Crítica Belleza oculta
David Frankel da una vuelta argumental a Cuento de Navidad, de Charles Dickens, para crear un filme plagado de escenas sensibles y factura demasiado convencional.
Cuando un elenco interpretativo incluye nombres como tan potentes los de como Will Sm
ith, Edward Norton, Kate Winslet, Michael Peña, Helen Mirren, Naomie Harris y Keira Knightley; lo normal es que la película resultante merezca la pena. Y Belleza oculta no es una excepción a esta norma.
Los actores y sus caracterizaciones, cada una adecuadamente individualizada dentro de las costuras de su respectivo personaje, son lo mejor de un argumento que empieza con unas altas dosis de originalidad, pero cuyas sorpresas se van diluyendo, para desembocar en un artificioso desenlace de naturaleza un tanto extraña.
Como maestro de ceremonias, Will Smith da vida a una especie de Mr. Scrooge llamado Howard, que odia la felicidad circundante no por egoísmo ni por falta de empatía, sino porque su existencia deja de tener sentido tras la muerte por enfermedad de su hija de seis años. El hombre está roto, y no puede volver a ser el exitoso publicista que era antaño. Una realidad que no cambia, pese al transcurso de tres años. Este motivo es el que lleva a sus tres socios en la empresa que dirige a intentar hacerle reaccionar, contratando a tres actores de teatro, a los que les otorgan los roles de El Tiempo, El Amor y La Muerte.
Will Smith bunkeriza al máximo su interpretación, con una economía de elementos expresivos realmente chocante. Mientras que el resto del cuadro dramático se entrega a un sinfín de emociones desatadas, que contratan con el pétreo trabajo del protagonista de Independence Day.
Sin embargo, el dolor extremo del role de Smith se atisba en algunas secuencias como excesivamente forzado, y esa pátina de oscuridad voluntaria revierte en que la historia quede tocada por una atmósfera de incredulidad, la cual está enfatizada exponencialmente ante la aparición de los tres actores/ fantasmas.
Frankel y el guionista Allan Loeb parecen desear huir de la tristeza general, que ellos logran concitar a lo largo de más de una hora de metraje; y lo hacen conforme la cinta avanza hasta el desenlace. Pero ese camino para resolver las grandes incógnitas existenciales de Howard lo ejecutan de manera un tanto atropellada, como impelidos por la urgencia de dejar un buen sabor de boca entre el público.
Sin embargo, semejante obsesión por ofrecer el happy end colectivo transforma el mensaje de la película en un vehículo de simpleza de difícil verosimilitud. Algo que lastra incluso la eficacia del inesperado giro final que toma la trama.
A pesar de las trampas que desarrolla el libreto de Belleza oculta, no se le puede negar su capacidad de enganche por la vía melodramática. Aparte de la habilidad para desarrollar un argumento que viene a ser la suma de otros muchos (Mr. Scrooge, El sexto sentido…). Ingredientes a favor que ayuda a completar la normalmente sobresaliente Helen Mirren, quien demuestra que -en temas de arte escénico- ella es una auténtica dama de los platós.
Jesus Martín
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