The Machine, interesante paseo tras las huellas de Frankenstein, Metrópolis, Terminator y Blade Runner.
The Machine es un buen ejemplo de por qué hay que seguirle la pista a la ciencia ficción, el terror y la fantasía producida en el Reino Unido como saludable alternativa a las propuestas que nos llegan de estos géneros desde Estados Unidos. Al mismo tiempo, es también un buen ejemplo para entender las notables diferencias que separan la ciencia ficción británica de la estadounidense. Hablan la misma lengua en lo verbal e incluso puede que en lo argumental, al menos en líneas generales, pero manejan distinto lenguaje visual. The Machine es más contenida y moderada en su despliegue de pirotecnia visual frente a sus equivalentes estadounidenses. Y eso ocurre no sólo porque obviamente maneja menos presupuesto, sino porque, adaptándose a esa falta de presupuesto, elige un camino diferente para desarrollar su fábula. Rodada principalmente en interiores, construida visualmente sobre los primeros planos, se despliega como un homenaje de revisión de las claves del cine de ciencia ficción relacionado con la creación de vida artificial, lo cual le permite visitar el territorio narrativo de los clásicos citados al principio de este texto. Pero además tiene algunos elementos curiosos que le otorgan cierta personalidad.
En la trama de prospectiva geopolítica que le sirve como entorno futurista –la Guerra Fría con China y la debacle económica que acompaña dicho proceso-, el Reino Unido aparece ejerciendo el papel de “policía del mundo” y “centinela de occidente” que tradicionalmente en las producciones de Hollywood suele corresponderle a Estados Unidos. Mantiene así esa tendencia al etnocentrismo que inevitablemente suele manifestar la ciencia ficción anglosajona en general. No es casualidad que los premios más importantes de la literatura de ciencia ficción, Hugo, Nébula, Phillip K. Dick, John W. Campbell… se otorguen en la casi totalidad de sus ediciones a obras escritas en inglés, con muy pocas posibilidades de acceder a dichos galardones para novelas escritas en otros idiomas.
Además es muy interesante cómo aplica la economía de medios para equilibrar su minimalismo y falta de presupuesto con un planteamiento visual y estético muy cuidado elegante. Juega hábilmente con su modestia sumando a una escenografía sencilla y quizá por ello más creíble en la que dominan los interiores una voz en off inicial que nos sitúa rápidamente en ese mundo del futuro en el que está a punto de producirse una guerra con China. Y además desarrolla toda la trama utilizando como pivote el conflicto existencial de los personajes haciendo del rostro humano, de las miradas y de los planos medios y cercanos la fórmula dominante.
Un ejemplo de su estilización y eficacia visual para narrar la historia con el mínimo de elementos y presupuesto lo encontramos en la conversación que define y anticipa la relación y el conflicto entre el doctor Vincent (Toby Stephens, el Capitán Flint de la serie de piratas Black Sails) y su nueva ayudante, Ava (Caity Lotz, Canario Negro en la serie Arrow). Tras el incidente de Ava con la madre de Paul Dawson, que es el eco de la conciencia del científico convertida en una especie de figura fantasmal perdida en el páramo que rodea la base en la que se desarrollan los experimentos (una nota inquietante de intriga más cercana al terror que tendrá singular protagonismo en los acontecimientos posteriores y en el giro principal de la trama), Vincent y Ava se encuentra en un un plano de los dos personajes sentados en un grupo de tres sillas, dejando a la derecha del doctor el asiento vacío en el encuadre, un vacío significativo teniendo en cuenta lo que ocurre posteriormente. Otros ejemplos de resoluciones visuales que marcan la elegancia a la hora de plantear los conflictos de los personajes en la película los encontramos en el plano del reflejo del rostro del máquina en la sangre tras su primer asesinato, o en la secuencia de ballet con la máquina convertida en sombra y al mismo tiempo en luz reflejada sobre el suelo mojado, asumiendo la icónica referencia de la bailarina del cuento del Soldadito de plomo que ya ejerciera la replicante Pris interpretada por Daryl Hannah en Blade Runner. No en vano la película es una colección de guiños a las peliculas citadas más arriba que hace del personaje de la Máquina interpretado por Caity Lotz un híbrido de la María de Metrópolis, los replicantes de Blade Runner y el Terminator de la película de James Cameron, además de emparentarse con el antecedente del cine setentero de todo este asunto que constituye el pistolero robótico interpretado por Yul Brynner en Almas de metal y en su secuela, Mundo futuro, película ésta última con la que The Machine tiene muchos puntos de contacto estéticos y argumentales.
A algunos espectadores más acostumbrados a la trepidación del producto de ciencia ficción que nos llega de Estados Unidos, The Machine puede parecerles algo lenta en su parte final, especialmente si no son muy aficionados a leer novelas de ciencia ficción. Quienes lean ciencia ficción estarán más dispuestos a darle un margen de confianza al relato y posiblemente entenderán mejor esa necesidad de un ritmo distinto a la pirotecnia visual hollywoodiense, incluso cuando la acción se apodera del tramo final de la fábula.
The Machine me parece una sólida intriga que saca el máximo partido a su sobriedad visual y además plantea nuevamente la encrucijada a que se somete el científico cuando empieza a ejercer de dios creador, desvelando una vez más la principal característica diferenciadora de esa figura del dios-hombre, con minúscula: superado el primer momento de maravilla y felicidad ante su creación, acaba teniendo tanto miedo de su propia osadía creadora que, como el doctor Frankenstein o el doctor Tyrrell de Blade Runner, acabará por ser un “padre” enemigo de sus “hijos”.
Miguel Juan Payán
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