Crítica de la película Asesinos de élite
Potente propuesta de cine de acción e intriga con sabor a cine de los setenta y secuencias espectaculares. Asesinos de élite es cita ineludible para los que seguimos pensando que el cine trepidante tiene un sitio entre los títulos interesantes de cada temporada y merece ocupar un puesto destacado en la cartelera como herramienta de diversión y evasión rodada con calidad.
Basada en parte en hechos reales y tomando como punto de partida el libro de Ranulp Fiennes, miembro de las SAS, fuerzas especiales del ejército británico, que participó en una misión de eliminación de los miembros de la familia de un jeque para facilitar una maniobra de gestión y control del petróleo, Asesinos de élite no tiene nada que ver con aquella otra película de Sam Peckimpah titulada The Killer Elite, que en España conocimos como Los aristócratas del crimen, filmada allá por 1975 y que a decir verdad resultó ser una de las más flojas del director de Grupo salvaje o La huida. Sin embargo comparte con ella la profesión arriesgada de sus protagonistas, que también tienen cierto aire familiar a los que protagonizaron otra película con Robert De Niro en el reparto, Ronin, dirigida en 1998 por John Frankenheimer.
La historia arranca en los años 80, un retorno al pasado que nos sitúa en un momento de caos geopolítico y facilita el caldo de cultivo para la primera escena del largometraje, que gira en torno a un asesinato que permite comprobar el pulso firme y la solvencia con la que el director va a manejar las secuencias de acción de una película que en contra de lo que pudiera sospecharse no va a volcarse sólo en lo trepidante, sino que prefiere seguir una fórmula más próxima a la de la saga de Jason Bourne, haciendo que la acción sea el complemento de una competente trama de intriga. Para ello el director ha elegido una estrategia que no suele fallar: el protagonismo bicefálico. Esto es: la trama queda dividida según dos protagonistas principales que lógicamente están en lados opuestos de la misma y por tanto se enfrentan durante todo el metraje.
Por un lado tenemos al asesino a sueldo encarnado por Jason Statham, que sale de su retiro dejándose en el horno sentimental una relación a medio cocer para ayudar a su mentor y colega, interpretado por Robert De Niro en uno de los papeles de secundario-estrella más sólido que le hemos visto en los últimos años, auténtico eco de sus personajes más completos de antaño, y que además se complementa con buena química con Jason Statham. Dicho sea de paso, sobre éste último después de Blitz y de Asesinos de élite va llegando la hora de que sus detractores más recalcitrantes empiecen a reconocerle talento y méritos que le ponen por encima del simple monigote de acción trepidante.
En el otro extremo tenemos a un ex militar veterano de las fuerzas especiales británicas al que da vida Clive Owen, empeñado en proteger a las víctimas del nuevo encargo del asesino, un grupo de comandos de las SAS.
La película se construye por tanto como un juego de caza del gato y el ratón, con Owen ocupándose casi siempre de la parte más ceñida a las claves de la intriga, en un registro similar al que ya cubriera en The International: dinero en la sombra, y que le encaja como un guante. Mientras Statham hace lo que mejor sabe hacer, habitar en las claves de la acción. La bicefalia permite además que cada uno de estos dos protagonistas incursione en el territorio del otro, generando una tensión que añade partes de intriga en la sucesión de asesinatos que va cometiendo el personaje de Statham del mismo modo que el de Owen incursiona en momentos de acción, hasta que ambos acaban cruzándose, dando lugar a un varios enfrentamientos filmados con la misma energía intensa de frenético intercambio de golpes que caracteriza los combates incluidos en la saga de Jason Bourne. En ese juego del ratón y el gato no hay buenos ni malos, sino que todos son lo que afirma el título de la película, asesinos.
Hombre, está claro que no estamos ante un ejercicio de intriga del nivel de la excelente Munich de Steven Spielberg, pero sí se trata de una competente película de intriga y acción bastante completa y con un ritmo que en ocasiones recuerda el de destacadas muestras del género en los años setenta, como Scorpio (Michael Winner, 1973), o algunas intrigas del policíaco británico protagonizadas en esa misma década por Michael Caine, como Asesino implacable (1971) o El molino negro (1974). Además, como ya he dicho, me recuerda otro buen ejemplo intriga y acción de los noventa, Ronin y a caballo entre ambas cosas, por completar la telaraña de referencias que me vinieron a la memoria mientras la veía, también Chacal, con un ritmo a medio camino entre la gran versión dirigida por Fred Zinnemann en 1973 y la actualización rodada por Michael Caton-Jones en 1997 con Bruce Willis y Richard Gere (otro caso de protagonismo bicefálico) al frente del reparto.
“Matar es fácil. Vivir con ello es lo difícil”, afirma uno de los personajes en esta recuperación del cine de intriga y acción con claves sólidas y sin tomarle el pelo al público, con actores que convencen y ayudan a que aceptemos sus personajes aportando verosimilitud a la trama. Si es caso, falla algo ese empeño algo reiterativo de utilizar el flashback para construir una historia de amor que resulta ajena al resto, como impuesta a título de adorno de cara a la taquilla, aunque ciertamente sirva para darle a De Niro la oportunidad de lucirse en la escena de la persecución en el metro, una de las mejores de la película, lo cual redime todo el embrollo sentimental que le buscan al personaje de Statham y prácticamente hasta ese momento podíamos pensar que no viene a cuento. Casi se diría que la película contiene una especie de reconocimiento de la flojera que afecta a esos flashbacks sentimentales sin los que podría pasar perfectamente el resto de la trama en ese diálogo donde un personaje le dice a otro: “Enséñame una mujer guapa y te enseñaré a un hombre hasta las narices de la chica”.
En todo caso puede perdonársele esa innecesaria guinda romántica porque toda la parte de intriga y acción es sólida, está bien servida y es interesante.
Miguel Juan Payán