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miércoles, mayo 1, 2024
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Anonymous ****

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Anonymous es, posiblemente, una de las sorpresas más gratas que vamos a encontrarnos en una sala de cine este año. Siempre he manifestado una especial animadversión por el cine de Roland Emmerich, director alemán propenso a soltar un ladrillo cinematográfico tras otro hasta el punto de que bien podía haberse dedicado a la albañilería en lugar de hacer cine. Lo mismo hasta se lo habíamos agradecido. Pero después de ver Anonymous, soy un nuevo converso. Emmerich es capaz de dirigir con mucha lucidez e inteligencia y de hacer buenas películas. Por momentos, grandes películas, como es el caso de Anonymous. No se me caen los anillos por admitirlo y por quitarme el sombrero.

Porque si de algo adolecía realmente el cine de este director en el pasado, es de personalidad. Sus obras eran planas como Holanda, ramplonas en todos sus aspectos, con una sobredosis en la mayoría de efectos visuales que no sustituían las enormes carencias de sus guiones y que siempre andaban escasas de emociones reales que nos implicasen en la historia y nos hiciesen partícipes reales de lo que sucedía en pantalla. El ritmo provocaba muchas veces que fuesen películas aburridas o insípidas, carentes de épica cuando realmente ésta era necesaria y, muchas veces, con un exacerbado sentido del patriotismo americano que a un director alemán le afeaba el gesto.

Por eso siento tanto entusiasmo con esta película. Porque ni todo está escrito en el mundo del cine, o al menos la forma de contarlo, ni hay directores insalvables. Cualquiera puede pegar un giro a su carrera y hacernos disfrutar de dos horas de excelente cine, cambiando completamente aquello a lo que nos tenía acostumbrados por algo mucho más maduro, más inteligente, mejor escrito y brillantemente dirigido.

Quizá algo de culpa la tenga el guionista John Orloff, que ya había dado muestras de su talento en la miniserie de televisión Hermanos de Sangre, o en la película Un Corazón invencible. Un tipo con clase y que sabe infundir vida a sus personajes, algo de lo que el cine de Emmerich siempre padecía, con películas llenas de marionetas más que de personas. Aquí hace un doble salto mortal al convertir los personajes de la época de la reina Isabel, con William Shakespeare a la cabeza, en seres de carne y hueso que habitan su peculiar mundo (no tan distinto del nuestro), presentando una peculiar teoría sobre las obras de uno de los autores más importantes de la historia de la humanidad, y haciendo crecer, a partir de ello, un drama humano y político que hará temblar los cimientos de la sociedad de su época.

Una de las cosas brillantes de la película es cómo logra involucrarnos en la historia, desde el primer minuto, jugando con la ficción de la autoría o no de Shakespeare, para contarnos una historia mucho mayor y más compleja. Lo importante al final no es el autor, sino la obra, y de hecho William Shakespeare tiene una importancia en la trama realmente secundaria. Lo importante es la lucha de poder, las envidias y miserias de la corte y de los escenarios, las intrigas y las conspiraciones, y, ante todo, las obras mismas de teatro, piezas maestras universales de la literatura que son el verdadero motor de la historia. Como recuerda el personaje de Ben Johnson, “Si alguien recordará nuestra época, será por estas obras”.

Sabe jugar Anonymous con unos curiosos saltos temporales a modo de flashback que nos cuentan la vida del conde de Oxford hasta llegar a la época donde la verdadera historia tiene lugar. Con una elegancia, un ritmo y una puesta en escena digna de elogio, con multitud de giros argumentales y sin dejarse llevar por la emoción de cambiar la historia para darnos un final que contente a todo el mundo. Rhys Ifans da vida a Oxford en su madurez en un papel distinto a todo lo que habíamos visto antes del actor, perfectamente inclinado a las nominaciones a los premios de este año, y acompañado de un reparto donde Vanessa Redgrave, Sebastian Armesto, Rafe Spall o Joely Richardson están simplemente brillantes.

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Además el talento de Emmerich brilla en momentos como su forma de enfocar las obras de teatro, y el modo de sacar épica de algo que es por muchos conocido. El enfoque nuevo, por ejemplo, del discurso del día de San Crispín, que está lleno de una fuerza y una épica que nunca antes había tenido su cine, nos llevan a emocionarnos con el teatro y con cada nueva obra. El poder de la palabra unido a una narración ejemplar nos une al relato y nos da una visión totalmente nueva de la historia.

Y el director sabe hacer crecer esa historia en torno a los personajes, llevándonos entre conspiraciones, traiciones, vendettas y derrotas con maestría. Baste como ejemplo esa reina Isabel que parece senil y cómo con unas pocas líneas de diálogo demuestra saber más de lo que cuenta. O la histórica muerte de Marlowe. O la encerrona final que sufren los protagonistas… Aunque en Inglaterra levantará ampollas por cómo trata a algunos personajes supuestamente intocables (la imagen de vividor, golfo y algo memo que da de Shakespeare, la imagen de la reina), muchos deberían darse cuenta de que esto, a fin de cuentas, es una película, y no un documental. Si uno se quita los prejuicios, a los pocos minutos camina por las calles de un Londres sucio, lleno de barro y de miseria, pero también de brillantez y de genios. Un Londres creado en estudios alemanes, pero que da la sensación de ser una enorme ciudad viva, que respira, que se ensucia y que sangra.

Y todo ello enlazado con algunas de las mejores piezas del teatro universal. Es cierto que se le va un poco la mano con el metraje y tiene una duración excesiva que podía haberse aligerado. Y es cierto que tanta literatura hace algo difícil la película para quienes busquen algo más ligero con lo que simplemente pasar el rato. Pero también es cierto que si la película fuese nominada a todos los premios del año, servidor no se sorprendería, porque hay mimbres y pruebas de gran película tras sus imágenes. Y todo ello de la mano de Roland Emmerich.

Por muy difícil que resulte de creer.

Jesús Usero

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