Crítica de la película Un amigo extraordinario
Una de las más interesantes (y más manipuladoras) películas del año.
Trabajo de calidad, y muy curioso en su planteamiento, para un Tom Hanks que encuentra no tanto un papel a su medida como un proyecto y personaje que forzosamente necesitan precisamente de este actor para poder salir adelante con la solvencia con la que se desarrolla Un amigo extraordinario.
Ya desde el primer momento exige esta película al espectador que se someta a la posibilidad de jugar con la idea de la película que dirigirse a los adultos como si fueran niños. Lo que da lugar a unos momentos que inquietud o desubicación iniciales perfectamente pensados y orquestados para poner al público en una situación de vulnerabilidad similar a la que va a sufrir el co-protagonista de la historia, interpretado por Matthew Rhys.
La película se convierte así en una muestra de la fórmula aplicada por el protagonista, Fred Rogers, al que da vida Tom Hanks, en su abordaje de los programas infantiles televisivos.
Es una fórmula que desde el extrañamiento que nos propone inevitablemente me ha recordado otras películas absolutamente distintas pero que partían de similar ejercicio de proponer al espectador el juego inicial de la desorientación respecto a las propuestas más apegadas a la fórmula, el género, lo previsible, como son Adaptation (El ladrón de orquídeas) (Spike Jonze, 2002), Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 1999), pero con un principio que me recuerda El show de Truman (Peter Weir, 1998).
Insisto una vez más, para que no se despisten los amigos de la lectura precipitada que conduce a la incomprensión del mensaje leído, que no estoy afirmando aquí que Un amigo extraordinario sea una variante de esas películas o tenga con ellas más parentesco que el de ese extrañamiento inicial del espectador y esa capacidad para ponernos obstáculos para ubicarnos en la historia rápidamente, de manera que esa desorientación opere come mecanismos para poder pillarnos desprevenidos.
Más claro: empieza como una película rara, que se asienta porque está ahí Tom Hanks para ganarse nuestra atención, nuestra paciencia, con un personaje que en algunos momentos iniciales de la trama incluso se me antoja algo creepy, con la cancioncilla y el tonillo manipulador de su mensaje.
De hecho, y esto es lo que me interesa de la película, es que tras su buen trabajo se oculta una manipulación emocional del espectador que llega a un nivel casi mágico cuando en un momento de la trama el personaje de Hanks lanza una propuesta al periodista co-protagonista de la película y rompe la cuarta pared.
Naturalmente me negué a seguirle el juego porque soy un cínico y no compro un solo segundo del mensaje conciliador y buenista que nos propone la trama, pero esa es mi opción, y hablando desde la objetividad, ese momento es uno de los más curiosos e interesantes que vamos a ver este año en el cine, porque mirado desde mi punto de vista cínico y desconfiado, abre la puerta a una reflexión sobre lo fácilmente manipulables que es el público en nuestro tiempo.
Una de las maniobras más astutas, y me temo que infalibles del cine de 2020 vive en esta película, y recomiendo que, cual si se tratara de un test de Rorschach, se sometan a esta interesante película para medir su credulidad a este tipo de encantamientos de serpiente.
Merece la pena. Y hasta puede que salgan del cine sanados de su iracundia. Yo he preferido quedarme con mi iracundia voluntariamente, pero ustedes no tienen por qué hacer lo mismo.
Y la película es buena y sabe cómo lidiar con los riesgos de acercarse al melodrama sin fenecer en sus brazos.
Y Hanks hace uno de sus mejores trabajos. Y también, a mis ojos, su personaje más creepy e inquietante.
Miguel Juan Payán
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