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viernes, abril 26, 2024
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The Grandmaster *****

The Grandmaster *****The Grandmaster , obra maestra, me gusta más que Tigre y dragón y Héroe. Una lección de cine.

“No me digas lo bien que luchas o lo grande que es tu maestro, o fanfarronees sobre tu estilo. Kung fu. Dos palabras. Horizontal. Vertical. Comete un error. Horizontal. Permanece de pie y ganas”.

Esa frase, más o menos recordada de memoria, es el primer diálogo de la primera obra maestra que nos ofrece la cartelera de este año, The Grandmaster, de Wong Kar Wai, un director del que sospecho que podría hacer magia con las imágenes incluso narrando una historia sobre champú, tampones, compresas con alas o condones agujereados.  MAGIA con mayúsculas. CINE con mayúsculas. Eso es The Grandmaster, una película que eleva el cine de artes marciales a la categoría de obra maestra, superando en mi opinión a otras películas anteriores que viajaron por ese mismo camino, como Tigre y dragón (2000), de Ang Lee y Héroe (2002), de Zhang Yimou. Me gusta más que ambas porque en ninguna de las dos sentí que las artes marciales fueran otras cosa que un tapiz de fondo. El lienzo sobre el que pintar una tragedia romántica en la primera (y abuso del cable en las peleas). Una herramienta para tejer un tapiz visual de carácter épico que es en realidad una reflexión sobre el arte como instrumento para ordenar el caos en la segunda. Frente a estas opciones, Wong Kar Wai ha rodado una historia de amor y de tragedia histórica sin apartarse un ápice de las artes marciales en ningún momento, y en su película incluye también las características habituales de las películas que han reflejado ese tipo de historias en la pantalla. Esa primera frase de diálogo que he citado al principio de este comentario es el mejor ejemplo de que en The Grandmaster las artes marciales no pasan al segundo plano en ningún momento. Siempre son protagonistas. Es más, la película es en su lenguaje cinematográfico un fiel reflejo del estilo Wing Chun difundido por su protagonista, el señor Ip, el maestro de la máxima estrella de la historia del cine de artes marciales: Bruce Lee.

De paso, ya en los primeros tres minutos de película, en esa secuencia de combate de uno contra muchos, el momento big brawl clásico de las películas de artes marciales producidas por la Shaw Brothers en los años 60 y 70, Wong Kar Wai le da un barrido, una paliza, a la visión de esos momentos épicos de lucha que quisieron reflejar los hermanos Wachowski en su saga de Matrix. Olvídense de Matrix. Tirando de lenguaje cinematográfico más que de efectos visuales, Wong Kar Wai ha rodado su versión del gran combate del género con un alarde de montaje y ritmo visualmente magistral, alternando picados, contrapicados, cámara lenta, juego con la luz, que marca la excelencia con la que va a desarrollar el resto de su relato. Lo que ha hecho el director en esta primera secuencia de lucha es equivalente a lo que hizo por los tiroteos en el western Sam Pekimpah en el arranque de acción de Grupo Salvaje (1969). Ese primer combate te deja claro que vas a tener ganas de volver a ver la película para apreciarla como merece, y no sólo en las secuencias de acción. La cámara nos mete de lleno en el intercambio de golpes y al mismo tiempo es una especie de lección magistral sobre kung fu que define perfectamente al protagonista a través de su actitud, estilo y movimientos en el combate. Jugando con planos cercanos, primeros planos, que van a ser la joya esencial de los recursos que emplea en toda la película, Wong Kar Wai imprime su estilo como autor al cine de género, pero sin por ello perder de vista la espectacularidad de la acción. De ese modo, redefine la forma de entender las escenas de combate en este tipo de películas. Rigiéndose por la disciplina de causa-efecto, vemos cada golpe y sus consecuencias, viajando a contracorriente del montaje frenético que domina el cine de acción de nuestros días. Me recuerda el tratamiento de la violencia aplicado por Martin Scorsese a los combates de Toro salvaje (1980).

La película aplica en su narración y su estilo visual la máxima eficacia con un mínimo de movimiento, esto es, se empapa de la disciplina de economía del kung fu. Un ejemplo, la manera en la que lo dice todo sobre el matrimonio del señor Ip, la relación entre el marido y la esposa, el vínculo que se establece entre ambos en la escena de la ópera, en la que una simple mirada entre ambos personaje lo explica todo. Y no le hace falta insistir más en ese asunto, que queda totalmente explicado con el gesto de la lámpara, un toque poético mínimo que desde su aparente insignificancia cotidiana lo explica absolutamente todo sobre esa pareja con la eficacia de una pincelada de fábula romántica que en ningún caso interrumpe el desarrollo de la trama, sino que por el contrario la enriquece. Es un toque minimalista habitual en el cine de Wong Kar Wai, un cine en el que lo visual siempre prima sobre la palabra y donde los gestos tienen una enorme importancia que mantiene atento al espectador sobre lo que se le cuenta en la pantalla. Esa vida de matrimonio, que se define además por un interesante uso del diálogo como voz en off narrativa entre personajes que en el plano se miran pero no se hablan, como si realmente los cónyuges no necesitaran comunicarse verbalmente y les bastara sólo con la mirada, es además una coreografía de gestos que acompaña y encaja perfectamente con la coreografía de los combates, definiendo un espacio par lo intimista en el marco de lo épico que es el primer paso para definir la verdadera personalidad de la película.

The Grandmaster contiene todos los elementos para pasar de lo privado, lo íntimo y lo personal al territorio del fresco histórico: el burdel como campo de batalla entre las escuelas, el enfrentamiento del norte y el sur, la invasión de los japoneses, evolucionando así hacia un triángulo de temas esenciales en el relato en cuyo vértice superior se sitúan las artes marciales acompañadas por el romance y la reconstrucción del momento histórico que viven los personajes. Cada una de esas esferas está representada por un personaje concreto. El señor Ip (Tony Leung) domina sobre los otros dos personajes y representa sobre todo la clave de artes marciales del relato, mientras que la señora Gong (Zhang Ziyi), protagoniza la parte romántica de la historia de amor mutilada por los acontecimientos históricos, y finalmente la Historia propiamente dicha está representada por el personaje de Razor (Chang Chen), el agente nacionalista que lucha contra la corriente de acontecimientos que le ha tocado vivir. El triángulo de temas y personajes es tan poderoso que cada uno de ellos tiene un papel en el territorio dominado por los otros, siempre con el vínculo de las artes marciales como elemento central, como demuestra el hecho de que los tres tengan su propio momento de combate brillantemente desarrollado en la película.

Añadan a estos elementos un trabajo notable con la luz y el montaje en una película que, como un practicante de kung fu está siempre en movimiento en todos y cada uno de sus planos, como un río que fluye por la Historia, con mayúscula, y por la historia privada, con minúscula, de sus personajes principales, bien respaldados por una galería de secundarios que refuerzan el carácter mítico y épico del relato, como el antagonista, el villano repudiado por la escuela, Ma Sang, o el testigo de los acontecimientos que es Estrella afortunada, el guardaespaldas de la señora Gong.

The Grandmaster de otra película dedicada a este mismo personaje real, la también muy notable y absolutamente imprescindible como muestra del cine de acción Ip Man, protagonizada por Donnie Yen y con varias secuelas a sus espaldas, es que en aquella se narraba la peripecia vital del protagonista desde un punto de vista épico de protagonista único, un punto de vista exterior, de planos generales que recuerdan en muchos momentos las producciones clásicas de artes marciales de los años sesenta y setenta, mientras que en The Grandmaster Wong Kar Wai busca un estilo más intimista que asienta esencialmente sobre los primeros planos, guardando la expresión visual épica de gran pantalla y protagonismo para el entierro del padre de Gong, que es un momento clave de la evolución de ese personaje, y reservando el despliegue de la acción al máximo para los combates de uno contra todos de Ip y Razor. Frente a estos, los dos combates que libra Gong, con Ip y con Ma Sang, son igualmente impresionantes, pero tienen un toque más íntimo que el de los dos co-protagonistas masculinos. El combate con Ip es el que se permite más fantasía de movimientos jugando incluso con el cable, lo cual es lógico, porque está representando el comienzo de su romance interrumpido. El combate con Ma Sang sin embargo no es tan fantasioso, pero tiene esa misma cualidad de intimidad vinculada en este caso no al amor, sino al odio que conduce a la venganza. Ese estilo visual se complementa con las imágenes de la marcha del padre de Gong y la despedida de Ip de su esposa, reflejando al personaje como una sombra que se desvanece en el agua de un charco en el suelo, convirtiendo el agua que fluye en un elemento visual absolutamente protagonista en la historia (incluso cuando se convierte en nieve).

The Grandmaster es un ejercicio de estilo y elegancia construido sobre los pequeños detalles, capaz de explicarnos la angustia de un padre de familia ante la guerra en un solo plano, de decirlo todo sobre un romance interrumpido con el botón de un abrigo que nunca llegó a utilizarse, o de marcar la evolución de la vida de Ip con ese puñado de fotos y ese apunte visual final en el que vemos a un pequeño Bruce Lee junto a su maestro… sin que en ningún momento se nos insista sobre esa presencia o ese vínculo de Ip con la gran estrella del cine de artes marciales.

Un notable ejercicio de elegancia que vale la pena disfrutar varias veces

Miguel Juan Payán

©accioncine

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