Crítica de la película Salvajes de Oliver Stone
Buena dirección de Oliver Stone en una clave disparatada que despista y arriesga. Lo mejor: los antagonistas.
Cuidado porque Salvajes viene con sorpresa y doble lectura. No es lo que puede parecer en principio.
El regreso de Oliver Stone a la cartelera siempre es una propuesta interesante para el aficionado al cine. En esta ocasión ese interés queda reforzado porque su película adapta una novela de Don Winslow, escritor de novela policíaca que destaca entre los de su generación por su tratamiento épico del género. Su novela El poder del perro, es una de las mejores que se han publicado en los últimos años sobre el tráfico de drogas y los problemas fronterizos de Méjico y Estados Unidos. La narrativa de Winslow, con su mezcla de historia épica de las organizaciones criminales, tipo El Padrino de Mario Puzo y Francis Coppola, los elementos de corte más informativo del libro-reportaje y la violencia tipo Grupo salvaje de Sam Peckimpah, todo ello envuelto en ecos de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, ofrece numerosos puntos de contacto con la filmografía de Oliver Stone. De ahí el interés de ver cómo resultaba la alianza de ambos en pantalla. Lástima que hayan optado por adaptar Salvajes, que en mi opinión es una obra menor frente a El poder del perro, más propicia a las formas de Stone como director.
El director hace su trabajo con el talento que le conocemos, pero corre el riesgo de despistar a los espectadores elaborando una película que admite dos lecturas. En una lectura más superficial nos deja pensar que su talento se desperdicia contándonos la historia del trío protagonista, poco creíble y poco interesante: O (Blake Lively), Chon (Taylor Kitsch) y Ben (Aaron Taylor-Johnson). Tal y como reconoce el propio guión, son como una versión surfera y baja en calorías de los protagonistas de Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969). Posiblemente si Stone hubiera elegido como referente para desarrollar ese trío Jules et Jim, de François Truffaut, le habría salido algo más interesante, pero no es el caso, o mejor dicho, él ha elegido tirar por otro camino más arriesgado.
O, de Ofelia, es la narradora de la fábula, una voz en off que resulta voluntariamente pretenciosa. Lo que nos cuenta sobre su trío sentimental con los dos protagonistas masculinos es de una candidez molesta y poco coherente con la situación en la que vive. Parece el sueño morboso de una Barbie pija que no sabe qué hacer con su vida. Stone asume el riesgo de dejar que ese reflejo de la propia naturaleza del personaje, ese tono de candidez e ingenuidad cargante, se traslade a la propia alma de su película durante buena parte del metraje.
Es un riesgo serio que puede hacer que algunos espectadores desconecten de la trama, enervados por la estupidez de la muchacha.
Hasta aquí podríamos concluir que Salvajes es un proyecto fallido. Pero en realidad es una de las películas más valientes de la filmografía de Stone. Precisamente porque juega con las etiquetas del cine comercial y de evasión de nuestro tiempo y las dinamita desde dentro, en lugar de hacerlo desde fuera, como ya hiciera en Asesinos natos (1994) o U-Turn, giro al infierno (1997).
Una frase de diálogo del personaje de Salma Hayek nos da una posible pista de cuál puede haber sido la intención de Stone. La madrina de las drogas interpretada por Hayek le dice a O, la niñata engreída y despreocupada, que no se está enterando de nada: el hecho de que los dos tipos la compartan demuestra que se quieren más entre ellos de lo que la quieren a ella. Luego tenemos ese doble final que está en la línea de los arrebatos más desconcertantes de la filmografía de Oliver Stone y puede ser considerado tanto una excentricidad genial como una disparatada renuncia a cerrar su fábula en uno u otro sentido. Clint Eastwood aplicó una fórmula similar al desenlace de Más allá de la vida (2010). Ambos finales son un juego con el espectador. El de Eastwood era un recurso para hacer convivir en el desenlace su inclinación como director al tiempo que reflejaba la inclinación de muchos espectadores por el final feliz, más cerrado. En el caso del doble final de Salvajes, Oliver Stone parece querer rubricar su fábula por el camino del absurdo, desvelando así su verdadera naturaleza: una farsa.
Así es como la película nos lleva a otra traducción, según la cual todo lo que se nos cuenta es una farsa desde el principio, la cargante voz en off de la Barbie pija Ofelia es una pista, no un defecto o error de construcción de la historia. Estamos en un territorio más cercano a las propuestas más disparatadas del director en Asesinos natos (1994) o U-Turn, giro al infierno (1997). Salvo que esta vez el ejercicio de bofetada al espectador es más arriesgado que en aquellas, porque, como he aclarado antes, se realiza desde una fórmula que inicialmente puede parecer totalmente acomodada a los tópicos y convenciones del cine criminal y de acción más habitual de nuestros días.
Oliver Stone juega con el espectador, pero no nos engaña. Las pistas están ahí y somos nosotros, como Ofelia, los que elegimos dejarnos engañar pensando que estamos en una trama más convencional. Sin embargo, el director no deja de darnos pistas en otro sentido, repartiendo ligeras pinceladas tenebrosas en la trama. La primera es el tono con el que el ordenador de Chon y Ben reciben los mensajes de los representantes del cartel mejicano de la droga que quiere absorber su negocio: la pegadiza musiquilla de la serie mejicana de comedia El Chavo, protagonizada por el cómico Chespirito. O ese otro “momento Stone” al cien por cien en esa secuencia en la que los protagonistas son seguidos por un coche de policía en plena noche y, en la línea de otros tantos personajes de la filmografía del director, miran hacia el abismo, a punto de cruzar la línea y convertirse en asesinos.
Lo que ocurre es que el espectador puede no sentirse atraído por ese juego de revelación de la farsa que nos propone Oliver Stone. Quiza esa especie de espectáculo de rebeldía contra el cine más convencional y previsible por la vía del transformismo del argumento incluso le moleste. O quizá piense, como quien esto escribe, que ese alarde de personalidad del director, ese juego, es menos interesante de lo que podría haber logrado Stone aplicando todo su talento en una clave ajena a sus experimentos tipo Asesinos natos o U-turn, giro al infierno, y más en la línea de sus obras maestras, Platoon o JFK. Especialmente teniendo en cuenta que lo más interesante de Salvajes no está en sus protagonistas, sino en sus antagonistas: los criminales mejicanos interpretados por Elena (Salma Hayek) y Lado (Benicio del Toro). Ellos son el verdadero motor de la trama. Ellos, y no el juego de tranformismo del argumento en farsa, son el punto fuerte de la película, tanto por el trabajo de estos dos actores como por las situaciones en que se desenvuelven y los dilemas a los que se enfrentan. La parte del argumento que tiene como protagonistas a Lado y Elena es la que nos mantiene enganchados a Salvajes desde el principio hasta el final… y lamentablemente es la que resulta traicionada con ese doble final disparatado en el que Stone acaba revelando por qué el personaje de Dennis, el agente federal encarnado por John Travolta, está aparentemente tan desperdiciado durante el resto del argumento, hasta alcanzar ese efímero pero contundente protagonismo en el final.
Oliver Stone sacrifica lo mejor de Salvajes, los villanos, y el interesante personaje de Travolta, en aras de llegar a ese doble final de farsa, y eso es algo que muchos espectadores pueden no perdonarle. Incluso pueden sentirse estafados. De manera que Salvajes es una película valiente, una propuesta arriesgada, pero también puede ser una experiencia agridulce para los espectadores menos dispuestos a entrar en el juego del director.
Miguel Juan Payán
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