Notable regreso del cine de aventuras a la cartelera con un buen despliegue de recursos y actores.
Más cerca de Las montañas de la luna (Bob Rafelson, 1990) que de clásicos como La reina de África (John Huston, 1951) o El hombre que pudo reinar (John Huston, 1975), pero indudablemente merecedora de figurar en la lista de lo más interesante que vamos a ver este año en el cine, Z, la ciudad perdida, no era un proyecto nada fácil de llevar a la pantalla. Principalmente porque al basarse en hechos reales queda atada a todo aquello que la realidad impone a la carga mitificadora y épica del género de aventuras. Pero a pesar de esa carga inicial, la película encuentra la manera de salir adelante como una de las visiones más maduras del género de aventuras que bien necesitado está de este tipo de propuesta, visto el ninguneo a que lo ha venido sometiendo el oportunismo y la hibridación a que es adicto el cine estadounidense cuando aborda este tipo de historias. Pongo un ejemplo para que quede más claro a qué me refiero: Los demonios de la noche (Stephen Hopkins, 1996), una excelente historia real de partida que al pasar al cine resulta entretenida y que me gustó por mi afición al asunto que aborda, pero sobre la que inevitablemente tengo que reconocer que perdió mucha personalidad y energía intentando ser “Tiburón en la selva, con leones”. Tampoco es que Z, la ciudad perdida, sea Aguirre, la cólera de Dios (Werner Herzog, 1972), una de las visiones más perturbadoras del género de aventuras que recuerdo haber visto en un cine. Y ciertamente su personaje protagonista –un miembro de la clase pija alta intentando recuperar fuelle social a base de arribismo por la vía del descubrimiento de ruinas y mundos perdidos en la selva- no me resulta tan simpático como los pícaros supervivientes y alucinados que nos propuso John Huston en El hombre que pudo reinar, basada en ese Rudyard Kipling que cita el diálogo de Z, la ciudad perdida, pero al que en mi opinión no acaba de adherirse o rendir homenaje. Pero la ventaja de esta película es que sí cuenta con un actor, Charlie Hunnam, que tiene toda la eficacia de una estrella tan clásica como Steve McQueen a la hora de ponerse ante la cámara para defender la parte aventurera del largometraje, y además, asociado a Sienna Miller con buena química, resuelve con brillantez la parte de más privada e íntima de la trama.
Hecho en falta, eso sí, el tono épico del perdedor que habría sabido sacarle un Huston a este asunto, con un pulso más firme tras la cámara. Ya he dicho en alguna ocasión que Hunnam me parece un digno heredero capaz de recoger el testigo del tipo de estrellato y personajes que encarnara en otras épocas el gran e irrepetible Steve McQueen, de manera que pienso que no habría desentonado nada en una película de John Huston, y con su aporte a este largometraje consigue darle a la película esa madurez y esa fuerza que puede faltarle para ser más próxima a los grandes clásicos del género en el que se desarrolla. Creo por porta parte que esa falta de vigor tiene que ver con el paulatino tono descafeinado, buenrrolista, bienpensante y flojeras que se va instalando en el cine con vistas a satisfacer vaya usted a saber qué clase de gustos dictados por el marcaje estricto de esa abominación de lo “políticamente correcto”. Por otra parte no creo que sea el tipo de género, personajes y asuntos con los que James Gray se sienta más cómodo, por mucho que su trabajo en Two Lovers me siga pareciendo muy bueno y dicha película una de las mejores historias románticas que he visto en el cine en los últimos años. De ahí se deriva que lo sentimental funcione bien en Z, la ciudad perdida, aunque en lo aventurero me deje con ganas de algo más de garra épica.
Miguel Juan Payán
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