John Madden regresa con determinación a la residencia india, donde halló fama y sorprendentes resultados en las taquillas del planeta.
Cuando en 2012 un grupo de ancianos lideraron el box office con el filme El exótico Hotel Marigold, pocos se podían creer el triunfo de una película en la que no había dorsos de acero, pechos operados y silicona hasta en las cortinas. Sin embargo, los espectadores se rindieron al poder emocional de un grupo de personajes de carne y hueso, con achaques y arrugas en el rostro.
Una aventura que el director John Madden pretende volver a evocar con esta secuela un tanto descafeinada, respecto a la entrega precedente. Una gesta que pierde fuelle por un hecho patente y obvio: el cineasta y su equipo ya no cuentan con el elemento de sorpresa que inspiró la primera parte.
Consciente de ello, el responsable de Shakespeare enamorado encomendó a Ol Parker la elaboración de un guion cargado con situaciones extravagantes y diálogos chispeantes.
Para intentar activar un poco la trama, Madden introduce como motor del libreto la próxima boda entre Sonny Kapoor (Dev Patel) y Sunaina (Tina Desai). Acontecimiento que se ve torpedeado por el supuesto afecto que la chica muestra hacia un amigo de su hermano (el guaperas Kushal) y por los ambiciosos planes de incorporar El Marigold a una cadena hotelera de nacionalidad estadounidense.
Aunque, en el terreno de las novedades, la más llamativa sea la colaboración made in Hollywood de Richard Gere, quien da vida a un introspectivo hombre de espíritu nómada, que se enamora de la madre de Sonny.
En medio de este esquema argumental, los intérpretes deambulan con una cierta sensación de ligereza, como si la atmósfera mágica de La India fuera capaz por sí misma de regalar el peso específico a una cinta que carece de una historia medianamente atractiva y con enganche.
Pese a la concepción coral de la película, Madden no consigue extraer la emoción necesaria inherente a los amores de los huéspedes del Marigold, razón por la que el largometraje decae en intensidad con inusitada rapidez.
Ante esta precipitación a los abismos del limbo cinematográfico, el director isleño tiene la genial idea de sacar el suficiente partido a su equipo artístico: un material de factura impecable, en el que destaca la magistral colaboración de Maggie Smith. La protagonista de Los mejores años de Miss Brodie es suficiente aval para lubricar cualquier mecanismo fílmico, por muy agotado que esté de combustible. Una esencial labor de gestos y dicción en la que la aristócrata de Downton Abbey tiene la ayuda de Judi Dench (excelente contrapunto de sensatez a la tiranía de Smith), Bill Nighy, Ronald Pickup (muy notable la exageración con la que viste al beodo Norman Cousins), Lillete Dubey y Richard Gere (su mesura es como una especie de bálsamo entre tanta retranca geriátrica), entre otros.
Al final, casi como en el caso de la entrega inaugural del díptico, el reparto es el encargado de sacar las castañas del fuego a los melifluos augurios de un relato desenfocado entre los magníficos decorados de La India. Algo comprensible, cuando se cuenta con parte de la flor y nata de una generación portentosa en la escena británica.
Jesús Martín
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