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jueves, abril 25, 2024
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Amor a medianoche ★★★

Amor a medianoche ★★★Scott Speer consigue transmitir las adecuadas sensaciones románticas en este remake de la cinta japonesa Taiyô no uta, dirigida por Norihiro Koizumu en 2006.

Los amores adolescentes atesoran desde Romeo y Julieta un subgénero propio y especial, dentro del paraguas diverso y profundo del romanticismo trágico. En la época de los grandes melodramas, las películas sobre sentimientos de parejas desgraciadas (tanto de naturaleza teen como adulta) eran esperadas con ansiedad por parte de las audiencias; las cuales no paraban en recatos a la hora de descargar su sufrimiento activo desde el patio de butacas, provocado por los problemas de los amantes traicionados por los finales felices, los cuales se juraban amor eterno en la pantalla.

Amor a medianoche pertenece sin ambigüedades a esta categoría de películas, que buscan abiertamente la emoción de los sentimientos condenados. Y lo hace a través de las huellas dejadas por la cinta japonesa Taiyô no uta (Norihiro Koizumi, 2006), en la que se basa la movie.

La traslación idiomática y situacional entre el largo de nacionalidad nipona y este remake estadounidense no ha modificado el núcleo de la historia. En ambas obras, la protagonista es una chica a la que no le puede dar el sol, debido a una enfermedad de carácter degenerativo. Esta muchacha vive enclaustrada en la habitación de su casa, y solo sale a la calle por la noche. A esas horas, en las que el astro rey se oculta, la dama aprovecha para hacer valer sus sueños de convertirse en cantante, interpretando sus composiciones en una estación de tren. En una de sus improvisadas actuaciones, la joven conoce a Charlie: un chaval que despierta en ella sensaciones extrañas, que esta pensaba ajenas a su limitada existencia.

Poco a poco, la pareja desarrolla una relación sólida y apasionada; aunque únicamente circunscrita a la franja que va de la puesta del sol a la madrugada, como si se tratara de una nueva versión del cuento de La Cenicienta, pero sin zapato de cristal ni embrujos de por medio.
Scott Speer se mete de lleno en la dramática historia de Katie y Charlie, con un posicionamiento menos poético que el utilizado por Koizumi; aunque igualmente válido y efectivo. Las situaciones de sentimientos desbocados, con música de fondo capaz de provocar la empatía directa e imágenes de postal, dominan buena parte del metraje del filme, y confieren a la película un peso notable a la hora de narrar el romance imposible de los protagonistas.

En este sentido, la química desplegada por Bella Thorne y Patrick Schwarzenegger ayuda a que el guion adquiera la adecuada verosimilitud. El dueto de intérpretes no escatima escenas en las que ambos aprovechan los ingredientes habituales de los filmes sobre amores de naturaleza teenager, y lo hacen sin complejos.

Speer comprende que acercarse a los efectos del primer amor entre dos personas que todavía no han cumplido los dieciocho años tiene parecer en algunos momentos un ejercicio de afectos excesivos. Lo que favorece a que este cuento moderno se perciba como lo que es: un vehículo para sufrir ante los desafíos románticos de unos jóvenes que sienten la tragedia en carne propia, en cuanto estos atisban los madrugadores rayos solares.

Jesús Martín

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