Crítica de la película Tiempo después de José Luis Cuerda
Decepcionante regreso de Cuerda al particular universo surrealista que creó con Amanece que no es poco. .
Como los buenos maestros, José Luis Cuerda siempre ha sabido moverse con soltura entre la comedia disparatada y el drama más desolador. Como director seguramente su película más destacada sea La lengua de las mariposas, pero si por algo será recordado el cineasta manchego es por su peculiar sentido del humor, que le ha llevado a fundar un subgénero: el surruralista. Mezcla de surrealismo y humor rural, ese estilo se materializó en la trilogía compuesta por Total, Amanece que no es poco y Así en el cielo como en la tierra. Su importancia fue tal que de ella bebieron humoristas de la talla de José Mota y, especialmente, los chanantes Joaquín Reyes, Raúl Cimas o Carlos Areces, que participan en el film como homenaje a su mentor.
La premisa de su nueva película es curiosa como poco. En el año 9177, mil años arriba, mil años abajo –que tampoco hay que pillarse los dedos con esas minucias, aclara una voz en off-, el mundo entero ha quedado reducido a un único Edificio Representativo, poblado por la clase media trabajadora y la clase alta, mientras que en unas afueras desérticas y cochambrosas malviven los parados y vagabundos. José María, uno de los parias, decide dar un cambio a su vida y se propone vender limonada en el edificio. La primera mitad, con algunos gags geniales como el de los prismáticos o las apariciones del pastor, que remiten directamente al absurdo de David Zucker y compañía, mantiene el tipo por el interés que genera ese universo y los esperpénticos personajes que lo pueblan. El descubrir las particularidades de cada uno de ellos y su oficio da dinamismo a la película, pero también la convierten en una sucesión de sketches, la mayoría poco afortunados. En esencia, desaprovecha a gran parte de los secundarios cómicos, desde los chanantes a Arturo Valls, Berto Romero, Secun de la Rosa, Gabino Diego o el imprevisible cura interpretado por Antonio de la Torre; y tampoco profundiza en el pasado o las motivaciones del protagonista, interpretado por un Roberto Álamo sin chispa. En la segunda parte, Cuerda se olvida de la comedia y se centra en lo que verdaderamente le interesa: el cuento con moraleja sociopolítica. El cineasta critica la desigualdad de clases, el capitalismo y muestra su desencanto con una izquierda cargada de promesas incumplidas e ideales perdidos. Con otro planteamiento podría haber resultado interesante, pero las interminables líneas de diálogo, repletas de referencias muy cultas (no faltan Faulkner, Marx o Miguel de Cervantes), suenan artificiales en boca de personajes tan planos.
No es sencillo entrar en el universo que propone Cuerda, en el que se entremezclan la ciencia ficción cotidiana y la comedia surrealista, la gente vuela y reposta en estaciones de servicio y el Rey de Bastos está al mando del Edificio Representativo. Se podría pasar por alto el disparate teatral e histriónico si la recompensa fuera suculenta, pero las carcajadas afloran en contadas ocasiones.
Alejandro Gómez
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