Es realmente curioso como degeneran algunas sagas. No creo que sea sorpresa para nadie el hecho de que las series cinematográficas suelen (salvo muy contadas excepciones o casos extraordinarios), perder fuelle a lo largo de su existencia, dejando los valores narrativos de sus orígenes abandonados o excesivamente explotados hasta que la repetición se hace cansina y todo queda desdibujado. O quizá incluso lo que hacen las sagas es dejar al descubierto a sus predecesores, consiguiendo que nos demos cuenta de que, a lo mejor, aquello que admirábamos y dábamos por bueno no lo era tanto.
Ni tan transgresor. Parte de eso es lo que le sucede a Shrek Felices para Siempre, cuarta entrega (y en 3D, cómo no) de las aventuras del famoso ogro verde y sus compañeros, Asno, la princesa Fiona o el Gato con Botas, entre otros. Lo que hace unos años nos parecía una pequeña revolución, con el héroe siendo un monstruo sucio, guarro y antipático, ahora ya no lo es tanto. Y, para qué engañarnos, revisando toda la historia ahora, tampoco fue tanta la revolución. El mensaje final siempre fue de lo más conservador. Sólo que en esta ocasión ya han conseguido rizar el rizo.
Esta anunciada última entrega (aunque se tiene que estrenar una película sólo con El Gato con Botas), nos plantea a Shrek como un marido y padre que comienza a aburrirse con la rutina y desea tener un día de paz, volviendo a ser un ogro malvado que asusta a la gente y vive sólo y tranquilo en su charca. Sólo que todo se trata de un engaño que conseguirá acabar con la felicidad de todo el reino gobernado ahora por Rumpelstinkin y su horda de brujas. Y quien no se imagine cómo acaba esta historia… Pues eso, que todos conocemos el final de los cuentos. Lo importante, como siempre, es el modo en que se llega a ese final. Si termina de ser satisfactorio el viaje o todo queda en un quiero y no puedo. En el caso de Shrek las cosas se desvían por el segundo camino, me temo.
Siempre he defendido a Pixar por encima de Dreamworks (salvo gloriosas excepciones como Cómo Entrenar a tu Dragón), por un motivo sencillo. El alma de las películas. Más allá del apartado técnico, donde la compañía de Disney lleva mucha ventaja a sus predecesoras, echaba en falta la sensación de estar viendo a personajes reales, creíbles, que llegasen a importarme. Sin miedo a visitar lugares oscuros o incluso incómodos… Eso hacía más interesante el viaje. Más llevadero.
La ventaja de las películas de animación de Dreamworks siempre fue su sentido del humor referencial, gamberro y hasta salvaje. Y Shrek 4 ha perdido ese humor. Sí, hay referencias culturales a mansalva. Sí, hay personajes geniales como El Gato con Botas o el propio Rumpelstinkin. Sí hay acción y aventuras. Pero el humor brilla casi por su ausencia. EL número de carcajadas se reduce considerablemente y al espectador viene a darle ya lo mismo ocho que ochenta a estas alturas de la película. Quiere pasar un buen rato y le privan de ello. Le quitan la esencia de Shrek. Ni los doblajes de José Mota y compañía, antaño cargados de su propio humor, se hacen notar esta vez.
Y cuando se desatienden los principios, todo lo demás acaba por aburrir. Técnicamente nos encontramos ante una película más que correcta, donde se nota que Dreamworks sabe aprovechar bien la baza del 3D, aunque menos que en la antes mencionada Cómo entrenar a tu Dragón, y donde cada vez se incluyen más movimientos de cámara, intentando dotar de vida a la cinta. Hasta ahí nada que reprocharle a la cinta.
El problema, como casi siempre, es un guión que requería de un par de reescrituras más. De algo de chispa. No sólo porque Asno y Shrek aparezcan en pantalla hablando (y hablando, y hablando…) van a resultar graciosos.
Las situaciones comienzan a acumularse de forma algo anodina para la mitad de la película y ya tanto nos da un camino que otro. La suerte está echada. Si conocemos el final y el desarrollo empieza a parecernos falto de fuerza, el resultado es que terminas aburriéndote un poco.
No estoy diciendo con esto que no vayan a disfrutar los más pequeños de la casa, pero hay que recordar que esta saga ofrecía motivos de sobra, merced a su sentido del humor, para que los mayores le hincasen el diente con ánimo y disfrutando. Y esos motivos han salido por la ventana ofreciendo un resultado bastante descafeinado.
El producto final está, al menos, por encima de la tercera parte, que además de poco humor, resultaba algo más aburrida y cargante. Pero sigue sin ser suficiente. Nos sabe a muy poco. Queremos más. Si la idea del mundo paralelo está muy manida, esperamos que Shrek nos lance una andanada de frescura, no que caiga en lo mismos tópicos (la historia de amor, por ejemplo). Así escenas de acción como la persecución con escobas voladoras, o la batalla campal final, acaban quedando perdidas en la niebla.
Y el mensaje final es tan moralista que deja a Disney en pañales. Lo cual me lleva a pensar que, a lo mejor, toda la idea de que Shrek era tan transgresora no era más que una envoltura para que nos tragásemos mejor la medicina, con un ogro reconvertido y domesticado, enamorado, casado y con hijos. Y encima aquí suplicando volver a esa vida. Quizá el león no era tan fiero como lo pintaban y a uno le apetece más ver el sacrificio final del personaje de Cómo Entrenar a tu Dragón, (la cual no me cansaré de alabar) con pérdida palpable y sentida, que a un ogro pidiendo volver a cambiar pañales y ser espiado mientras acude al baño.
Si este va a ser el último episodio de esta saga cinematográfica, merecía algo más de cuidado en su historia y su sentido del humor. Y nosotros también. Una lástima.
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