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viernes, abril 26, 2024
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Percy Jackson y el mar de los monstruos ***

Percy Jackson y el mar de los monstruos. Mejor que la primera entrega, un buen entretenimiento familiar.

Seamos claros: si tienes hijos o sobrinos y quieres llevarlos al cine esta película es una de las opciones más entretenidas de la cartelera para disfrutar en familia. La típica película para todos los públicos que me recuerda aquellas peripecias mitológicas de mi infancia y primera adolescencia, con monstruos de todo tipo que nos servía en bandeja el gran Ray Harryhausen en películas como Jasón y los argonautas, El viaje fantástico de Simbad o Furia de titanes. Un entretenimiento en toda regla que despliega desde el principio mejor ritmo que su antecesora, acumula momentos de aventuras, enfrentamientos con todo tipo de criaturas mitológicas y una trama de intriga sobre la fórmula de búsqueda del tesoro –el vellocino de oro que perseguía Jasón, precisamente-, que saca el máximo partido a esa curiosa mezcla de mitología griega reciclada con elementos de ciberpunk –la espada desplegable del protagonista, los artilugios de Hermes, el minotauro mecánico-, y tiene el acierto de no intentar ser otra cosa de lo que es desde el principio: pura evasión.

La primera entrega tenía un lastre importante en ese arranque de explicación de quiénes son y de donde vienen los personajes, incorporando el drama de incomunicación con los padres y descubrimiento del papel heroico y el destino mítico del héroe central, pero en esta segunda entrega, liberados de esa necesidad de presentación, los responsables de la película pueden tirarse directamente a la piscina de las aventuras aplicando un planteamiento que en todo momento acierta al componer una narración ligera, sencilla, sin complicaciones ni dramas impostados. Eso es lo mejor de la película: su capacidad para reconocer su propia naturaleza y aceptarla sin intentar ser otra cosa.

La clave del planteamiento de Percy Jackson, tanto en las novelas como en las películas, ha sido siempre la de replicar de algún modo la fórmula de Harry Potter utilizando como campo de juego la modernización de las figuras de la mitología griega y liberando a sus personajes de la carga de drama y tragedia que acompaña a los jóvenes magos de Hogwarts. Naturalmente a la saga de Potter hay que reconocerle sus virtudes como pionera y hasta el momento más completa materialización del reciclaje que se viene aplicando desde hace años en la narrativa para adolescentes, y cuenta entre sus adaptaciones cinematográficas con algunos momentos y películas que me atrevería a calificar de brillantes. Pero si por algo me gustó la primera entrega de Percy Jackson y me ha gustado aún más esta segunda, es porque al contrario que otros intentos de replicar la fórmula y el éxito de las películas de Harry Potter, en todo momento ha sido sincera con su público, no va de original, reconoce y convierte incluso en una de sus herramientas esenciales su naturaleza como fenómeno de réplica de fórmulas precedentes. Festeja su papel como copia de copia. Y de ese modo no tiene pudor alguno en entretenernos. Lo que sí tiene esta saga es una gran habilidad para sacarle el máximo partido a esa ceremonia de reciclaje con poco nuevo y aún menos original a la que estamos asistiendo en las novelas para público adolescente de nuestro tiempo. Para dejarlo más claro: muchos intentan hacer eso mismo y no les sale tan bien, al menos en lo referido a sus traducciones al cine (Los seis signos de la luz, Eragon…). Sospecho que ello se debe a que no intentan replicar sólo la fórmula de corta y pega utilizada con habilidad y máximo rendimiento, pero también con gran personalidad propia en la saga de Harry Potter, sino que en lugar de intentar desarrollar su propia personalidad dentro de la misma, naufragan intentando seguir las huellas a la creación de J.K. Rowling hasta sus últimas consecuencias, organizando así reconstrucciones de ese mismo puzzle de tragedia, filias y fobia juveniles en una vana persecución de la madurez dramática. Eso les resta la flexibilidad y la energía para coger lo que más les conviene  y salir corriendo para jugar con ello y darle vueltas como un gato jugando con un ovillo de lana, que es lo que hace precisamente la colección de novelas y las películas de Percy Jackson, más aún la segunda que la primera.

De manera que sin pretender ser original, Percy Jackson ha encontrado su propio camino para ser más que una simple copia u opúsculo de Harry Potter y, aún más en Percy Jackson y el mar de los monstruos, consigue abrirse su propio camino con un tono ligero. Si me permiten el símil musical, podríamos decir que si las aventuras de Harry Potter son algo así como una ópera en el paisaje de los héroes más populares de la narrativa juvenil,  Percy Jackson se confirma como una muy competente y dignísima opereta y en la línea de tal género teatral se define por su ligereza desinhibida y sus propósitos de sátira o parodia. Ejemplo perfecto de ello es la contribución de Nathan Fillion, protagonista de series como Firefly y Castle, y ese guiño cómplice con el espectador a través del chiste sobre las series que viene a ser como la mirada a cámara que practicaba Maurice Chevalier en las operetas que protagonizaba junto a Jeanette MacDonald en los años treinta. Junto a eso, claro está, hay copia de copia, como ese taxi sobrenatural que recuerda al autobús sobrenatural de la saga de Harry Potter, o esa espada que equivale a la varita, o ese desenlace que juega visualmente con el guiño en torno al desenlace de En busca del arca perdida… y por supuesto el inevitable tema repetido para enganchar a la infancia y la juventud: la persecución de la popularidad y el anhelo de encajar y ser aceptado por el grupo, consiguiendo además el liderado del mismo, que es el equivalente al éxito y la aceptación social del grupo. Pero esa repetición de la repetición, esa copia de la copia, está manejada con un ritmo impecable que no decae en su dosis de aventuras durante todo el relato y no se deja enredar por pretensiones dramáticas que no vienen al caso.

            La película da al espectador lo que le ofrece en su título: un mar de monstruos, una sucesión de secuencias de acción trepidante y aventuras en paisajes mitológicos. De hecho uno de sus aciertos y ventaja frente a la primera película, es que se reduce al máximo la interactuación con el mundo real o la pretensión de que sus personajes e historias estén conectados de algún modo con nuestras vidas cotidianas. Lo fantástico gana así protagonismo frente a las pretensiones de incorporar el drama costumbrista, y de ese modo las aventuras salen reforzadas como propuesta esencial de este producto cuyo objetivo es nada más y nada menos que ser una herramienta de evasión para el espectador.

            No es una tarea tan fácil de conseguir como algunos piensan. Y es sin duda una de las más loables a las que puede aspirar el cine como industria del entretenimiento.

Miguel Juan Payán

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