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jueves, mayo 2, 2024
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The Mechanic **

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Un entretenimiento competente con unas resoluciones curiosas para justificar las secuencias de acción es el mejor aporte de esta nueva versión de Fríamente, sin motivos personales, la película que dirigió Michael Winner en 1972 con Charles Bronson y Jan Michael Vincent como principales protagonistas. El remake se titula con el mismo apelativo del protagonista y de la película original, The Mechanic, y el mecánico no es otro que Jason Statham, quien se mueve como pez en el agua en este tipo de encargos, y disfruta aquí de una compañía competente en la persona de Ben Foster, que es como una especie de Edward Norton en sus primeros tiempos, pero más sobrio, menos preocupado por impactar al público y más preocupado por componer su papel.

TRAILER

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The Mechanic ofrece además dos interesantes posibilidades. Por un  lado es una película que refleja en muchos de sus elementos y características las que fueran las claves del cine de acción policíaca de los 70, bastante más trabajado y mejor elaborado que la mayor parte de sus equivalentes en la propuesta de la cartelera de nuestros días. Así que, aunque como suele decirse, las comparaciones son odiosas, lo cierto es que la película puede servir para darnos una idea de qué falla en el cine de acción de nuestros días simplemente estableciendo la comparación que nos ofrece este largometraje. Por otro lado es un buen producto que, en contra de lo que suele ser habitual en nuestros días, mejora en varios aspectos el original, y en base a ello, acaba encontrando su propio camino de desarrollo con personalidad.

Por ejemplo empieza llamándonos la atención el cambio en la textura de toda la fotografía, que convierte la frialdad del original en un tono mucho más caliente, presidido por tonos amarillos que son como un baño de fuego solar en la mayor parte de las secuencias de la película, o por lo menos en todas aquellas que lo permiten. Así el azul frío que dominaba en la versión anterior se convierte aquí en una especie de olla a presión para los personajes que además se ve reforzada por la manera de planificar las secuencias, metiendo la cámara encima de los personajes en una coreografía de primeros planos que nos desvela sus rostros como un paisaje de tensión creciente finalmente llamado a estallar, especialmente en el momento en que ambos están escondidos al otro lado de la pared dispuestos a cumplir una de sus últimas misiones.

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Se modifica también la propia naturaleza de las misiones, así como la forma de mostrar cómo se llevan a cabo, esto es: asesinando sin que queden huellas ni pruebas de asesinato, consiguiendo que la  muerte pase por ser un desafortunado accidente o fallecimiento por causas naturales. Ese tipo de trabajos están mostrados en esta ocasión de manera diferente al original, pero de algún modo se las ingenian para seguir respetando en esencia el espíritu del mismo. El asesino interpretado por Statham, al contrario del que encarnara Bronson, es un parlanchín, nos suelta desde el principio un monólogo explicativo sobre su oficio que supongo imagino los artífices de la película pretenden atraernos mejor a la historia. Cierto es que con eso han facilitado el acceso del espectador al relato sin arriesgarse a que éste no se entere realmente de lo que está viento o en todo caso tenga dificultades para seguir el desarrollo algo más lento de la trama en la versión previa de Winner. Sin embargo pagan también un precio por apartarse del estoico protagonista de la versión anterior para darle a Statham más opciones de lucirse no solo en las escenas de acción asistemática y alocada, sino también en otras de mayor enjundia, como el momento en que ha de resolver el encargo referido a su mentor, encarnado por Donald Sutherland con la solvencia y el carisma que le caracterizan. Ese encuentro en el aparcamiento con Sutherland en la silla de ruedas, es mucho más interesante que la resolución que aplicaba Winner al original. Es por eso una buena escena para dejar claro que mientras algunas cosas eran mejores en el original, otras eran indudablemente peores, y juzgando las dos películas, el original, siendo una pequeña joya por su papel como pieza fundacional del cine de sicarios y asesinos a sueldos, era en general más plano y distante, menos cercano y emocionante que ésta nueva versión.

Soy un acérrimo defensor de la mayor parte de la filmografía de Michael  Winner, cineasta hoy injustamente olvidado por la mayoría, a pesar de que sus películas se convirtieron en una definición perfecta del momento que atravesaba el cine acción y la industria norteamericana en general en los años 70 y 80. Pero reconozco que el remake me ha ganado sobre todo merced al cambio radical de menor frialdad y más implicación directa que supone el fichaje de Ben Foster para encarnar al joven pupilo del protagonista. En la versión de Jan Michael Vincent el papel queda bastante desdibujado, poco claro, incluso en el desenlace. Sin embargo, en la nueva versión Foster se gana a pulso en cada plano una porción creciente de presencia y protagonismo que además enriquece al producto final, sin forzarlo. El imprevisible aspirante a sicario encarnado por Foster es uno de esos personajes que, dentro de este tipo de película –no debemos olvidar que esto no es Shakespeare, sino simplemente cine de acción y evasión-, gana a medida que progresa el desarrollo de la trama. Es así uno de los elementos con que cuenta The Mechanic para compensar aquellos otros en los que está en inferioridad de condiciones frente a la versión anterior, como la relación de Bronson con la prostituta a la que paga para que ejerza como su amante, o esa extraña y siniestra escena de suicidio con una de las novias del pupilo a la que el asesino encarnado por Bronston asiste, un momento muy “cine a la europea” tal y como entendían tal cosa los cineastas estadounidenses de los setenta.

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Luego, claro está, no falta el habitual despliegue físico de Statham, que no es Bronson, pero llena la pantalla con su previsible e incluso me atrevería a decir que esperado alarde hiperactivo en las secuencias de acción y tiroteo que se producen a partir de la hora de película. En las mismas tengo que hacer sin embargo dos críticas negativas. La primera es su innecesaria similitud de planteamiento visual y paisajístico, en las azoteas, con Crank, veneno en la sangre. La segunda es la manía de mover la cámara para simular una idea de secuencia trepidante que hiperboliza el frenetismo de los enfrentamientos innecesariamente. Uno de los grandes realizadores del cine de acción, Samuel Fuller, prologuista en muchos sentidos de lo que posteriormente iban a desarrollar gentes como Sam Peckimpah o Sergio Leone, nunca necesitó mover la cámara mareando al espectador y hurtándole información sobre quien está dando y quién está recibiendo para lograr que sus secuencias de acción expresaran con  lógica la crispación en la que viven sus personajes en títulos básicos como Invasión en Birmania, El kimono rojo, A bayoneta calada, Casco de acero, Uno rojo división de choque o La casa de bambú. Algunos directores del cine de acción actual podrían aprender mucho de cómo construía su cine este veterano.

Incluso encontramos un extraño “momento Funny Games” en la casa de una de sus víctimas, y la película se va deslizando hacia el territorio de Transporter, otro de los filmes taquilleros de Statham, con más tiroteos callejeros y persecuciones hasta llegar a un doble final totalmente innecesario que es hijo del más reprochable escapismo.

Así que la conclusión es que The Mechanic nos da una de cal y otra de arena. Tiene algunas cosas mejores que en el original, y otras peores, pero en su conjunto cumple con el objetivo de ser un entretenimiento capaz y más o menos bien resuelto.

Miguel Juan Payán

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