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viernes, enero 17, 2025
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Un dios salvaje ****

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Una divertida comedia sin miedo a satirizar la sociedad bienpensante y buenrrolista que nos hemos inventado con el infundio de lo políticamente correcto. Polanski regresa con toda la artillería de su talento para poner su probada astucia como director al servicio de la adaptación de la obra teatral de Yasmina Reza. Y da una lección de cómo adaptar teatro al cine sin hacer teatro filmado, bidimensional o plano. Un dios salvaje es una película plena de sentido cinematográfico tanto en su planteamiento visual como en el dinamismo de sus diálogos, servidos de lujo por su cuarteto protagonista.

Teniendo en cuenta esos mimbres, la película es por un lado una comedia desternillante y al mismo tiempo un dibujo o testimonio de nuestra sociedad, pero junto con su indudable eficacia como pieza de humor de ritmo envidiable, es todo un  laboratorio para aprender cómo contar cosas en el cine.

Habituado a explotar los espacios interiores por los que pasean sus personajes con el máximo de rendimiento cinematográfico (ejemplos no faltan en algunas de sus películas más interesantes, como El cuchillo en el agua, Repulsíon, El quimérico inquilino, La muerte y la doncella, La semilla del diablo…), Polanski saca el máximo partido a las evoluciones de los cuatro monos supuestamente sabios pero inevitablemente imbéciles que habitan esta historia de apariencias tras la que se oculta un puñado de verdades demoledoras. Pero en lugar de darnos la brasa, la paliza o la plasta con un discursillo en plan homilía, como hacen algunos pregoneros que entienden mal el cine de autor o torturan al personal con sus pajas mentales sobre la existencia, Polanski se alía con el texto de Yasmina Reza y hace de su película algo parecido a esos espejos que nos devuelven nuestra propia imagen deformada hasta provocarnos la risa, sin ocultar una de las verdades que definen a la comedia en cualquiera de sus formas: que detrás de cada risa se oculta siempre un punto de tristeza, cuando no una seria tragedia, como por ejemplo en este caso habernos convertido en una tribu de gilipollas que cada día progresan más en agilipollar a nuestra civilización.

Lo bueno de la película de Polanski es que toda su autocrítica y el abundante vitriolo que vierte sobre sus personajes en esta metáfora tan fácilmente aplicable a las miserias de nuestro presente, entre las cuales posiblemente la más grave sea esa preocupación ya francamente insana sobre las apariencias que deberíamos haber superado como sociedad, nos llega servida a lomos de un encadenamiento trepidante de situaciones hilarantes y diálogos hirvientes que son un brillante duelo de esgrima entre los personajes.

Polanski les proporciona a sus cuatro protagonistas un auténtico caramelo para lucirse que posiblemente de como resultado alguna que otra nominación al Oscar, pero además, lo que sin duda es más importante, demuestra que la reflexión sobre cómo somos y cómo nos comportamos no tiene por qué ser un peñazo aburrido, sino muy al contrario.

La mejor muestra de ello es que se permite el lujo de no salir con la cámara de un par de escenarios, el interior del piso y el pasillo que da al ascensor de la casa. Es un entorno que Polanski encierra en el paréntesis de esos planos exteriores en el parque en el prólogo que le sirve para incluir los títulos de crédito iniciales y en el epílogo, en el mismo parque, donde nos suelta los títulos de crédito finales.

En el parque, unos niños que son el origen de todo el embrollo posterior de los padres, cuidadosamente encerrados en otro paréntesis, dos árboles. Esa misma situación y ángulo de cámara se repite al final, con los críos también entre el paréntesis de los árboles.

Y dentro del paréntesis, los padres frente a un conflicto que fácilmente puede servir como metáfora de muchas cosas. De la forma en la que están planteadas la geopolítica o los pactos a nivel internacional, de la ONU… y desde ahí hasta la última de reunión de vecinos en la que hayamos podido participar.

Y en ese espacio, que está dedicado a la crítica y el humor, Polanski tiene también algún que otro momento de guiño capaz de sembrar la inquietud, como el momento en que los padres de los críos están a punto de liarse a tortas cuando comparan sus trabajos y empiezan a hablar de los mecanismos de las cisternas o eset otro momento crítico en el que el padre y la madre del crío agredido bromean sobre el apodo de la madre del niño agresor sin darse cuenta de que tras ellos está el marido de la vilipendiada, mirándoles. Es esa tensión que recorre la historia bajo los ropajes de la comedia lo que resulta más inquietante de este viaje al interior rodado en interiores pero sin dependencia teatral.

Es importante en ese juego que menciono cómo maneja el director el espacio privado de los personajes, y su invasión por el resto de los protagonistas. Observado cuidadosamente,  es casi como la coreografía de un musical al que no le faltan ecos siniestros, porque Polanski consigue mantenernos en la intriga a base de hacernos pensar que en cualquier momento puede suceder cualquier cosa entre estos cuatro seres supuestamente civilizados obligados a compartir un espacio cerrado. Es en eso en lo que Un dios salvaje tiene mucho en común con otra obra maestra del humor negro e inquietante: El ángel exterminador, de Luis Buñuel. Es también en ese tapiz de dimensiones sólo aparentemente reducidas donde Polanski, director que ha mostrado también la solvencia de su talento en grandes espacios y paisajes como los de Tess o Chinatown, por citar sólo dos ejemplos particularmente significativos, confirma su habilidad para moverse en el entorno de lo privado, que como tal, suele ser lo más inquietante. El plano de arranque en el que el director presenta a sus cuatro protagonistas haciendo retroceder la cámara en un travelling que parte del personaje de Jodie Foster, el motor de arranque de la trama, que va a ser lógicamente el personaje que tenga un arco de desarrollo más pronunciado en la misma, es toda una declaración de principios sobre el tratamiento visual que va a aplicar a la brillante obra teatral de Yasmina Reza.

El resultado mejora sin duda La muerte y la doncella, su otra película “teatral”, para mi gusto menos afinada que ésta.

Miguel Juan Payán

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