fbpx
AccionCine tu revista de cine y series
11 C
Madrid
lunes, abril 29, 2024
PUBLICIDAD

Todos tenemos un plan ***

Todos tenemos un plan ***

Todos tenemos un plan es cita obligada para los amantes del cine negro, de intriga y policíaco en general.

Se estrena este fin de semana una de esas películas que conviene ir a ver cuanto antes, no sea que se nos escape de la cartelera y nos quedemos con las ganas de conocer esta pieza para completar el puzzle del cine negro, el cine policíaco y las historias de intriga del año 2012. Una pieza esencial. Y muy interesante por distintos motivos.

El primer motivo de interés para el aficionado a este tipo de tramas es su procedencia: Argentina. La localización en la zona del Paraná, un paisaje pantanoso que cobra protagonismo en la trama desde el primer momento, plantea un interesante cambio de entorno para los enredos policíacos. Habitualmente las historias del género suelen desarrollarse en un entorno urbano. Incluso extraen parte de su personalidad diferenciadora de la propia personalidad de las urbes en las que se desarrollan. Aquí la ciudad de Buenos Aires se mide con el impacto visual de esa zona rural, más marginal, donde crece un mundo paralelo, a la orilla del río. Allí los secretos mejor guardados pueden estallar en violencia y el crimen encuentra un caldo de cultivo primordial para desarrollarse.

Esa localización en la rivera del río imprime a Todos tenemos un plan personalidad propia en el notable ciclo de películas policíacas argentinas, que cuenta con títulos tan recomendables como Nueve reinas (Fabián Bielinski, 2000), Un oso rojo (Adrián Caetano, 2002), La señal (Ricardo Darín y Martín Hodara, 2007), El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) y Carancho (Pablo Trapero, 2010).

Pero además hay otro aspecto interesante para los aficionados al cine policíaco en este largometraje: respira el tono del “polar” francés en muchas de sus secuencias y en sus personajes. Los dilemas del protagonista, que se mueve entre la libertad y la angustia, le convierten en una criatura del existencialismo. Por ese camino, el doble personaje interpretado por Vigo Mortensen tiene puntos en común con los que habitan algunos de los ejemplos más destacados del film noir francés e incluso se acerca a algunos habitantes de la Nouvelle Vague en sus homenajes al género negro.

Mortensen es el actor perfecto para este tipo de personaje que se encuentra perdido en tierra de nadie. No pertenece del todo ni a la ciudad ni al río, al contrario que su hermano gemelo, totalmente integrado en el río, y del que parece ser una sombra. La trama tiene algunos ecos bíblicos de la historia de Caín y Abel, pero sobre todo es una historia sobre gente que está perdida. Y Mortensen vuelve a sacar partido a su capacidad para expresarse con la mirada, en un diálogo reducido al máximo donde se dice mucho con muy pocas palabras. Ese tipo de interpretación puede despistar a algunos, haciéndoles creer que el actor es inexpresivo, cuando en realidad ocurre justo lo contrario: saca el máximo con lo mínimo.

También merecen atención especial las dos mujeres de la historia. Como en toda historia de cine negro, ellas parecen tener un plan cuando ellos sólo quieren seguir viviendo y ver qué pasa. El diálogo se hace eco de esta idea. Encontramos en la película dos mujeres más fuertes e independientes que los hombres que habitan la historia. Dos mujeres que al contrario que ellos están dispuestas a buscar el camino para dejar de estar perdidas. Ellas sí tienen un plan para salir del laberinto en el que se encuentran. Ellos no. Igual que las palabras medidas en el diálogo, Claudia (Soledad Villamil) y Rosa (Sofía Gala), son otro ejemplo de la economía narrativa y dramática que caracteriza a Todos tenemos un plan. Aparecen poco en la trama, pero todas sus apariciones son esenciales y las hacen crecer como personajes. Además son fundamentales para mostrar cómo frente a su verdad, las mentiras de los personajes masculinos les hacen ir difuminándose, hasta extinguirse.

Estas claves juegan con el espíritu del cine negro en una trama que incluye también momentos de violencia muy verosímiles y doblemente inquietantes porque resultan totalmente creíbles. Los asesinatos que tienen lugar en la historia y sirven para diferenciar sus distintas fases o capítulos, no están adornados para la ficción. Lo más inquietante de esas muertes es que muestran lo fácil que puede llegar a ser matar. Privadas de todo adorno y casi en clave documental, las muertes abren nuevos signos de interrogación sobre la moral de los personajes, impidiendo que el espectador pueda acomodarse en una identificación fácil y gratuita con alguno de ellos. Es inevitable que como espectadores nos identifiquemos con el protagonista, pero vive en la mentira y perseguido por una muerte, lo que nos mantiene en doble tensión siguiéndole los pasos a lo largo de la trama. Es en ese terreno donde el aplomo de Vigo Mortensen para trabajar con pocas palabras crea un personaje de gestos y miradas que no deja de obligarnos a plantearnos preguntas sobre quién o qué quiere llegar a ser realmente y qué queremos nosotros que sea como espectadores.

Es un juego interesante respaldado por un personaje de villano que es también una víctima del laberinto en que se convierte la trama: Adrián (Daniel Fanego), perdido en su propio ejercicio de violencia. Y solo. Tremendamente solo.

En conclusión: un muy recomendable ejercicio de cine negro en paisaje poco habitual, con excelente trabajo del reparto y una dirección valiente que no se entrega al recurso fácil y se atreve a buscar en los personajes algo más que los tópicos del género.

Miguel Juan Payán

{youtube}3xKXUb6lWkY{/youtube}

COMENTA CON TU CUENTA DE FACEBOOK

Artículo anterior
Artículo siguiente

AccionCine - Últimos números

Paypal

SUSCRÍBETE - PAGA 10 Y RECIBE 12 REVISTAS AL AÑO

Artículos relacionados

PUBLICIDAD

Últimos artículos