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viernes, abril 19, 2024
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23-F ***

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Gran trabajo de Chema de la Peña y su amplio elenco de actores en la reconstrucción del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, con un Paco Tous inmenso en su papel como Tejero y otro tanto de calidad, talento y sobre todo gran astucia de perro viejo en esto de la interpretación por parte de Juan Diego, que da vida a Alfonso Armada.

Partiendo de un planteamiento que mezcla el documental y la reconstrucción de la realidad con claves de ficción por el camino de la intriga, 23-F me recuerda en alguno de sus aspectos a Siete días de mayo, dirigida por John Frankenheimer en 1964, un clásico en el género de intriga política. Aliado con sus actores, el director tiene la enorme inteligencia de no jugar al maniqueísmo ni buscar blancos y negros extremos, héroes y villanos. Todos los personajes son sólidos como tales porque no están gratuitamente satanizados: creen tener motivos para obrar de esa manera, compartamos o no esos motivos o esa manera de pensar. Eso les hace más humanos y creíbles. Y por ello, hace que todo, por verosímil y dramáticamente cercano, resulte más inquietante. Tejero enseñándole el Congreso como si fuera su casa al amigo que se acerca a verle y diciéndole: “y mira, aquí es donde tengo yo a los más peligrosos”,  señalando el lugar en el que ha reunido a Carrillo, González, Gutiérrez Mellado, Guerra y compañía, resulta casi entrañable, dentro de lo indudablemente inquietante de la situación.

El director ha elegido centrarse especialmente en la trama nuclear de la intentona golpista, lo que elimina otras opciones de desarrollo de la historia por la vía de la reacción al suceso en la calle, el papel de los periodistas y de algunas cadenas de radio privadas, como la Cadena SER, que sirvieron de clave informativa esencial en aquellos complicados momentos y en aquella noche tan larga. Lo cierto es que esa es una opción del director, y además muy coherente en lo referido a cómo contar la historia. No se puede abarcar todo de ningún acontecimiento histórico. Forzosamente, por cuestiones de lógica, orden y economía narrativa, hay que elegir un aspecto, y Chema de la Peña ha elegido contar la historia, principalmente, desde el punto de arranque del propio Antonio Tejero, al que vemos ante el espejo, disponiéndose a asaltar el Congreso. Cierto es que como decía una de mis compañeras, de la cadena SER precisamente, en la película se cita especialmente y sobre todo el hecho de que en Radio Nacional se está emitiendo música militar. Pero no es menos cierto que desde el punto de vista de los golpistas, y los que vivimos aquella larga noche lo sabemos (en aquella época estaba yo cursando Segundo de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid, dicho sea de paso), era un asunto crucial para el éxito o el fracaso de la intentona que los golpistas se hicieran con el control de Radio Nacional y Televisión Española, que eran los medios de comunicación estatales, públicos, aunque no pudieran silenciar a otros medios de comunicación. Chema de la Peña cita Estado de sitio, de Costa Gavras como una de sus inspiraciones, y ciertamente como aquella, 23-F es un relato que nos aclara los asuntos más destacados de la tarde y noche de aquella fecha, y  los puntos de inflexión que marcaron el posterior devenir del suceso.

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Tampoco abunda la película en el ambiente que se organizó en torno al Hotel Palace, que por lo que escuchamos en la radio y poco después vimos en televisión, debió ser una curiosa cita con la historia. Ni de cómo vimos el golpe los que no estábamos en puestos de decisión, sino simplemente mirando el asunto como convidados de piedra, desde fuera, bastante espantados la inmensa mayoría, por no tener la menor idea de lo que iba a ocurrir a continuación. A quienes son más jóvenes y no pueden percibir el asunto, les aviso que vivir dentro de una trama de intriga en la vida real es muy jodido e inquietante. De ahí que crea que es bueno que películas como ésta pongan en antecedentes a las nuevas generaciones sobre estos asuntos. De aquella tarde noche, cada uno tenemos nuestros recuerdos. Como muchos otros, un servidor vivió tiempos interesantes siendo niño y joven, el asesinato de Carrero Blanco, la muerte de Franco, el 23-F…, y de momentos como esos cada cual tiene su propio puzzle de recuerdos. Yo por ejemplo recuerdo especialmente dos cosas: las agallas que le echó el General Gutiérrez Mellado en el Congreso y la forma en la que Suárez intentaba convencerle para que se sentara, y la sensación de tranquilidad que me produjo escuchar a José María García, célebre periodista deportivo, haciéndose cargo de la narración de lo relacionado con el golpe en la hora de emisión de su programa, un rasgo de continuidad por encima de la excepcionalidad del momento. Lo que ocurre es que esta visión del 23-F no tiene como asunto central el trabajo de los periodistas en ese momento, sino fundamentalmente la acción de los golpistas y la reacción del Rey frente a los sucesos en el Congreso. Lo que sí dejan claro las escenas de periodistas informando incorporadas tanto en las imágenes documentales como en las filmadas para la película, con esa escena  del  informador que se mete el carrete de fotos en el calcetín o el cámara que sigue filmando incluso con la pistola el guardia civil debajo de las narices, es que Chema de la Peña consigue sacar petróleo de esas pequeñas pinceladas, dice mucho con muy poco.

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En eso como en todo el resto de la película, el director es sorprendentemente objetivo y equilibrado, no busca la épica ligera ni el subrayado gratuito de personajes o situaciones. Los actores se ven sometidos casi a un plan de mínimos sin altibajos dramáticos poco creíbles. No hay un intento de asemejarse físicamente a los protagonistas reales ni tampoco de imitar voces o comportamientos más allá de lo imprescindible. Se manejan en el terreno de la pincelada esencial para dejarle claro al público los acontecimientos y las posturas de cada cual, y en mi opinión lo bordan en los momentos clave. Y esto es extensivo a todo el reparto, con un Ginés García Millán que da vida a Suárez con una economía de gestos ejemplar, pero brillando en sus dos enfrentamientos con Tejero, o con un Fernando Cayo en ese enfrentamiento telefónico con el Armada versionado como criatura shakespeariana por Juan Diego. Cayo da vida al Rey Don Juan Carlos con gran solvencia, sin excesos ni alardes, sin exageraciones caricaturescas. Si algo no es esta película es una caricatura de nada ni de nadie. Muy al contrario: la avala la seriedad de sus planteamientos y de sus actores, que son los mejores aliados para meternos en la trama.

Miguel Juan Payán

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