Crítica Bajo terapia ★★★

Crítica Bajo terapia de Gerardo Herrero

Ingeniosa y entretenida muestra de teatro filmado, en la que los giros de guion confluyen en una sorpresa final que marca el sentido de la historia.

No hace mucho tiempo, el teatro filmado era un género cinematográfico valorado por los espectadores, con independencia de que la acción transcurriera solo en interiores, y el desarrollo de la trama estuviera  sumido en un minimalismo casi espartano. Pero los tiempos han cambiado, y la necesidad de concitar la debida espectacularidad a través de los efectos especiales ha provocado que el teatro filmado haya bajado en cuanto a su traslación a las carteleras. Por esta causa, y aunque solo sea por recurrir a este tipo de obras en la era de los superhéroes y la digitalización hasta en el atrezo, Gerardo Hierro merece el debido respeto y reconocimiento.

Bajo terapia despliega su propuesta en torno a la reunión de tres parejas con problemas de convivencia, que acuden a un local aislado para participar en una sesión grupal. Sin embargo, cuando llegan, los seis pacientes se dan cuenta de que la psicóloga no está `presente, y que esta les ha dejado las instrucciones para meterse en un juego que promete sensaciones diversas y transformadoras. La terapia consiste en leer progresivamente ocho sobres, que contienen normas con las que cada uno de los asistentes deberá contar sus diversos problemas, con el fin de sacar algo positivo al ponerlo en común con unos perfectos desconocidos. Poco a poco, y conforme se van deslavazando cada una de las confesiones, la tensión comienza a ser evidente, y las revelaciones distan mucho de lo que las tres parejas esperaban cuando aceptaron tan singular método de autoconocimiento.

Gerardo Herrero aprovecha de manera ingeniosa el inspirado texto del dramaturgo Matías del Federico, el cual parece concebido para ser degustado como si fuera una cebolla a la que se le van quitando las sucesivas capas, hasta llegar al corazón de la misma. El fogueado director entiende que el éxito de semejante propuesta está en que nunca decaiga el nivel del laberinto emocional, y en que la constante confrontación de cada uno de los tipos que configuran la batería de personajes sea lo suficientemente potente. Esto motiva que los seis roles estén cuidadosamente delimitados en sus comportamientos y actitudes frente a sus problemas cotidianos, algo esencial para que funcionen los diálogos y el surrealismo situacional.

No obstante, el minimalismo impuesto por la naturaleza de la película también favorece a que se produzca un cierto cansancio, frente al rígido ritual de acción que los participantes deben seguir, y que está especificado por la psicóloga ausente que mueve los hilos invisibles de cada uno de ellos. Esto puede causar una cierta ansiedad en el espectador, mientras los diferentes sobres son abiertos y leídos por los protagonistas. Pero semejante defecto no se traduce en una supuesta falta de eficacia por parte de Herrero, quien saca un increíble partido del limitado escenario en el que transcurren los hechos.

A través de la terapia grupal, el guion exhibe asuntos tan graves como el del maltrato y la incapacidad para abrirse muchas veces a los problemas de la persona con la que se comparte la cotidianeidad. Unos males que explotan al final, con una revelación que invalida todo lo narrado hasta el momento en que se descubre la verdad, y que da significado a lo sucedido a lo largo del metraje (si queréis saber a lo que me refiero, debéis ver el film hasta la aparición de los títulos de crédito).

Jesús Martín

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