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miércoles, abril 24, 2024
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Tiana y el Sapo ***

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El estreno de Tiana y el Sapo sirve para comprender el profundo cambio que el cine de animación ha experimentado en los últimos tiempos. Disney, quizás superada por la cantidad de cosas que le han ocurrido últimamente (las adquisiciones de Pixar y Marvel, la consolidación de la animación digital…), ha vuelto a los esquemas tradicionales sin hacer ruído, colocando su película que le hace volver a las dos dimensiones y a las historias marca de la casa, sin grandes alardes de promoción. Qué lejos quedan los tiempos en los que cada estreno de Disney eran un acontecimiento, cuando La Sirenita, La Bella y la Bestia, El Rey León y Aladdin arrasaban las taquillas y recogían el reconocimiento de la crítica.

Pero ahora es John Lasseter quien lleva la batuta, el que revolucionó el cine de dibujos con Woody y Buzz Lightyear y que aquí figura como productor ejecutivo, en un claro intento de la major por dejar clara la perfecta integración de Pixar. Y, por supuesto, está Miyazaki, que con cada nueva película obtiene mejores críticas que con la anterior.

 

En este contexto, Disney confía en los responsables de La Sirenita y Aladdin, esos Ron Clements y John Musker que no han dudado en rescatar los principios básicos disneynianos: princesas,  un villano, encantamientos, animalitos, números musicales y moraleja final. Y, por supuesto, unos dibujos geniales, magníficamente animados. Nada nuevo, y, no lo neguemos, lo que todos añorábamos.

Pero Tiana y el Sapo sí ha sido noticia por varios aspectos novedosos. En tiempos de Obama, se marcan una protagonista de color, la primera en la historia de la compañía, y además sitúan la historia en un contexto tan concreto y peculiar como esa Nueva Orleans que destila música, ritmos de jazz y cinturas danzarinas. Si fuésemos perversos, podríamos acusarles de una valentía “relativa”, ya que son capaces de poner a un protagonista negro pero lo hacen situando la acción en una región de población mayoritariamente negra. ¿Por qué no un protagonista negro en Nueva York o Washington? Porque allí también hay gentes de color, y no tendrían que recurrir a la excusa de …es de color porque la historia transcurre en Nueva Orleáns…

Pero no somos perversos, sino buenos cinéfilos que añoramos los tiempos de las grandes obras de la compañía del ratón Mickey. Y celebramos que la película empiece con ese logo de Walt Disney Animation Studios en los que vemos al orejudo roedor entrañablemente animado por unos bocetos que simulan el movimiento a la antigua usanza, dejando claro que quieren echar la vista atrás, a un glorioso pasado.

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Y comienza una historia que cuenta con una primera media hora magnífica, con una extraordinaria presentación de los personajes principales que pone de manifiesto otra novedad importante. Al contrario que en la mayor parte de los clásicos, en Tiana y el Sapo los personajes humanos son mejores que los animales, más redondos, más interesantes y más atractivos. Empezando por nuestra chica protagonista Tiana, una joven carismática, de una belleza magnética y que representa además los típicos valores que todos relacionaríamos con Disney: familia y trabajo. Además, sus padres y su amiga Charlotte completan el acertado elenco de personajes humanos, sin olvidarnos del malo, ese Dr. Facilier que podría pasar por hermano del Jafar de Aladdin, con esos rasgos tan característicos de los villanos de la compañía. Por el contrario, los animales, tan recordados en muchas películas, no tienen la fuerza de sus compañeros humanos, quizás por la poca presencia que tienen esos anfibios que protagonizan el nudo central de la película, y tampoco ese caimán Louis (en claro homenaje a Louis Armstrong) logra ganarse nuestro cariño, por muy bien que toque la trompeta…

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Y quizás por ahí viene el principal problema. Uno echa de menos a Tiana y al simpático príncipe Naveen, cuando el budú hace efecto y nos los cambian por esos bichos. Y otro problema importante es, en mi opinión, la ausencia de algún tema musical que perdure, de esos que cantas al salir de la sala porque se te ha metido en la cabeza desde que suena en la película, como sí ocurría en los más añorados clásicos de Disney, como La Bella y la Bestia o El Rey León. El gran Randy Newman hace un buen trabajo, pero prefiere recrearse en los sonidos típicos de Nueva Orleans que poner en boca de los protagonistas canciones pegadizas, a pesar de que todas las que escuchamos sean resultonas y ayuden al avance de la trama.

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En otros tiempos, ésta sería la típica producción Disney de “transición”, una de tantas que mantendría el decente nivel de las producciones a la espera de alguna que nos volviese a emocionar, como ocurrió durante el primer lustro de la década de los 90. Después de La Bella y la Bestia y El Rey León, auténticas cimas de la compañía y del cine de animación en general, tuvimos cosas correctas como Hercules, Aladdin y alguna más que podría conformar, con Tiana y El Sapo, la segunda unidad de Disney en cuanto a la calidad de sus obras, por encima de cosas como El Planeta del Tesoro o Lilo & Stich, pero lejos del excelso nivel de las que anteriormente cité. Con todo, uno espera de corazón la mayor recaudación posible de esta película, que nos permita volver a disfrutar con esa animación tradicional que tan bien hacían por momentos en Disney, y que ahora malvive a la sombra de lo digital y el 3D.

 

En un mundo perfecto, las dos y las tres dimensiones, lo tradicional y lo digital, se alternarían en la cartelera, y podríamos disfrutar de historias y personajes memorables que cantarían canciones compuestas por los irrepetibles Alan Menken y Howard Ashman. Pero los mundos perfectos sólo existen, a veces, en el cine…

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