Crítica de la película Blancanieves de Pablo Berger
Dice Pablo Berger, director de esa primera muestra que fuera toda una declaración de intenciones cargada de talento y originalidad allá por el 2004 y que fue Torremolinos 73, que su Blancanieves, esta Blancanieves, es un cuento en imágenes que se ha de vivir como una experiencia sensorial y en verdad que nunca unas palabras fueron más ciertas.
Introducirte en esta particular revisión de la fábula de los hermanos Grimm, es profundizar de lleno en el imaginario parido por este director y empezar, simplemente a vivir, a disfrutar, a dejarse llevar y ser feliz durante las dos horas que dura esta maravilla que habla de la vida, la muerte, el amor verdadero y las segundas oportunidades en encuadres y movimientos de cámara extraordinarios.
Película muda y en blanco y negro, toda la acción se traslada a la España cañí de charanga, pandereta y toros de los años veinte, donde nuestra Blancanieves viste una piel nívea, mirada de impresión y lleva Carmen, por nombre de guerra, y a partir de ahí comienza toda una retahíla de detalles y originalidades que serán referencias inspiradas en el famoso cuento, pero no una revisión fiel del mismo, ( los enanitos no son siete, sino seis y tiene uno de los finales más tiernos y sorprendestes que uno pueda imaginar…..)
Los símbolos, conocidos por todos, serán meramente anecdóticos en una historia que nos propone un juego de sensaciones, en claros oscuros llenos de una belleza, de un sentimiento y de una poesía incuestionables.
La película muda habla por sí misma en un idioma musical, partitura obra de Alfonso de Vilallonga; en un idioma visual, obra de la mirada y fotografía potente de Kiko de la Rica y en un idioma conceptual y mágico, obra y milagro de ese hacedor de sueños en el que se ha convertido Pablo Berger, el gran maestro de ceremonias de esta pieza exquisíta que con su talento y valentía conjuga el verbo «amar» en la dirección, guión y producción de este homenaje al cine mudo europeo, que no norteamericano, que para eso ya tenemos The Artist, la otra maravilla también en blanco y negro y silente que nos brindara este pasado año, tan generoso en proyectos tan arriesgados.
Las dos guardan comparaciones obvias siendo dos propuestas absolutamente distintas y magistrales. Sería una injusticia y un error que se pudiera pensar en que una le quitara excelencia a la otra, siendo ambas tan nutritivas, necesarias e imprescindíbles.
Los actores contribuyen, de manera decisiva, a obrar el milagro de hacernos viajar en el tiempo y sumergirnos en este melodrama gótico y su oscuridad cargado de emoción y suspense y también romanticismo.
Maribel Verdú está simplemente inmensa en un papel, el de la madrastra, en el que cuesta imaginar a una actriz más en estado de gracia, para dar vida a semejante personaje malvado y deshidratado de vida y corazón. Angela Molina aporta oficio, presencia y solera al esqueleto del gigante. Poco hay que decir de la actriz Macarena García, con esa Concha de Plata a la mejor actriz conseguida en el pasado festival de San Sebastián, pero si tuviera que detenme en alguien, mi mención especial iría para esa jovencísima actriz, Sofía Oria, toda una revelación por mirada, talento y frescura, dando vida a la Blancanieves niña: pura vulnerabilidad y ternura.
La película nació con estrella. Su carrera no ha hecho más que empezar y ya va coleccionando premios: elegida como película que representará a España en la lucha por ser una de esas cinco finalistas en la categoría a la Mejor película de habla no Inglesa, en la próxima edición de los Oscar, suma el haber conseguído en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián el Premio especial del Jurado y la ya mencionada Concha de Plata a la Mejor Actriz (ex-aequo con la actriz Katie Coseni), para Macarena García.
Y lo que queda, porque la trayectoria de esta joya de la corona bendecida por los dioses no ha hecho más que empezar, el cuento continúa.
Marta Simón Alonso
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