Divertida comedia de Clara Martínez-Lázaro, sobre la búsqueda del sentimiento maternal y la inmadurez vital.
El problema de la existencia, conforme se queman etapas en el proceloso camino de la vida, es la inexistencia de un manual de instrucciones, que indique a los incautos seres humanos cómo pasar de una edad a otra. La acumulación de aniversarios no suele venir acompañada de cambios en la maleta mental y de comportamiento, que todos portamos a cuestas hasta la caída del telón final; y eso provoca que existan los llamados outsiders, los cuales no se ajustan a la manera habitual en cómo los individuos maduran y se hacen “mayores” (cual las frutas que caen de los árboles).
Según los parámetros descritos, Emma (la protagonista de Hacerse mayor y otros problemas) es un outsider en toda regla. Su mejor amiga, Lola, tiene una relación estable con un abogado, y espera su primer hijo. Mientras, Emma no escapa de la confusión sentimental, con parejas de corto recorrido y trabajos que solo le sirven para vivir al día.
Alcanzar un cierto equilibrio le cuesta horrores a la citada mujer, y todo se vuelve más complicado cuando Lola y su esposo la escogen para ser la tutora legal del futuro bebé de la pareja. Entonces, el universo cotidiano de Emma se derrumba; y la situación se torna insostenible con la inesperada aparición de una posesiva compañera del colegio.
Clara Martínez-Lázaro conjunta con estos elementos una historia que alcanza el pretendido nivel de humor neurótico a través de la solvente interpretación de Silvia Alonso, en el papel de la desastrada Emma. La actriz entiende a la perfección los miedos e incertidumbres de su personaje, y los expone con naturalidad y verosimilitud en la pantalla.
Alonso y el resto del elenco son los que realmente dan sentido surrealista y cómico a un guion que peca de ser algo estereotipado y artificial. Un efecto de desánimo argumental que se nota ostensiblemente en la acumulación sucesiva de situaciones un tanto forzadas, que lo único que provocan es una cierta desconexión hacia lo que narra el filme.
En este sentido, muchas de las historias tangenciales que plantea la película (como la de la compañera de piso oriental, que roba las pertenencias a la protagonista) parecen surgidas de la improvisación, más que aportar un mínimo de coherencia a la trama principal. Un problema que, lejos de ser meramente puntual, se convierte en llamativo ante la incorporación un tanto descolorida del papel de la amiga obsesiva, o de los recelos de Emma para hacerse cargo del bebé que espera su amiga Lola.
Dentro de este esquema argumental, la presencia de actores como Antonio Resines y Verónica Forqué se atisba como demasiado deslucida y desaprovechada, con roles carentes de peso específico en la acción.
A pesar de los mencionados derrapes, Martínez-Lázaro acierta con el ambiente general de la cinta, y con el tono de locura urbana y generacional que une las desgastadas piezas del guion. Precisamente ese toque nostálgico, como de comedia española de los noventa, es lo que mejor funciona en la película, junto con la gestualidad cómplice y contagiosa de la convincente Silvia Alonso.
Jesús Martín
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