Atrapada en la oscuridad, ejercicio de suspense con poco que aportar a la fórmula más allá del duelo Keaton y Monaghan.
Atrapada en la oscuridad es un intento de replicar la fórmula argumental de Sola en la oscuridad (1967), clásico del cine de suspense dirigido por el veterano director de las primeras entregas de la serie Bond, Terence Young, y protagonizado por Audrey Hepbrn, Alan Arkin y Richard Crenna. Aquella pequeña joya de la intriga cinematográfica se basaba en una obra de teatro de Frederick Knott, pero su traslado al cine no era en absoluto teatral, sino plenamente cinematográfico. Sacando el máximo partido a sus grandes actores, Young consiguió filmar una de las fábulas urbanitas más inquietantes a base de convertir la limitada geografía por la que se desplazan los personajes en un laberinto de situaciones capaces de crear una intriga creciente con varios giros y sorpresas en cuanto a las verdaderas intenciones de los personajes.
Frente a ese ejercicio tan brillante, esta especie de remake no declarado resulta bastante modesto y un punto televisivo en sus maneras visuales, acercándose peligrosamente en algunos momentos a las trazas del telefilme. Pero al mismo tiempo sirve para demostrar, por comparación con Sola en la oscuridad, algunas de las características que marcan el cine de nuestros días. Su director, Joseph Ruben, siempre ha demostrado ser un narrador eficaz al estilo de los artesanos que trabajaban por encargo en el sistema de estudios de Hollywood. Se mueve con solvencia en todo tipo de géneros y es especialmente hábil en ponerse al servicio de sus estrellas para facilitarles el máximo lucimiento con tramas muy simples y con frecuencia previsibles. Encontramos numerosos ejemplos de ello en su filmografía, títulos como Durmiendo con su enemigo, con Julia Roberts, Solo ante la ley, con James Woods y un joven Robert Downey Jr., Regreso al paraíso, con Anne Heche, Misteriosa obsesión, con Julianne Moore y El buen hijo, con Macaulay Culkin y Elijah Wood. Todas ellas se ajustan a la misma fórmula que aplica en Atrapada en la oscuridad. Ruben tiene no obstante tres películas más curiosas: La gran huida, una fantasía estrenada en 1984 y protagonizada por Dennis Quaid, Max Von Sydow y Christopher Plummer que vino a ser una especie de variante aventurera de ciencia ficción de las claves argumentales sobre el viaje por los sueños de la terrorífica Pesadilla en Elm Street, El padrastro, de 1987, en mi opinión su mejor thriller, con un joven Terry O´Quinn años antes de ganar el estrellato en la serie Perdidos, y Asalto al tren del dinero, con el dúo Wesley Snipes-Woody Harrelson protagonizando una especie de variante urbanita y en metro de Dos hombres y un destino en plan comedia de acción con Jennifer López completando el triángulo.
El repaso a la filmografía viene a cuento para dejar claro que la originalidad y el toque de autor no ha sido nunca su fuerte y por otra parte tampoco lo ha requerido para elaborar eficaces productos de evasión y entretenimiento basados esencialmente en la personalidad de sus estrellas. Ese es el mismo planteamiento que se da en Atrapada en la oscuridad, donde obviamente el director vuelve a ponerse al servicio de la estrella y en este caso también productor, Michael Keaton, que es junto con su compañera de reparto, Michele Monaghan, la principal baza para defender ante el espectador este suspense cargado de tópicos y momentos previsibles pero moderadamente entretenido. Se impone por tanto la máxima simplificación de la fábula para el público y la obviedad. Se explica y se justifica en exceso todo aquello que en Sola en la oscuridad no era necesario explicar o justificar, como el motivo de la ceguera de la protagonista, que permite adornar la fábula de intriga interiorista y urbanita con unas innecesarias escenas de hazaña bélica en la apertura del relato a modo de prólogo, o la introducción de una persecución por las escaleras y el sótano del edificio que intenta abrir el paisaje limitado en el que se desarrolla el núcleo del relato en un vano e innecesario intento de “airear” el mismo con una secuencia de acción que rompe totalmente el vínculo establecido entre el espectador y la protagonista ciega en las secuencias anteriores, al someternos al vértigo de los planos de la escalera, que la protagonista no puede ver, y además mostrarnos esos planos y a ella corriendo desde el punto de vista de su perseguidor. Por otra parte visualmente esos planos son poco originales, la persecución carece de verdadera tensión y para rematar la faena acuden a un manido recurso de meternos por la fuerza y a trompicones, de manera burda y claramente telefílmica, en los recuerdos de la protagonista acudiendo a esas secuencias bélicas de apertura ya mostradas anteriormente. Un recurso tópico, auténtica ordinariez narrativa, que rompe con todas las claves que otorgan su verdadera eficacia a este tipo de intrigas y que se repite en el desenlace con los fuegos artificiales.
Esa obviedad de telefilme, ese trabajo con tópicos como la mancha de sangre que se extiende por el suelo, hacen finalmente un trabajo de lastre sobre lo que debería haber sido un interesante duelo de actores girando en torno a una sucesión de sugerencias y anticipaciones del peligro que no existe en toda la película. La habilidad de Keaton para ponerse siniestro no es suficiente motor para hacer remontar el vuelo a esta producción de intriga entretenida pero sin grandes alardes.
Miguel Juan Payán
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