Crítica de la película Charlatán
Más interesante y curiosa por su tema y protagonista que por su manera de contarlo.
Agnieszka Holland arriesga lo justo en este largometraje manteniéndose siempre muy cercana a la línea del lenguaje eficaz en el camino más previsible, pero al mismo tiempo, quizá por estar sintiendo en todo momento la presión de un proyecto demasiado ambicioso en la reconstrucción de distintas épocas, no se atreve a romper el esquema en el tratamiento de un tema que tiene mucho más que ofrecer de lo que finalmente nos entrega su película.
Ocurre por otra parte que es un tema en el que hay que mojarse más de lo que ella se moja, pero no hay que reprochárselo, porque ese es precisamente el mismo problema que arrastran otros intentos de reproducir para el cine la esquiva colección de humo y espejos que rodea a las historias de curanderos, iluminados y ocultistas que significativamente rodearon a los poderosos en la convulsa Europa del bien llamado Siglo de la Violencia y los totalitarismos.
Para explicar el concepto visual eficaz de clasicismo eficaz que maneja Holland en esta película basta con reparar en las primeras secuencias en color de su película, las que siguen a la introducción en créditos de las imágenes en blanco y negro, apostando por el documental. Todo en el plano de las mujeres con las botellas, y el hombre esperando en el centro del plano, reencuadrado por la reja en primer término, dirigiendo nuestra atención hacia la fila de peticionarios que se va formando antes de meternos en el interior del edificio con el posterior plano picado sobre el médico. O esos planos de observación de la orina y el doctor atrapado entre sus instrumentos cuando llega a un diagnóstico mortal para el paciente y vemos el peso del mismo sobre él materializado en su mirada mientras las lentes de aumento con las que trabaja parecen apresarle. O el paso del carnicero con gota al que el protagonista le recomienda que deje de comer carne al protagonista sentado a la mesa, comiendo.
Todo esto, desde el primer momento, nos conduce a pensar en una articulación de la narrativa cuidadosamente pensada para mantener activa en todo momento, con eficacia, aunque sin sorpresas, la atención del espectador. Y atendiendo a eso consigue una película disfrutable y agradecida tanto en su discurso visual como merced al excelente trabajo de sus actores.
Pero este experto en plantas medicinales y curandero protagonista es un personaje con carisma que merece más que esa frialdad en esta fábula de reconstrucción de época que nos sitúa en Checoslovaquia en los años treinta, con un pie puesto en la realidad, y otro puesto en la ficción. Personaje de carácter fronterizo, habitando en la frontera de la ciencia y el instinto del herbolario que es capaz de articular un diagnóstico alternativo y será siempre sospechoso por ello de curanderismo; al mismo tiempo habitando en la frontera social entre los ricos y poderosos; en servicio a los jerarcas del nazismo y los del comunismo mientras atiende también a los más pobres, vulnerables y desfavorecidos, incluso dándoles el dinero que momentos antes ha negado a su hermana, nuevamente en un alarde de esos gestos previsibles de la película de los que hablaba.
El protagonista, presa de la angustia de sus convicciones chocando con sus instintos, es más interesante que la película porque a ésta, tras ese arranque tan clásico, le falta luego algo de nervio, y le sobra algo de metraje. No obstante, es una película interesante desde su primer momento, desde ese plano tan cercano de la muerte, el final del camino, que va a permitirle a la directora tirar de flashback en el resto de su relato -nada más clásico, pero al mismo tiempo nada más previsible- para recorrer la vida de su protagonista en una sucesión de momentos de vida que empiezan a ser ligeramente cansinos en el tercer acto y en los que especulaciones sobre la vida privada sexual del protagonista parecen metidas para animar lo que debería haberse solucionado en menos tiempo de proyección, un recurso para buscar la empatía y humanidad del personaje que nos cuesta encontrar como espectadores por el tono frío que se le aplica a la historia, aunque siempre estemos intrigados por lo que ocurre en la pantalla.
Miguel Juan Payán
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