Crítica de la película Día de Lluvia en Nueva York
Woody Allen regresa con una simpática comedia romántica.
Alejado de sus mejores trabajos, por supuesto, como hace ya mucho tiempo, pero siempre sabiendo componer un retrato pintoresco y divertido de un grupo de extravagantes personajes que, como es habitual, tiene a un brillante grupo de actores dando vida a los mismos. Día de Lluvia en Nueva York no pasará a ser la mejor película del año, pero agradará a los fans del director y guionista (que quizá no sean tantos después de tanto escándalo hace no mucho tiempo) al mismo tiempo que da un pequeño oasis entre tanto estreno superlativo para aquellos que desean embarcarse en una aventura mucho más modesta y sencilla. No todo tienen que ser blockbusters, ni películas de más de dos horas. 90 minutos necesita el director para demostrárnoslo.
Una joven pareja se embarca en un viaje un fin de semana a Nueva York. Son universitarios y están enamorados, dispuestos a vivir una romántica experiencia en la gran ciudad, hogar del chico. Pero a su llegada un encargo del periódico universitario, les separa, y el tiempo además no acompaña, por lo que su primer día en Nueva York se convierte en un viaje por la ciudad al encuentro de personajes completamente disparatados… o quizá no. Quizá en ese viaje encuentren aquello que les falta en sus vidas, el sentido de un mundo mucho más coherente dentro de la lluvia y el cielo gris. Quizá el destino les sorprenda o quizá el destino no exista y ambos descubran que son sus propias decisiones las que les llevan de un rincón a otro, aunque no lo parezca.
Timothée Chalamet encarna a ese joven romántico de turbio pasado, mientras que su novia es una fantástica Elle Fanning. Y ambos se convierten en las dos caras de la misma moneda, dos versiones de Woody Allen, la más oscura y la más neurótica, ambas divertidas, ambas interesantes, opuestas pero complementarias. En su camino de desencuentros, Selena Gomez, Jude Law, Rebecca Hall, Diego Luna, Suki Waterhouse, Liev Schreiber o Cherry Jones mostrarán a ambos jóvenes los peligros del romance y del amor, con los ácidos diálogos de Allen, y su forma de encuadrar la ciudad tan particular. Pero no son los diálogos más brillantes de Allen, ni sus personajes más memorables. Son buenos, sí, pero los tiene muchísimo mejores…
Llevábamos tiempo sin ver a Woody Allen pasear por el Nueva York actual, el del presente, con sus coches, calles, bocinas y sirenas. Y aunque deja el sabor cómodo de un lugar conocido, no termina de explotar a los personajes y sus relaciones. Parece que tenga miedo de analizar a fondo a sus pequeñas bestias. Hace reír, pero no hace pensar como antes, porque parece más interesado en los momentos de humor que en los giros dramáticos. Sólo la charla entre Chalamet y Jones cumple esas expectativas que nos crean los personajes. Ojalá hubiese más momentos así. Pero la película se conforma con hacernos sonreír y a veces reír con sencillez, sin forzar la máquina y con un final demasiado… obvio. Es buena, pero a Woody Allen se le exige siempre más.
Jesús Usero
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