Estremecedor relato dramático que no deja indiferente a nadie. Tenemos que Hablar de Kevin es una de esas películas que uno acaba amando u odiando. No es de medias tintas, no contempla los grises. Es un relato brutal y terrorífico sobre los demonios que habitan entre nosotros. Seres como Kevin, de apariencia humana, pero plagados de una enfermedad que consume su alma y todo lo que tocan hasta las raíces. Una película que sienta como un puñetazo en la boca del estómago, con agallas, sin concesiones y sorprendente, por momentos asfixiante, pero nunca gris. Lo que no podemos decir es que es una película del montón.
La obra de Lynne Ramsay basada en la novela de Lionel Shriver es un mosaico de retazos de una historia, aparentemente narrados de forma incoherente, quizá similar a las películas de González Iñárritu, o incluso a lo último de Terrence Mallick en su cadencia narrativa y en la aparentemente inconexa historia que relata. Una especie de sueño o de pesadilla que no aparente llevar a ningún sitio, pero que una vez pasado el desconcierto inicial, si te atrapa no te suelta en lo que resta de metraje. La historia de una madre y su hijo, Kevin, un chico nada normal, terrible y terrorífico por momentos, que parece empeñado en hacerle la vida imposible a su madre mientras su padre no se entera de nada de lo que sucede alrededor. Pero nada es comparable con el último y maestro plan de Kevin. Su último saludo en el escenario. Su obra maestra. La perversión absoluta.
Como coger La Profecía y quitarle todo el tema religioso o sobrenatural. La película se carga sobre los hombros de Tilda Swinton, que aparece en todas las secuencias de la película y en casi todos los planos, que dibuja con una brillantez absoluta a una mujer que pasa de feliz esposa y madre a desecho social y personal, sombra de lo que fue, devastada por dentro y por fuera. Aniquilada como ser humano. Muerta en vida, paseando por una eterna pesadilla de la que no puede escapar. Sus ojos, en esa muestra sutil de interpretación que va del regocijo al devastador final, son el reflejo de la vergüenza, la culpa y el dolor.
Porque también en su final sale vencedora la película. Justo cuando pensamos que lo hemos entendido todo la cinta nos da otro golpe que nos noquea por completo, haciéndonos ver que no teníamos ni la más remota idea de lo que sucedía. Lástima el aire artístico de la cinta, esa pretenciosidad visual, esos momentos que chirrían de puro contemplativo o la manía de recalcar continuamente el baño de sangre, sea en una fiesta de la tomatina, rodeando al personaje de latas de sopa de tomate, con la pintura roja sobre la casa o con un sándwich lleno de mermelada extremadamente sangrienta. Pero tiene agallas, tiene una poderosa, dolorosa y terrible historia y plantea preguntas sobre nuestra condición y cuánta culpa podemos tener en la creación de los monstruos de nuestra sociedad. Fascinante y de imprescindible visionado. No va a dejar indiferente a nadie, en serio. Incluso con sus defectos.
Jesús Usero.
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