Crítica Die my love película dirigida por Lynne Ramsay con Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Lakeith Stanfield
Lynne Ramsay nos lanza sin salvavidas a la espiral autodestructiva de la enfermedad mental
Una pesadilla en círculos
¿Es necesario que el cine nos lleve a algún destino o un viaje puede sucederse también en una espiral paradójica que termine siempre en su origen?. Lynne Ramsay parece tener cristalino desde que se propuso adaptar la novela Die, my love de la argentina Ariana Harwicz que la historia sobre un pozo sin fondo nunca puede moverse en línea recta. O incluso no moverse en absoluto.
Su versión de este relato sobre una escritora atrapada por un medio rural que le es ajeno y que se empieza a fragmentar debido a un posible trastorno de bipolaridad agravado por los temores del cambio vital posparto que supone una maternidad no buscada, un matrimonio de amor innegable pero intoxicado por la sospecha de la infidelidad y el bloqueo creativo puede parecer un bucle infinito de sufrimiento ensañado con sus personajes y con el espectador.
Y si lo parece es porque precisamente pretende serlo, a pesar de que en realidad haya más tristeza que tortura y del riesgo a convertirse en un handicap para el espectador acostumbrado a abandonar la proyección con la experiencia que le aporte un camino y una meta.
Lynne Ramsay, directora incendiaria donde las haya y especialista en criaturas autodestructivas (tal y como demuestra su filmografía), nos conduce a la caída libre sin escudo de esas personas que entran en una depresión de la que les es imposible escapar, introduciéndonos sin paliativos de rescate en toda una vorágine reincidente (tal vez demasiado) de sexo, violencia, culpabilidad y fugas psicógenas perpetuas hacia la ternura negada que convierte a Die my love en una experiencia fascinantemente esquiva pero definitivamente incomoda sobre una madre jóven que se evapora, de la que no se extrae absolutamente ninguna enseñanza y que, lejos de sumar, lo que hace es arrebatarte un pedazo y empujarte fuera de la sala sangrando por la herida y algo mas incompleto, algo menos entero.
Jennifer Lawrence ante el papel de su vida
En el ojo de esta pesadilla desgarradora se sitúa una Jennifer Lawrence, que tiene bagaje como madre arrasada gracias a Mother de Aronofsky, entregada en cuerpo (a lo Scarlett Johansson de Under the Skin) y alma a un proyecto en que confía ciegamente y que le viene al dedo (Martin Scorsese, en función de productor, exigió que fuese la elegida) para volver a la primera línea de la conversación cinematográfica por la vía del apremio. Sin un solo segundo de respiro en todo el metraje, la Grace (Gracia) de Lawrence es pura volatilidad, pero también fragilidad.
Se autolesiona de todas las formas posibles, se humilla, se entrega a una hipersexualidad herida y se resiste continuamente a mantener los pies en el suelo por más de unos minutos mientras que la autora escocesa la filma en un enjaulante formato 4:3, plagado de cuadros dentro de cuadros y composiciones exquisitas donde se entierran las respuestas que el guión nunca subraya. Y, sin embargo, nunca aparece el rechazo hacia ella, ni si quiera cuando la propia vida del pequeño detonante con pañales corre peligro o cuando navega el tabú moderno de la violencia animal, porque en todo momento queda patente que es la víctima de este tormento y jamás se pone en duda su amor.
A ello colabora al siempre negativo elemento de la suegra, aquí reconfigurado con el rostro de Sissy Spacek como único cabo de comprensión entre el abandono irresponsable de su marido, gracias a la experiencia vivida con el personaje de un efímero Nick Nolte, y que de la misma Grace surjan los pocos alivios cómicos que nos mantienen a flote, igual que a ella.
Una interpretación gravitatoria extrema de las que se echan a la espalda el peso del film y que tan fácilmente te glorifican o te condenan (pinta mucho más a lo primero) enfrentada a la de un Robert Pattinson que le ha cogido el truco a la representación de la masculinidad débil; una masculinidad negligente a la hora de leer las señales de socorro y que inocentemente echa más gasolina a la hoguera mientras con cara de pardillo ser pregunta como se está pudiendo quemar el bosque. No obstante, y aunque suene imposible, tampoco queda dibujado como alguien a quién despreciar. Ramsay no parece odiar a los hombres, ni los dibuja como inútiles absolutos, solo nos recuerda que su amor no tiene porque ser el refugio de nada.
Solo para quienes quieran soportarlo
A contracorriente de cualquier expectativa (absurda por otro lado viendo que Lynne Ramsay es la directora de las inmisericordes Tenemos que hablar de Kevin y En realidad nunca estuviste aquí), Die my love tiene difícil encontrar un público a priori atraído por la potencia de los nombres, pero que seguramente se niegue en su mayoría a experimentar el sufrimiento estudiado por Ramsey. Su profunda aflicción en torno a como un matrimonio en las antípodas de estar preparado para la responsabilidad de la paternidad se desmorona bajo el peso de la enfermedad y de la confusión la convierte en todo un billete sin retorno tan brillante como difícil de contemplar. Evitar el dolor es lo mas humano que existe. Grace lo intenta, Jackson (Pattinson) lo intenta y sería comprensible que el espectador lo intentase, pero se estaría perdiendo una de las películas mas genuinas del año.
Miguel Ángel Espelosín
Copyright 2025 AccionCine. Se permite el uso del contenido editorial del artículo siempre y cuando se haga referencia a su fuente, además de contener el siguiente enlace: www.accioncine.es
Síguenos en nuestro canal de WhatsApp o Telegram para recibir las noticias en tu móvil o únete al grupo AccionCine de Telegram para conversar de cine y hacer amigos.
Crítica Die my love