Crítica de la película Overlord
Evasión divertida y competente. Me lo he pasado como un crío viéndola
Overlord rescata el concepto esencial de cine de entretenimiento bien construido en clave coctelera de fusión de géneros y se desplaza con habilidad por el territorio comanche del homenaje a los géneros de la serie B invirtiendo talento. El propio co-protagonista, el cabo Ford, es un guiño en sí mismo al tipo de fórmula que están desarrollando los creadores de esta película. Hijo de Goldie Hawn y de Kurt Russell, Wyatt Russell es en algunos planos la viva imagen de su padre como estrella de acción de los setenta y ochenta en clásicos de este tipo de cine como 1997: rescate en Nueva York, Golpe en la pequeña China e incluso La cosa, todas ellas dirigidas por John Carpenter.
Lo que todas esas películas nos ofrecían, y nos ofrece también Overlord, es un muy saludable rato de entretenimiento trepidante que disfruta y nos hace disfrutar navegando en una propuesta argumental de fusión de géneros disparatada propia de la serie B metiéndole lenguaje visual, planos y un nivel de inversión superior al que podía contar la serie B. Todo ello añadiendo un cierto tonillo tarantinesco de propina que parece estar guiñando también a Malditos bastardos, o a la serie Hermanos de sangre, pero en versión, nunca mejor dicho, bastarda.
En un momento de empanada y farsa “cultureta” como el que vivimos, donde lo más divertido de la serie B ha sido secuestrado por las modas para convertirse en emblemas de postureo (los “poser” son el mal, los nuevos zombis, no lo duden), me parece extremadamente saludable para la dieta cinematográfica del personal ir al cine simplemente a divertirse y pasar un rato majo viendo cómo se aplican los tópicos del cine bélico cruzados con los tópicos del cine de terror con energía, fluidez narrativa y pinceladas de sentido del humor, festejando el entretenimiento puro y duro. Es lo que hacían precisamente los muy recomendables cómics de género bélico-terror agrupados bajo la cabecera Weird War Tales, que se publicaron entre 1971 y 1983. El lector, y en el caso de Overlord, el espectador, está invitado a volver a desatar su adolescencia perdida con tanto postureo falsario y tanta intelectualización fuera de su charco (vamos a acabar explicando los goles de las estrellas de fútbol con trigonometría, si no lo estamos haciendo ya…) y participar en una misión suicida tras las líneas enemigas en pleno desembarco de Normandía, enfrentándose con los nazis y sus temibles experimentos.
Sobre esa premisa de arranque la película nos mete de lleno en la trama con un arranque trepidante, presenta a sus personajes con fluida sencillez y sin falsos alardes de intentar ser lo que no es, va al grano desde el primer momento y no engaña. Y aunque en su desenlace no consiga romper el cerco del escepticismo de los consumidores más forjados en el disfrute de la casquería disparatada más salvaje, cosa que por otra parte tampoco pretende porque eso no encajaría en la fórmula que se ha propuesto seguir desde el principio, trae de vuelta un aporte esencial de cine setentero y ochentero disparatado produciéndonos desde el principio la gozosa sensación de que en los próximos minutos de metraje que vamos a ver todo es posible.
Miguel Juan Payán
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