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miércoles, mayo 1, 2024
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Slender Man ★★

Slender Man ★★

Crítica de la película Slender Man  

Varios problemas marcan el recorrido negativo de Slender Man como fábula de terror. La primera es que no consigue proponer una amenaza realmente inquietante. Ello se debe a que el personaje que da título a la película en realidad es una floja recopilación de tópicos y lugares comunes, mezclada con miedos varios y en clave de leyenda urbana. Tenemos el miedo a los bosques y el arquetípico paseo de Caperucita entre los árboles, el miedo infantil al árbol invasor que aparece por la ventana para atraparte con sus siniestras ramas, el miedo al rapto de los niños que también estaba presente en los cuentos con la peripecia de Hansel y Gretel, el miedo a la primera relación sexual, el miedo al embarazo, el miedo a los hospitales, y un etcétera de inquietudes que afectan unas a etapa más infantil y otras a etapa de adolescencia.

Pero ocurre que ninguno de estos miedos, convertidos en su conjunto en el puzle que constituye los ataques del Slender Man, está abordado suficientemente con una puesta en escena que les sepa sacar el jugo. La dirección es más bien plana, conformista, sin relieve y como para salir del paso, lo que se traduce en que todos esos miedos ofician simplemente como una desvaída colección de pinceladas o más bien brochazos apresurados que no acaba de calar en el espectador provocando su inquietud. Por otra parte la propia capacidad del Slender Man para resultar inquietante más allá de la colección de fotos sobre sus apariciones, es discutible. Inoperante para meterle el miedo en el cuerpo a cualquier espectador que haya pasado la infancia, se convierte en un lugar común que evidencia la debilidad del “monstruo” como recurso de terror cuando las protagonistas empiezan a investigar sobre sus apariciones y mitología. Se produce entonces justo el resultado contrario de lo que buscan los artífices de la película: en lugar de subir el nivel de inquietud lo que ponen de manifiesto las es la debilidad del Slender Man como icono terrorífico.

Y de donde no hay, no se puede sacar. Por mucho que se invierta en desarrollar una serie de efectos visuales de ordenador que por su propia naturaleza no llegan a producir zozobra alguna en el espectador.

No se trata tanto de que la película se mueva en el territorio del tópico, cosa previsible, como de que precisamente no le saca partido a esos tópicos que maneja constantemente e instalan en todo el largometraje un aire de asunto ya visto cien veces que opera como lastre de la fábula desde sus primeros compases. Además los personajes están totalmente alienados de su mundo, o mejor dicho, carecen del mismo. No tenemos aquí oportunidad de entrar en su universo, sus vidas cotidianas, y tanto las relaciones entre sí, por ejemplo las de la protagonista con sus padres y su hermana, o con su novio, tienen un aire artificial y superficial que complica mucho el viaje clásico del arquetipo del intruso destructor que trae el caos al mundo del orden, o lo imprevisto al mundo de lo cotidiano, porque simplemente ese mundo cotidiano no ha sido incorporado a la película. No está. No existe. Casas, habitaciones, aulas, padres, transmiten un aire de distanciamiento y frialdad artificioso que impide que nos interesemos o empaticemos realmente por lo que pueda ocurrir con los personajes.

Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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