Muy superior a la anterior película en todos los aspectos. Aunque no se trata de una secuela de Annabelle, sino de una precuela. Una precuela de un spin off de Expediente Warren… sí, así es el mundo del cine hoy en día. Pero en esta entrega, por fin, hacen lo que prometieron y no hicieron en la anterior. Contar el origen de la terrorífica muñeca que se encuentra encerrada en la casa de los Warren para evitar que el mal que en ella habita cause estragos. Pero, ¿cómo llegó ese mal a la muñeca? ¿Qué terrible secreto esconde realmente? A eso responde por fin la película de David F. Sandberg, director de la muy interesante Nunca Apagues la luz, y lo hace de una manera más que interesante.
La película se abre con la historia de un matrimonio y su hija en los años 40, felices y encantados de la vida, hasta que la tragedia les golpea brutalmente. Años después, las jóvenes de un orfanato son acogidas temporalmente por el matrimonio, lo que lleva a que el mal que habita en la casa y en Annabelle, comience a acosar a las niñas. Por fin conoceremos cómo y por qué se creó la muñeca, en una historia que a los que nos criamos con los videojuegos de los 90 nos recordará indudablemente a la fantástica aventura gráfica The Seventh Guest, con aquel juguetero tan particular. Algo bebe de aquella esta precuela, y funciona más que bien.
Por un lado el reparto se defiende a las mil maravillas. Y eso pese a uno de los defectos de la película. Unos diálogos que no van a ser material de Oscar precisamente, y algún tópico (el grupo de niñas especialmente o el marido taciturno) que podría tirar de espaldas. Pero en el caso de los adultos, con Anthony LaPaglia y Miranda Otto, y en el de las niñas, especialmente Lulu Wilson y Talitha Eliana Bateman, los actores saben escapar de esos clichés y aportar la suficiente personalidad a los personajes como para que nos preocupen e interesen. Eso es lo que provoca que los espectadores respondan bien al peligro y los sustos, porque nos interesa el destino de los personajes y qué les puede suceder.
Por otro lado su director, Sandberg, vuelve a demostrar su pericia tras las cámaras, especialmente en el trato de las luces y las sombras, una de las claves de Nunca Apagues la Luz. Dosifica sustos y aprovecha la oscuridad y las sombras para que siempre estemos buscando entre ellas un movimiento, una señal de peligro. Además existe un gran contraste entre ellas y las zonas iluminadas, y Sandberg se muestra particularmente ingenioso con el encuadre y los movimientos de cámara. Sí, la historia no sorprende precisamente, pero es en cómo está contada donde reside su talento y donde se aprovecha la misma. Una buena película de terror, que es mucho en los tiempos que corren, todo un éxito de verano en USA y una muestra de que no hay que ser memorable, simplemente hacer las cosas bien y dar al espectador un más que sólido entretenimiento.
Miguel Juan Payán
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