Crítica de la película Sombra
Zhang Yimou vuelve brillante con una película sobre la verdad y la mentira que devoran nuestra mirada. .
Sombra comparte dos características esenciales con las mejores películas de su director, títulos como Hero, La casa de las dagas voladoras y La maldición de la flor de jade: todas ellas tienen las artes marciales como anzuelo o reclamo de cara al público, pero en realidad su tema es el mismo que anima toda la flimografía del director: la mirada, el mirar y lo fácil que nos resulta dejar que la verdad y la mentira se confundan en nuestra mirada proponiéndonos una visión del mundo menos fiable de lo que creemos.
Ese asunto forma también parte de sus primeros largometrajes, anteriores al comienzo de su explotación de las artes marciales como complemento del mismo, Sorjo rojo, Ju Dou, La linterna roja, etcétera. Pero en Sombra adquiere si cabe aún más protagonismo, a través de otro de los elementos que tiene en común con los trabajos anteriores del director: el trabajo con la luz, la fotografía, el color. Si en Hero, La casa de las dagas voladoras y Maldición de la flor de jade, el color cumplía un papel de articulación activa de la trama, planteamiento y resolución del conflicto y construcción de los personajes, otro tanto puede decirse de Sombra.
Pero en Sombra Zhang Yimou parte precisamente del no color, esto es, de la sombra, trabajando sobre una temperatura de color donde dominan los grises. El gris como ese sí es no es entre el blanco y el negro, que sigue siendo color pero peca de indefinido y acompaña la doblez y las mentiras en las que viven inmersos y de las que se nutren y enferman los personajes de este relato de conspiración y muerte que presenta nuevamente el tradicional duelo entre lo verdadero y lo falso, el amor y la intriga conspirativa de la política sobre la que tanto saben siempre las criaturas que habitan las fábulas del director. Ese gris que completa el viaje por los colores de la filmografía de Zhang Yimou está no solo en la fotografía de la película, en sus decorados interiores y en las escenas lluviosa de exterior, sino también en el propio vestuario de los personajes. La capacidad del gris para situarse en una tierra de nadie entre el blanco y el negro para poder presumir de color carente de sensibilidad y empatía, destructor del resto de sus cromáticos hermanos, a los que nos sería arriesgado decir que en el fondo envidia, y cuyos alardes emocionales suprime con su ceniciento toque, queda asociada a las vidas y conspiraciones que sirven como motor de sombra, define la situación que vive el propio protagonista, obligado a ejercer como sombra de su señor y sometido a sus mismas pasiones y emociones por la esposa de su señor. Solo el blanco que visten los dos amantes en el falso ritual de matrimonio que comparten y repiten cada noche a los ojos de los extraños, ese mismo blanco que revela la verdadera naturaleza de los personajes cuando son desposeídos de sus ropas ritutales o de sus uniformes de guerrero en la corte.
El juego del laberinto político que va a servir al director como base para tejer su laberinto de amores y odios, lealtades y traiciones, arranca con un definitorio plano de la protagonista mirando por esa especie de rendija de la puerta. A través de la misma contempla lo que ocurre en el mundo exterior, anticipando una escena final, lo que convierte la película en un juego con el tiempo del relato que nos invita a seguirle la pista al presente desde los acontecimientos de un pasado que al final de la película se nos revela como futuro.
Pero no se asusten por la complejidad del argumento. Tiene vueltas y giros para pillarnos desprevenidos en la intriga, pero no es especialmente farragoso ni complicado de seguir. Zhang Yimou estructura claramente su historia en tres pasos o fases que nos llevan a un camino inicial de intriga y romance aplazado seguido por una segunda parte más dedicada a la acción con el habitual tono espectacular de sus secuencias de acción y combate, y culmina con un tercer acto donde empiezan a caer todas las máscaras y se hacen todas las revelaciones, ejecutando varios giros para pillarnos desprevenidos como espectadores, de manera que en cierto modo acabemos compartiendo con la protagonista esa mirada final de pasmo cuando la verdad finalmente consigue abrirse paso entre todas las sombras y artificios.
Buena película. De las mejores que vamos a ver este año.
Miguel Juan Payán
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