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sábado, mayo 18, 2024
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THE BOX: volviendo a los 70

Lo primero que quiero advertir sobre esta película es que no se ajusta al tipo de cine de intriga que estamos acostumbrados a ver en nuestros días, sino a claves y fórmulas más propias del cine con suspense que llegaba a las pantallas en los años setenta y principios de los ochenta. Ha sido elección del director situar la historia en los setenta, en la década en que fue publicado el relato de Richard Matheson que sirve como base a la película, y que fue adaptado previamente a la televisión para un capítulo de la serie En los límites de la realidad. El relato se titulaba Botón, botón, y se lo recomiendo a todos los aficionados a las historias de terror con toque de ciencia ficción, en las que Matheson, artífice de joyas como Soy leyenda y El increíble hombre menguante, es un maestro indiscutible.


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Lo primero que quiero advertir sobre esta película es que no se ajusta al tipo de cine de intriga que estamos acostumbrados a ver en nuestros días, sino a claves y fórmulas más propias del cine con suspense que llegaba a las pantallas en los años setenta y principios de los ochenta. Ha sido elección del director situar la historia en los setenta, en la década en que fue publicado el relato de Richard Matheson que sirve como base a la película, y que fue adaptado previamente a la televisión para un capítulo de la serie En los límites de la realidad. El relato se titulaba Botón, botón, y se lo recomiendo a todos los aficionados a las historias de terror con toque de ciencia ficción, en las que Matheson, artífice de joyas como Soy leyenda y El increíble hombre menguante, es un maestro indiscutible.

 

En ese sentido, me parece un ejercicio de coherencia del director que quiera ser tan fiel al texto original como para no actualizarlo y traer la peripecia a nuestros días, lo que por otra parte le permite añadir una pieza más al puzzle de elementos extraños de una trama astutamente tocada por lo siniestro: el rostro de Arlington Steward (el impecable Frank Langella), la sangre que mana de las narices de algunos personajes, la cita sobre la confusión entre magia y ciencia de Arthur C. Clarke y el cuadro que la acompaña, la humillación en la clase con el alumno siniestro o el accidente que sufrió la protagonista cuando era más joven (que su marido narra sin que se nos muestre en un flashback consiguiendo así que sea más sugerente, pues como siempre lo que el público imagina del suceso supera a lo que podrían mostrarnos visualmente sobre el mimo), conforman un rompecabezas de lo siniestro que nos llega acompañado por una música acorde con ese tipo de relato y como un juego de pistas que nos invita a participar en la historia e intentar desvelar desde el principio cuáles son sus claves. Es esa naturaleza de juego de enigmas lo que me resulta más atractivo de la película, junto con el trabajo que realizan sus dos protagonistas, Cameron Díaz y James Marsden, jugando a contracorriente de sus propias imágenes y antecedentes cinematográficos, en un ejercicio para esquivar el encasillamiento que debo decir me parece más convincente en el caso de ella que en el de él.

También me gusta cómo plantea el director de forma sencilla la clave esencial de cómo se propone contar su historia, así como el reparto de funciones entre los personajes principales. Entendemos desde el principio que es el matrimonio el protagonista de la trama, que la película está contada desde el punto de vista de lo íntimo y lo cotidiano, y se mantiene en esa clave incluso cuando el relato progresa hacia lo fantástico e introduce elementos visuales como el despacho sumergido desde el que trabaja Arlington Steward. Eso puede despistar a algunos espectadores que movidos por las tendencias del cine actual quizá esperen una aceleración más drástica hacia lo fantástico e incluso un giro en la manera de contar la historia más cercano al desplegado en películas de reciente estreno como por ejemplo en Señales del futuro, pero como he comentado ya esos no son los planes del director, que por otra parte iría en contra de su habitual forma de narrar adoptando esa fórmula. Recordemos que Kelly es el director de Donnie Darko, y esa es la clave que debemos tener presente cuando intentemos analizar su manera de narrar lo fantástico desde la óptica de lo cotidiano, que responde antes a claves de cine de autor que a claves de cine de género.

Todo lo dicho hasta el momento lo tengo apuntado en la lista de notas a favor de la película, que me dejó un buen sabor de boca al finalizar la proyección y ganas de volver a verla en un futuro no demasiado lejano para apuntalar algunas ideas que me sugiere, porque creo que puede llegar a convertirse incluso en un título de culto para los aficionados al cine fantástico y a la ciencia ficción menos previsible.

En la columna de lo negativo sin embargo debo apuntarle a The Box un exceso de hermetismo que personalmente no me molesta pero que me temo va a restarle audiencia entre el público actual. Además resulta confusa en algunos de sus elementos. Especialmente poco clara queda la función del joven estudiante que humilla a la protagonista y me parece un personaje desperdiciado al que el falta un cierre en la historia, habida cuenta de la importancia que parece otorgársele en el cuadro de los enigmas que la adorna en su arranque (la escena en el aula) y en su desarrollo (el enfrentamiento en la fiesta). Tampoco me deja muy conforme la elipsis un tanto brusca que se produce tras el accidente en la carretera, creando un anticlímax que incluso nos transmite la sensación de que falta una parte del metraje. Del mismo modo, la manera de cerrar la historia es innecesariamente opaca.

No obstante, ya digo que me apunto a un segundo visionado de esta película, porque consigue crear una estimulante atmósfera de suspense sin acudir a los estímulos más obvios del cine de nuestros días, y agradezco ese cambio.

 

Miguel Juan Payán

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