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jueves, marzo 28, 2024
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Boyhood (Momentos de una Vida) *****

Boyhood (Momentos de una Vida) *****Una obra maestra que perdurará por años. La sencillez convertida en maestría, la perseverancia en arte puro, el talento trabajado a lo largo de los años, de más de una década de seguir preparando una película única, pero no diferente. Diferente en el modo de concebirse, en la realización de la misma. Pero el resultado, en gran medida, tampoco tiene que ver tanto con el rodaje de la película, que es lo que se está anunciando a bombo y platillo en todas partes, sino con la historia, los personajes y la película en sí. El alma de la película no es su rodaje, es la forma en la que cuenta una pequeña historia, con una honestidad, una fuerza y una magia conmovedoras.

Sí, es cierto que el truco ayuda. La película se ha rodado ininterrumpidamente durante doce años para abarcar la vida del protagonista desde que es un niño hasta la mayoría de edad. Para no cambiar de actor ni recurrir a trucos de maquillaje absurdos. El cine y la televisión americanos, siempre empeñados en contratar actores demasiado mayores para hacer de adolescentes y que el paso del tiempo no les afecte demasiado, y resulta que Richard Linklater ha optado por lo contrario. Por la paciencia y el trabajo de años para levantar una obra enorme sobre una pequeña vida. El resultado es sensacional y ayuda mucho, no vamos a negárselo, la continuidad de los personajes y los actores a lo largo de la historia. Da una pátina de realismo aún mayor, de credibilidad porque, como ya se han adelantado a decir muchos, ves crecer a este chico delante de tus ojos, lo que convierte la película en una suerte de novela río, pero de carácter audiovisual. Ves cómo le cambia la voz, la altura, el pelo, las facciones… Sigue siendo él mismo, pero creciendo. Y eso, lo quieras o no, es una forma de convencer al espectador nunca antes vista en una película. Doce años de paciencia que han dado sus frutos. Pero tampoco nos engañemos, más allá del “stunt” publicitario, si la película no tuviese miga, no tuviese alma, se hubiese quedado todo en mero artificio sin nada real a lo que hincarle el diente. Por suerte la película de Richard Linklater tiene mucho más de lo que parece a simple vista debajo de sus imágenes.




Para empezar nos cuenta la historia (dramática o no, elíjanlo ustedes) de un chico de infantería, como cualquiera de nosotros. No es el más listo, ni el más tonto, ni el más guapo, ni el más estudioso, ni el que tiene más talento… su vida no está dibujada por grandes tragedias ni grandes alegrías. Es un niño que tiene unos padres divorciados, él con síndrome de Peter Pan, y que ve pasar a gente por la vida de su madre, pero, exceptuando un caso más peliagudo, nunca nada demasiado grave, nada que le deje cicatrices de por vida, nada que le cambie drásticamente… como cualquiera de nosotros. Vemos los momentos que le marcan, que le convierten en quién es al final de la película. Sus peleas con su hermana, su relación con su padre, la llegada a una nueva familia, el colegio, el primer amor, la primera borrachera, la primera ruptura… Muchas son cosas que evolucionan a lo largo de la película, empeñada en mostrarnos una vida más, porciones de la misma que podría ser la de cualquiera de nosotros. Nada demasiado trágico, ni demasiado feliz. De hecho el único talento que tiene… resulta que tampoco es el mejor en ello. Por eso te crees más la película.

Una película que es un trozo de verdad detrás de otro. Con sencillez. Con esos diálogos magistrales que suele concebir Linklater con ayuda de sus actores, como Ethan Hawke, presente también en esta película como el padre. La madre es una sensacional Patricia Arquette. Porque los actores son imprescindibles. Sobre todo el protagonista, un niño que no habla demasiado y lo dice todo con una mirada. Ellar Coltrane no sólo crece ante nuestros ojos, nos lo cuenta todo a través de sus ojos, de su mirada y del modo en que se comporta con el mundo que le rodea. Tampoco lo hace nada mal la hija del propio Linklater, Lorelei, como la hermana mayor, fuente de peleas y discusiones de infancia y adolescencia… como en cualquier casa.

Con esas trazas lo que más sorprende es que el director nos mantenga pegados a la pantalla durante casi 3 horas de película sin que nada realmente “especial” pase. Porque otra de sus ventajas es su sencillez y aparente ligereza. No es pretenciosa, ni pedante, ni cargante. No está llena de miradas perdidas al horizonte ni de diálogos imposibles sobre el bien, el mal, quiénes somos o de dónde venimos. Es mucho más sencillo (que no simple, no confundamos) y por tanto cala más. Lo entendemos siempre porque el director confía en que nos demos cuenta de qué está pasando realmente, de lo grande que es su historia por lo pequeña que parece. Es imposible no sentirse identificado con el protagonista y su peripecia vital, porque gran parte de lo que sucede nos ha sucedido y nos sucederá a todos en el futuro.

A alguno le puede echar para atrás tanta honestidad y sencillez aparente. A otros la duración de dos horas y cuarenta y cinco minutos. Se equivocarían dando la espalda a una película que es más una experiencia de vida, que se postula desde ya a todos los premios del año, y que conforma un retrato veraz de todos nosotros a través de un simple niño, con nuestras sombras y nuestras luces. Una de esas películas capaces de marcar a una generación que la irán descubriendo, si no masivamente, poco a poco a lo largo de los muchos años que permanecerá con nosotros. Porque el que la ve, no la olvida. Ni hoy ni nunca. Una lección de vida, de arte y de cine, imprescindible para todos, amantes del cine o no, y de lo mejor que hemos visto en años.

Jesús Usero

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