Crítica Armageddon Time
Una muy buena película para nostálgicos del Nueva York de los ochenta.
Una historia sencilla en apariencia que viene de la mano de un director tan notable como James Gray, quien tiene desde hace mucho tiempo una especial fijación con las relaciones que se dan entre padres e hijos, algo que vuelve a suceder en cierta medida con su nueva película. Un viaje lleno de nostalgia que está inspirado por las propias experiencias del director, aunque la historia no sea completamente autobiográfica. Se trata más bien de un repaso sobre las emociones, las sensaciones y el viaje que para él supuso crecer en Queens en los años ochenta. Una forma pausada de mirar al paso a la adolescencia, a las relaciones familiares, al porvenir, a las diferencias sociales, a la amistad, a la sensación de agobio… Es en cierta medida algo con lo que todos podemos sentirnos identificados, pero además el director y guionista intenta que no caiga en las situaciones comunes y los tópicos de un género muy transitado.
En el barrio de Queens, a inicios de los ochenta, vive una familia de origen judío donde el joven Paul acude a la escuela pública. No es el más listo de la clase, pero tiene un enorme talento para el dibujo, aunque se aburre soberanamente. Allí conoce a Johnny Davis, un joven afroamericano con el que entabla amistad. Y aunque la familia de Paul le quiere y le trata con mimo, hay cosas que el joven no entiende, no es capaz de discernir, y se siente atrapado en un mundo que ya le ha juzgado. Sólo con su abuelo materno, Aaron, es capaz de entablar una relación de respeto mutua, aunque no será como él espera tampoco. El viaje a la madurez emocional de un niño acaba de comenzar, para llevarle a un territorio aún desconocido para él.
Hay películas que están hechas para sonar de cara a la temporada de premios, y Armageddon Time es una de ellas. Empezando por su exquisito reparto en el que encontramos nombres como Anne Hathaway, Jeremy Strong o Anthony Hopkins, quienes participan como actores secundarios en una historia donde el protagonista indiscutible es Banks Repeta como Paul. Desde su relación de sincera amistad con Jaylin Webb, quien da vida a Johnny, a sus momentos de ensoñación, o su forma de no comprender el mundo de los adultos y negarse a aceptarlo. Porque en un detalle triunfa la película por encima de otras, en proponer a un protagonista que no nos cae muy simpático al inicio. Una suerte de niño repelente que es muy real. Un joven nada inteligente, egoísta, desconsiderado, con buenas intenciones, con sueños, que quiere a su familia pero no sabe demostrarlo, que teme a su padre, divertido… Uno como cualquiera de nosotros.
Gray rebaja el nivel del protagonista para que sepa menos a película y más a pedazo de la realidad, y por eso funciona, gracias por supuesto a la interpretación del joven actor también. Y a una sencilla y elegante forma de narrar que se aleja de lo visto en películas anteriores del director, ya sea Z, Ad Astra o Two Lovers o La noche es nuestra. Gray es inclasificable y por eso es tan interesante ver su trabajo en cine. Porque no se parece a nada previo de él mismo. Pero en el corazón está el tema de la familia, de los padres y los hijos, algo común a todo su cine, salpicado por los conflictos raciales, la incomprensión y la amistad, con un final enternecedor que no termina de ser sentimentalista. Claro, que es una historia que sí que nos han contado antes y que, por supuesto, sigue teniendo varios tópicos, además de notarse quizá demasiado el intento de llegar a los premios… Con todo, muy buena película.
Jesús Usero
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