Kenneth Branagh presenta una brillante y sorprendente adaptación del relato que hizo célebre la pluma de Charles Perrault.
Lejos de las versiones un tanto edulcoradas (Mirror, Mirror) y de las actualizaciones según el formato de los cómics de raigambre teen (Blancanieves y la leyenda del cazador, Caperucita roja), el camino que toma el actor de Enrique V resulta cuanto menos más sincero y respetuoso con el espíritu de los cuentos originales. Sin ánimo de innovar a lo loco o de proponer humor caduco y enlatado, Branagh se preocupa por narrar la historia desde un punto de vista de seriedad impostada, lo que da a la película verosimilitud y credibilidad.
Con el modelo siempre patente en cada fotograma de la cinta animada de Disney (la elaborada en 1950), el responsable de Iron Man se mete en faena para escenificar las piruetas existenciales de una ingenua joven llamada Ella, y que acaba siendo bautizada como Cenicienta.
El ex de Emma Thompson no cambia casi nada en la esencia del relato original. De esta manera, la movie arranca con la vida de la protagonista mientras es una niña feliz y dichosa, al lado de sus progenitores. Un lapso de paz que acaba cuando fallece la madre, y el padre vuelve a contraer matrimonio con la maquiavélica Lady Tremaine.
A partir de ese trágico hecho, la rutina de la muchacha se convierte en un auténtico infierno, que se agrava cuando su dad perece en un naufragio. Condenada a servir a sus nuevos parientes (la madrastra, sus dos hijas y el odioso gato que portan), la gachí verá la salvación al conocer accidentalmente al joven príncipe del lugar.
El esquema del libreto firmado por Chris Weitz no se sonroja al seguir casi con fidelidad enfermiza el largometraje de dibujos de la factoría Disney. Una decisión coherente y acertada, a la que Branagh únicamente añade la incorporación de una ambientación histórica que parece ubicarse en el siglo XIX. Y aquí, el cineasta comete uno de los mayores errores del proyecto. Este fallo viene propiciado por la imposibilidad de definir el espacio geográfico, y localizarlo en la Europa de los grandes imperios. Lo que genera una cierta incomprensión en los espectadores.
Sin embargo, esa sensación de hallarse en una zona inventada sin mucho acierto se pierde con rapidez ante el apabullante ejercicio de efectos visuales, y frente a la exhibición de un reparto capaz de soportar cualquier fantasía al uso.
Lily James cumple con creces en la parte de la vulnerable sirvienta conocida como Cenicienta, mientras que Cate Blanchett saca petróleo de maldad con su caracterización de Lady Tremaine. Al lado de estas dos damas, el resto del elenco queda un tanto empalidecido. Bueno, todos salvo la siempre pizpireta Helena Bonham Carter, quien extrae la necesaria savia energética al personaje del Hada Madrina.
Por el lado contrario, Richard Madden hace lo que puede en la piel del príncipe de un relato que nunca ha sido especialmente benévolo con el héroe masculino.
No obstante, y dentro de esos elementos un tanto resbaladizos del argumento, la trama del Gran Duque es lo más flojo de un filme que reclama con dignidad un lugar en las carteleras para los cuentos de siempre.
Jesús Martín
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