Crítica de la película Ted 2
Ted 2. Una gamberrada divertida y salvaje, ligeramente más floja que la primera.
Ted 2 es lo que promete. Un encadenado de gamberradas al estilo Seth MacFarlane, y tiene todo lo mejor de las creaciones cómicas de este humorista, junto con todo aquello que a la hora de saltar al cine le sirve de lastre. Es divertida, tiene muchos golpes de humor gamberro, y uno de los mejores chistes de humor inteligente que vamos a ver este año en un cine: el que se desarrolla en el club de la comedia, poniendo en evidencia cuáles son las fronteras del humor, hasta dónde se puede o no se puede llegar, si hay o no temas tabú… Obviamente es un asunto que le interesa especialmente a MacFarlane y afecta a sus creaciones, así que ha pensado mucho en ello y como resultado le sale un chiste de humor auténticamente salvaje, demoledor, inteligente y que cumple con la función del humor como herramienta de reflexión.
Es en ese momento, con los chistes sobre Gollum, el cameo de Liam Neeson, y en general siempre que MacFarlane consigue apartarse del cómodo territorio del humor más facilón, simplón e infantil, radicado en la escatología y vulgarización del sexo como tema de comedia por la vía de la ordinariez (ya saben, chistes de penes negros, chistes de penes grandes, chicas con pene, penes blancos, penes en mallas, etcétera), cuando la película funciona mejor y muestra que MacFarlane puede, pero no quiere, currarse un humor más inteligente, menos tramposo y facilote, más trabajado e inteligente, con el que podría hacer una disección satírica más eficaz de la sociedad estadounidense. Lamentablemente en esta película ha optado por el camino fácil y rellena toda la primera parte de esta secuela con una ración doble de escatología y chistes sobre sexo bastante tontorrones que casi borran la dosis de buena comedia que tienen otros momentos de la película. Es curioso ver cómo la propia película se enfrenta consigo misma como si fuera bipolar. Como consecuencia de ello, esta segunda entrega es más floja que la primera.
Por otra parte MacFarlane vuelve a encontrarse con el tiempo, su peor enemigo. Nuevamente se hace notar que no tiene del todo controlado el ritmo en el formato de largometraje, especialmente en los fragmentos más narrativos, como los del juicio. Es ahí donde la película se pierde en el tono y el ritmo, interrumpe la comedia, hace un extraño paréntesis de reivindicación, y se anula a sí misma aparcando los chistes. Y en lo referido a guión, el romance y el desenlace son tal zambullida en el tópico metido con calzador que resultan sorprendentes en un director que presume, o al menos así lo parece, de ser tan rompedor en otros aspectos.
Lo cierto es que, en contra de lo que afirma uno de mis colegas, a mí no me parece que ese humor de escatología y sexo facilón y adolescente sea “humor salvaje”. Me parece que es mucho más “humor salvaje” la secuencia en el club de la comedia. Para que quede más claro, les propongo que vean la nueva serie creada y protagonizada por Denis Leary: Sex&Drugs&Rock&Roll. En ella hay chistes de sexo, pero desde un punto de vista no adolescente, sino contemplando el asunto con todo el sarcasmo, el cinismo y la madurez que merece. Prueben a verla, comparen y luego ya me cuentan.
Además lo que ocurre con los chistes de escatología y los chistes de sexo es que, como todo mecanismo del humor, hay que saber administrarlos; bien dosificados son una máquina de risas, pero si se abusa de ellos, pierden su vigor y se corre el riesgo de pegar un gatillazo con ellos.
Miguel Juan Payán
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