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viernes, abril 19, 2024
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Canciones de vida: Los niƱos del coro

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Canciones de vida: Los niƱos del coro

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A veces sorprende con quĆ© facilidad te puedes llegar a identificar con aquello que una pelĆ­cula narra, con todo aquello que quiere contarte mientras te atrapa entre fotogramas que buscan como fin Ćŗltimo el empatizar contigo. Lo mismo ocurre con las canciones, y ya en un menor nĆŗmero de ocasiones, con ambas por igual, unidas de la mano, emanando una belleza tan sugestiva que te atrapa sin remisiĆ³n.

Los chicos del coro llegĆ³ en una Ć©poca de mi vida coetĆ”nea a la que se refleja en la pelĆ­cula y muy poco proclive a la bĆŗsqueda de analogĆ­as y metĆ”foras con afĆ”n de psicoanĆ”lisis. Os hablo de la adolescencia, con sus consabidos claroscuros, y que cada uno vive a su manera, recordĆ”ndola de forma tan Ć­ntima que muy pocos son los que despuĆ©s deciden rescatarla del baĆŗl de los recuerdos. Puede sonar injusto, pues esta etapa es quizĆ”s la mĆ”s frenĆ©tica y palpitante, en la que te defines a ti mismo, comienzas a buscar ideales que te describan y experiencias y personas que te cambien la vida.

Pero no todos vivimos la pubertad con la misma placidez y sosiego. Existen aquellos que buscan demasiadas respuestas, quizƔs a destiempo y que intentan ir un paso por delante cuando lo mƔs importante es navegar firme y seguro en tu travesƭa. En ese momento hay gente que busca comprenderte, y otra que achaca tu turbiedad manifiesta a que simplemente te hallas en esa Ʃpoca pueril y cretina que hay que pasar cuanto antes, como si de un mero trƔmite se tratara.

Mi profesora de mĆŗsica en el instituto pareciĆ³ situarse en primer tĆ©rmino en el segundo bando. Con ello, dado que mi adolescencia estaba siendo mĆ”s enrevesada de lo que debiera, ambos colisionamos irremediablemente. Ella no me entendĆ­a, yo tampoco a ella, por lo tanto el feedback era nulo e inexistente. La situaciĆ³n se tornĆ³ tan complicada que negociamos no tener que asistir a sus clases y que estudiara de forma autodidacta. No habĆ­a absoluto problema en ello, puesto que yo llevaba desde los ocho aƱos en el conservatorio, pero aĆŗn asĆ­ me neguĆ©. Como resultado a mi rebeldĆ­a y terquedad, aquel curso me dediquĆ© a limpiar la clase, escoba en ristre, mientras el resto solfeaba.

Ese mismo aƱo, la profesora finalizĆ³ las clases con el visionado de Los niƱos del coro. Todos asistimos maravillados ante aquella fĆ”bula infantil tan encantadora, sencilla y sincera que nos cautivĆ³ absolutamente, incluso a mĆ­, que aceptĆ© la oferta sin rechistar y disfrutĆ© con aquellos niƱos cantores que desempeƱaban entre solfamidos una metodologĆ­a zipizapera al igual que yo, tan preocupadoĀ  en boicotearle la diversiĆ³n a la pobre mujer.

Las vacaciones y el descanso llegaron, y la Ć©poca estival trajo consigo un golpe de efecto que provocĆ³ que todo cambiara. AsĆ­, el curso comenzĆ³ de nuevo, pero no bajo las mismas condiciones que habĆ­a finalizado. Ella y yo volvimos a encontrarnos, y decidimos darnos una oportunidad. El leitmotiv para la reconciliaciĆ³n fue precisamente Vois sur ton chemin, canciĆ³n insignia de la pelĆ­cula y que ella decidiĆ³ preparar para ser cantada en la clase.

Fue entonces cuando las analogĆ­as comenzaron a cobrar vida: todos vivimos en nuestras carnes esa escena en la que ClĆ©ment Mathieu iba seleccionando las voces para la obra. Yo, enfant terrible, me portĆ© como todo un Pierre Morhange y me neguĆ©Ā  a participar en primera instancia. Sin embargo, fue precisamente esa canciĆ³n, al igual que en la pelĆ­cula, la que consiguiĆ³ reconciliarme con aquella resignada seƱora con la que habĆ­a malgastado gran parte de mi tiempo en llevarme mal.

La situaciĆ³n cambiĆ³ de tal manera, que acabĆ© echando mano de mi profesor de piano en el conservatorio para que me enseƱara cĆ³mo tocarla. En aquel momento no era consciente de que aquella canciĆ³n estaba ejerciendo la funciĆ³n de instrumento de reconciliaciĆ³n, ayudĆ”ndonos a tender las manos a travĆ©s de pentagramas con marcado carĆ”cterĀ  melancĆ³lico. Recuerdo tardes y tardes con el piano, con el clarinete y con aquella partitura sonando sin parar en mis manos. TambiĆ©n clases enteras dĆ”ndole vueltas a una partitura en un francĆ©s tan armĆ³nico como nostĆ”lgico y taciturno. Y recuerdo eses dichosos ā€œvieā€ que habĆ­a que pronunciar mal aposta para que asĆ­ la canciĆ³n rimara.

Pero sobre todo jamĆ”s olvidarĆ© aquel descanso, en el que ella me llamĆ³ para hablar. Se sentĆ³ a mi lado, me mirĆ³ a los ojos y me dijo que algo en mĆ­ habĆ­a cambiado. Nadie sino Ćŗnicamente yo sabĆ­a a quĆ© se referĆ­a, y si bien quizĆ” ella no lo supiera a ciencia cierta, llevaba razĆ³n. DecidĆ­ responderle con un abrazo, quizĆ” el abrazo mĆ”s conciliador de cuantos he ofertado. En aquel momento, pensĆ© para mĆ­ mismo aquella frase de Neruda que decĆ­a ā€œnosotros, los de entonces, ya no somos los mismosā€. Y es que, al igual que aquellos traviesos niƱos de Le fond de lā€™Ć©tang, yo tambiĆ©n habĆ­a crecido.

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