Trece minutos para matar a Hitler. Tan interesante como El hundimiento. Una mezcla de géneros de gran calidad.
Intriga. Drama. Historia. Todos esos elementos se dan cita con muy buenos resultados en la nueva película de Olivier Hirschbiegel, director de El hundimiento. Tras varios intentos de abrirse paso en el cine norteamericano y en lengua inglesa el director regresa al territorio en el que ha dado sus mejores resultados para trazar el recorrido de un complot real para matar a Adolf Hitler y consigue incorporarnos plenamente como testigos del ascenso del nazismo en la Alemania rural, siguiendo los pasos de un hombre corriente, Georg Elser, que va a convertirse en el planificador y perpetrador de un intento para asesinar al dictador alemán. Lo interesante es que Hirschbiegel, sin renunciar a claves de intriga y tensión, y trabajando con gran habilidad el recurso del flashback, consigue prolongar esos trece minutos de tensión y los agónicos días de interrogatorio y tortura brutal a que es sometido su protagonista con una sucesión de imágenes de los días de su pasado que imponen el dominio del drama al tiempo que le permiten trazar un dibujo del ascenso del nazismo en la sociedad alemana.
Hirschbiegel juega la baza de tres fórmulas genéricas con un excelente rendimiento de la sinergia. El arranque del relato sienta las bases de una intriga momentánea donde además de aventurar el momento clave en el que la Historia podría haber cambiado radicalmente, coge fuerza para desarrollar una de las dos líneas centrales entre las que va a desarrollar su historia. Un drama de prisión y tortura que le permite hacer un dibujo de los métodos de represión y de la manera en la que la sociedad alemana y sus habitantes cambian con el toque siniestro del poder absoluto detentado por los nazis. En esa parcela el protagonismo de Elser, el hombre que intenta matar a Hitler, cede paso sutilmente al de los personajes en principio secundarios que le rodean en ese proceso: los dos policías que le interrogan y la secretaria que toma notas del interrogatorio. Es elegante y muy astuto mantener a los verdugos que le golpean cuidadosamente fuera de campo en casi todos los planos, para dejar todo el protagonismo de la tortura propiamente dicha materializado en el prisionero maltratado, y también destaca la manera en la que el director se contiene para mostrar sólo lo imprescindible sin dejarse arrastrar más allá de las fronteras del morbo gore de la situación. Nebe, el interrogador encargado de arrancarle la verdad al detenido, destaca en ese trío de personajes de los interrogatorios adquiriendo un creciente protagonismo que nos habla de su propio viaje en el seno del estado nazi e incluso cuenta con su conclusión visual al final del relato, por contraste con la aún más sutil pincelada que nos comenta como a pie de página de todo el drama que estamos contemplando la manera de contemplar el proceso de la secretaria, personaje al que Hirschbiegel parece otorgar la función de ser el alter-ego del espectador, nuestro representante-testigo en el mismísimo epicentro de los acontecimientos que se narran en esa parte casi policíaca de la película, que es la que por otra parte tiene vínculos visuales y narrativos más directos con El hundimiento.
Pero además la propuesta se enriquece aún más cuando entra a desvelar el verdadero tema de la película, que no es otro que el de la odisea de un hombre corriente, Elser, revelado en esta parte como auténtico protagonista de la historia, al que los acontecimientos históricos que le rodean van a transformar de testigo pasivo de la historia –es clara y está perfectamente expuesta con ligeras pinceladas, su postura de distanciamiento de la lucha entre comunistas y nazis- en un protagonista activo de la misma, siguiendo su viaje de toma de conciencia y de abandono de la apatía y el alejamiento individualista por la implicación directa, si bien que igualmente individualista, y el paso a la acción. Ese viaje de transformación de la apatía en acción está dibujado además astutamente como una historia de amor con la que podemos empatizar de manera sencilla como espectadores, y que abre otras posibilidades visuales y narrativas al relato. Además la peripecia sentimental y personal de Elser le permite a Hirschbiegel jugar la baza de la biografía del personaje real, esquivando cuidadosamente las trampas de simplificación y melodramatización excesiva que suelen acompañar habitualmente al biopic cinematográfico.
Miguel Juan Payán
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