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sábado, abril 27, 2024
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Trash, ladrones de esperanza ***

Trash, ladrones de esperanza ***Trash, ladrones de esperanza. Cuento de cine negro ambientado en la pesadilla de las favelas brasileñas.

Mirando a cámara para darle un cierto tono documental al asunto, en clave de celuloide encontrado, unos niños denuncian el caso de corrupción que les ha puesto al borde de la muerte a manos de la policía corrupta del lugar. Son niños de catorce años, pero esta película les echa encima el encargo de ser héroes urbanitas como cualquier otro protagonista de las fábulas del cine negro más tradicional, variante crook story, claro, porque son habitantes de las favelas, viven de lo que cosechan en los montones de la basura que van a parar al vertedero y proponen una manera distinta de mirar al Brasil de postal internacional promocionado a base de grandes acontecimientos deportivos.




Estamos por tanto ante un cuento urbano alternativo a las fábulas urbanitas de niños intrépidos e imparables que nos propone el cine norteamericano. Imaginen una versión oscura, tejida en el tapiz de la miseria material más absoluta y vergonzante para el resto de la humanidad, de peripecias con protagonistas infantiles estilo Los Goonies o Cuenta conmigo. Ahora piensen en un híbrido de las mismas con Los olvidados, de Luis Buñuel. Y dejen que el caldo cinematográfico resultante se cueca al fuego lento de la corrupción y el disparate urbano y social de las favelas. El resultado es este cuento con tonos de pesadilla que se despliega como una película de persecución trepidante y está entre lo mejor y más entretenido que hemos visto en cine de intriga en el presente año. Además del brillo que le dan los tres protagonistas infantiles al asunto, encontramos en papeles de reparto el refuerzo notable de Martin Sheen en un papel algo tópico que no obstante y como estaba previsto el gran actor sabe resolver de sobra para dotarlo de verosimilitud y de una entidad emotiva de la que carece en guión, y Rooney Mara haciendo lo propio con su personaje,  tan esquemático como el sacerdote interpretado por Sheen pero con algo más de participación en la historia principal, si bien sale de la misma de manera abrupta y entra en una elipsis que produce no tanto la sensación buscada por el espectador de que hay cosas que no se pueden contar como de que nos han escamoteado parte de la información de qué le ocurre a ese personaje cuando se aparta de la acción principal en el momento en que el relato entra en su tercer acto, camino del desenlace, en el que reaparece de manera un tanto abrupta.

De hecho, lo más débil o flojo de la propuesta está en su desenlace. Es una película recomendable en el 95 por ciento de su metraje, pero en el final cae en la trampa del cierre un tanto forzado de los personajes principales, y además se reviste con un tono algo panfletario que añadido al tono forzadamente optimista de sus conclusiones estropea el buen ritmo y la visión tenebrosa y oscura que nos había estado ofreciendo de manera prácticamente impecable durante el resto de su metraje. Si el relato acaba con el plano de Sheen mostrándole el dibujo de Gabriel a Rooney Mara habría sido un final mucho más coherente con todo lo anterior, más sólido y maduro, menos autocomplaciente. Hasta lo que ocurre en sus cinco minutos finales, la película es bastante buena, y merece la pena verla. Pero ese final no pega ni con cola con todo lo que hemos visto previamente, no encaja con los planos de los espigadores de basura, con la manera en la que muestra la paliza de la policía a uno de los protagonistas, o con la visión de esa cárcel donde se hacinan los reclusos en condiciones lamentables… Todo ello hacen muy recomendable esta película, pero queda puesto en evidencia por un final errado.

Miguel Juan Payán

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