caso de caer en el territorio del cine de autor más gafapasta y panfletario podría haber sido víctima de una mala concepción de la autoría consistente en fabricar discursos de púlpito bastante plastas, en el seno del cine de Armendáriz (si alguien duda de mis palabras, lo tiene fácil: que se revise la filmografía de este director) se convierte en una película completa que atiende tanto a la necesidad de comunicarse con el público de forma amena y capaz, sin desvaríos morbosos innecesarios, con una sinceridad a la hora de tratar el peliagudo asunto que  hace que vivamos durante hora y media su trama junto a su protagonista.

No tengas miedo está construida desde la cercanía a los personajes y las situaciones que aborda, con un escrupuloso respeto por el íntimo dolor y la angustia de los afectados, pero como digo sin subirse al púlpito de la condena apresurada y adicta a la patibularia reclamación de justicia social, castraciones multitudinarias y otras lindezas que suelen salir por algunas bocas cuando lo más incivilizado de nuestra naturaleza se da cita con el miedo a quedarnos cortos en la reacción ante tamaños desmanes.

No tengas miedo es un ejercicio ejemplar de pragmatismo y equilibrio en el tratamiento de un tema que no debe quedar oculto tras falsas declaraciones de inocencia o virtud ni debe permanecer latente y sin destapar ya mismo con el pretexto del tabú sexual que tanto y tan mal suele funcionar en nuestra cultura.

El tema de los abusos sexuales a la infancia y en el seno de la propia familia es, según los artífices de la propia película, más abundante y serio de lo que podemos pensarnos, y aquí la película es suficientemente astuta como para poner sobre la mesa el asunto dejando claro que detrás de toda persona que haya sufrido este tipo de abuso hay un abusador, pero también una sociedad, amigos, compañeros, otros familiares, la sociedad en suma, que no se ha enterado de nada, o en algunos casos no ha querido darse por enterada de nada.

Montxo Armendáriz renuncia a la satanización de los abusadores y sin embargo elabora su trama con singular pericia sobre los abusados, haciendo que, como no podía ser de otro modo, sean los verdaderos protagonistas de la misma. Las víctimas son lo más importante en este tema y lógicamente también lo son de la película. En ese sentido el director ha mostrado una capacidad de comprensión del tema que aborda que ya solo por eso justificaría calificar su película como una de las más importantes del año entre las que se producen en España, y a estas alturas del estreno en cartelera, la más seria, sólida, solvente y madura propuesta del cine español que ha llegado a la cartelera en 2011. Y como digo, teniendo en cuenta al público, sin caer en la trampa de falsas polémicas, y con la elegancia y pragmatismo en el tratamiento de la historia que siempre ha distinguido a su director, sin duda uno de los mejor capacitados para llegar al espectador sin falsas apariencias, ni adornos fatuos, ni trucos comerciales.

Armendáriz llega hasta nosotros con esta película desde una aproximación al tema escrupulosamente bien concebida, pero sin perder la naturalidad y la verosimilitud. Algunas de las escenas de su película, si no todas, son simplemente trozos de vida, y créanme que esa magia de la vida manifestándose en la pantalla es el condimento esencial del gran cine, del mejor cine, del cine que te llevas a casa en la memoria cuando sales de la sala en la que se proyectó la película.

Naturalmente para eso no solo el director ha de estar afinado y trabajar con talento el material del que parte, como digo en esta ocasión particularmente peliagudo y difícil, sino que además los actores tienen que hacer mucho más que cumplir: han de alcanzar un cierto estado de gracia como el que sin duda ha alcanzado Michelle Jenner en esta ocasión. Los actores deben ser capaces de decirlo todo con una mirada, un gesto, un caminar cansado por una calle arrastrando un pesado instrumento musical en la espalda que refuerza su frágil vulnerabilidad sin debilitarla como personaje, antes al contrario, aportándole más fuerza. Jenner pide un café en la película y el alma se nos cae el suelo de angustia pensando en su angustia, e inevitablemente consigue llevarnos de la mano por su drama sin falsas lágrimas ni excesos, sin innecesarios alardes melodramáticos, sin cargar las tintas en ningún momento, pero con un talento, una solvencia y una economía interpretativa para construir el personaje que no vemos con facilidad ante las cámaras en estos días.

Además Jenner está rodeada de compañeros igualmente competentes, con un Lluís Homar y una Belén Rueda que construyen junto a ella trozos de vida en la película, o unos Rubén Ochandiano, Nuria Gago y Javier Pereira, que desde su incapacidad para llegar a descubrir todo el problema que la rodea nos representan a todos con magistral solvencia en la pantalla. En esta historia se da además la curiosa circunstancia de que hay una clara protagonista, pero ninguno de los actores que la acompañan en este viaje es simplemente un secundario, precisamente porque nos representan de un modo u otro como miembros de esa sociedad que mira pero no llega a ver lo que está ocurriendo realmente. Un ejemplo de ello sería el personaje de la doctora interpretado por Cristina Plaza, que tiene un papel protagonista en el momento en que se rasga el velo y la realidad empieza a salir a flote por encima de la impostación, el falseamiento, el miedo y el tabú que rodea el drama vivido por la protagonista. Todo ese proceso es tratado por Jenner, Plaza y el propio director con una naturalidad y proximidad que desarma como si más que ver una reconstrucción dramática de situaciones similares estuviéramos mirando un pedazo de vida arrancada a la realidad. La propuesta funciona porque los actores son como herramientas bien afiladas que ayudan al director a cortar esos pedazos de vida y ponerlos en la pantalla prescindiendo de todo exceso melodramático.

No tengas miedo puede verse además no solo como un drama, sino también como una película de intriga, porque con su tratamiento del asunto, construido sobre casos reales en el guión de Armendáriz y María Laura Gargarella, contiene además una tensión que va creciendo en torno al personaje central en un amplio arco cronológico que se inicia en la infancia, prosigue en la adolescencia bien servido por equivalentes más jóvenes de Jenner, y finalmente alcanza su punto de ebullición dramática ya en los primeros pasos de la edad adulta y en esa genial secuencia de madre e hija en el restaurante, un punto de inflexión modélico a estudiar en las escuelas de cine.

En resumen: una gran película y además una película necesaria, porque para empezar las víctimas deben dejar de sentirse culpables…

Miguel Juan Payán

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