Crítica de la película Oblivion
Una propuesta interesante de ciencia ficción, visualmente de calidad pero con menos acción de la prevista en el tráiler.
Imaginen que la secuencia final de El planeta de los simios, con Charlton Heston frente a la Estatua de la Libertad, puede prolongarse durante unos 130 minutos de metraje y tendrán la clave visual que preside Oblivion. Esta nueva incursión de Tom Cruise en el género de ciencia ficción me ha recordado muchos de los elementos que presidieron la clásica e imprescindible trilogía protagonizada por Charlton Heston en este género: El planeta de los simios (1968), El último hombre… vivo (1971) y Soylent Green, cuando el destino nos alcance (1973). Su argumento me ha recordado también las fantasías paranoides de Philip K. Dick que envuelven al personaje protagonista como una especie de manto de incógnitas y revelaciones. Me gusta que esta fábula de ciencia ficción se centre más en los personajes y en sus conflictos personales que en el despliegue de efectos visuales o secuencias de acción trepidante. Tiene momentos de acción y el despliegue del paisaje como protagonista de la historia es espectacular. Tan espectacular que recomiendo a los espectadores que intenten disfrutar de este paseo por las ruinas de la Tierra en la pantalla más grande que les sea posible, para sacarle el máximo de rendimiento. Pero la acción con los temibles drones (¿una reflexión sobre la frialdad asesina de la guerra electrónica y a distancia de las superpotencias frente a enemigos más débiles en lo referido a su industria armamentística?), las persecuciones y los disparos no son la parte más interesante ni abundan tanto en la película como podría deducirse viendo el tráiler. Creo que eso puede despistar a algunos espectadores, así que me merece la pena aclararlo. La ciencia ficción que nos propone Oblivion está lejos de los espectáculos de acción continua. Su espectáculo está en el conflicto entre los personajes y en una reposada exposición de su argumento que se toma su tiempo para ir desvelando las claves del mismo, de manera que el ritmo no es el frenético a que podríamos aspirar si viéramos películas como La guerra de los mundos o Minority Report, protagonizadas también por Tom Cruise.
Lo más interesante de Oblivion es que la odisea del héroe se desarrolle al estilo de esas fábulas de Philip K. Dick en las que el protagonista se va descubriendo a sí mismo a través de su viaje por el ruinoso paisaje futurista que le rodea y las relaciones con las dos co-protagonistas femeninas de la película. La trama que se nos cuenta bien podría ser la versión más adulta y menos trepidante del argumento de Desafío total: nuevamente un operario de nivel medio que se dedica a reparar herramientas averiadas tiene sueños y aspiraciones que no quedan satisfechas con su vida diaria con la cónyuge con la que convive. Los sueños están asociados a otra fémina que es el puente hacia una revelación, quizá onírica o quizá real, sobre la verdadera identidad del héroe y le revelan su papel esencial en un esquema de las cosas de escala muy superior a sus aventuras como reparador de mecanismos defectuosos. Si a todo ello le añaden un planteamiento visual de futurismo en la torre de vigilancia que habita el protagonista junto con su compañera que me ha recordado el de clásicos del género de ciencia ficción como Fahrenheit 451 de François Truffaut, la primera versión de Rollerball dirigida por Norman Jewison, THX 1138 de George Lucas o Solaris de Andrei Tarkovsky, entenderán por qué me parece que debo ponerle cuatro estrellas a esta interesante producción que no obstante tiene algunos puntos débiles que voy a comentar ahora.
El primero es ese final feliz que se impone a la trama y la desvirtúa totalmente, renegando de lo que hemos visto previamente en aproximadamente 120 minutos de proyección. La motivación del héroe es el sacrificio épico en el puente, ante el enemigo, en el momento supremo de su viaje heroico, que ha sido un viaje en el que además se conoce a sí mismo, porque Oblivion incluye unos curiosos elementos de road movie. El héroe se enfrenta a su destino mientras cita la poesía épica de la gesta de Horacio. Pero el final maquillado parece privarle de ese sacrifico. Es un maquillaje cuya torpeza no encaja en el resto del puzle, un cambio innecesario del único desenlace posible para la trama: la muchacha en el césped frente a la casa y el plano del cuadro de la mujer.
El segundo punto débil que destaco es el poco rendimiento que le sacan a los personajes de la resistencia. Morgan Freman está muy bien en su papel, como tiene por costumbre, y junto con Andrea Riseborough en el papel de Victoria, la compañera del protagonista, son lo más sólido del reparto. Pero el personaje de Olga Kurylenko les ha quedado bastante tópico y por otra parte no aprovechan como debieran el personaje interpretado por Nikolaj Coster Waldau, el Matarreyes de la serie Juego de Tronos. En cuanto al trabajo de Tom Cruise tengo que aclarar que en mi opinión es mucho mejor de lo que sus habituales detractores van a permitirse reconocer. Lo cual me lleva de vuelta al comienzo de este artículo, recordando que a Charlton Heston también lo calificaban como inexpresivo en esa trilogía de películas de ciencia ficción que he mencionado, hoy consideradas clásicos del género. Cruise no es uno de mis actores favoritos, pero creo que con este trabajo completa eficazmente su propia trilogía de ciencia ficción, Minority Report, La guerra de los mundos y Oblivion. De las tres, la primera es la más afín y por lo tanto más cómoda para el actor, más cercana al tipo de cine estilo Misión imposible. La segunda es en mi opinión la más floja del trío, un intento fallido. Oblivión sin embargo me parece la más difícil de las tres para el actor, muy alejado en este paisaje de lo que suele ser habitual en su filmografía, y su trabajo me parece bastante convincente.
Finalmente insisto una vez más en que el ritmo de esta película no es el de las fábulas trepidantes de ciencia ficción a que nos tiene acostumbrados el cine más reciente, sino otro muy distinto que debería satisfacer a los aficionados a la literatura de ciencia ficción más que a quienes esperen ver un sucedáneo de Matrix o Las crónicas de Riddick, por poner dos ejemplos que me gustan pero evidentemente juegan en otra liga distinta a la que pertenece Oblivion.
Miguel Juan Payán
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