Crítica El instinto película dirigida por Juan Albarracín con Javier Pereira, Fernando Cayo, Eva Llorach, Silvia Conesa
Intriga perturbadora que en la que reina el gran Fernando Cayo
Tres personajes. Pocas localizaciones. Territorio de interior. Astuta película volcada en los actores para nutrirse más que sobrevivir a su modestia. Intriga con un punto truculento que lleva lo inquietante hasta las cercanías del terror. Y un Fernando Cayo esencial para servir como columna central sobre la que se sustenta desde una modestia sin complejos y buscando una eficacia desde la simplicidad una propuesta concebida como salto del cortometraje al largometraje -es el primero de su director-, pero sin que padezca le habitual problema de la fábula alargada más allá de sus posibilidades.
Alma de corto con personalidad de largo
El instinto no es un corto alargado, aunque algo de alma de corto siga habitando en su interior. Es un largometraje con todos los derechos en el que los tres actos son necesarios y hay poco que sobre, porque su ritmo está conectado con solidez a las necesidades de su intriga y los giros en una trama donde, como es habitual, nada es lo que realmente parece.
El director mantiene un pulso constante con la verosimilitud llevando la trama hasta las fronteras de lo posible y lo creíble en base a desplegar una cotidianeidad perturbada por gestos, planos, momentos y señales de extrañamiento que especialmente rodean al personaje de Fernando Cayo. Actor capaz de edificar mucho con muy poco, que tiene costumbre muy saludable de darle a sus personajes un par de velocidades más de las que les propone el guión.
Dos personajes-incógnita
Junto a Cayo, la incógnita de la película que no quiero ni debo desvelar, completa el duelo de tensión creciente entre los dos personajes principales el trabajo de Javier Perera en un personaje que transmite y materializa bien muchas de las dudas e inquietudes de esta era depresiva de fragilidad emocional y perpetuo confinamiento en la que viven muchas más personas de las que creemos, apegados a los miedos y las dificultades para relacionarse con una realidad que se les antoja hostil incluso en los gestos más pequeños.
El instinto habla de un vacío no reconocido, de una pérdida de confianza que no queremos reconocer, de un aislamiento paulatino que vacía todavía las calles en las mentes de muchos ciudadanos, porque el miedo parece pasearse más libre entre nosotros en los últimos tiempos.
El personaje protagonista, que Javier Pereira saca adelante compartiendo claustrofobia con el espectador, que junto con él percibe el angustiante deterioro de sus relaciones con el solícito personaje de Fernando Cayo, materializa esa necesidad creciente de defender nuestro espacio más privado frente a la intrusión de los desconocidos.
Eco de ilustres antecedentes
El instinto me ha traído a la memoria del cinéfilo adicto al cine clásico dos ilustres y destacados ejercicios cinematográficos en el territorio de la intranquilizadora intriga psicológica de interior: Sola en la oscuridad (Terence Young, 1967) y La huella (J.L. Mankiewicz, 1972). Pero El instinto desarrolla su propia personalidad con solvencia llevando el duelo entre protagonista y antagonista a un terreno menos psicológico e intelectual y más tosco, grosero, bronco y desagradable.
La película no da miedo, pero sí inquieta, sobre todo por su capacidad para poner en suspensión nuestro escepticismo y suspicacia ante la ficción merced a un ballet y coro de familiares gestos cotidianos que hacen más temible ese progreso hacia el conflicto, que se adivina brutal desde el presagio de las imágenes documentales con los perros utilizadas para introducirnos en la trama y también en la mente del verdugo y de la víctima a la vez que nos entrenan para temer las consecuencias de lo que se avecina.
Los momentos más arriesgados para la película están en los puntos de giro que reconducen la trama para obligarnos a sentirnos incómodos a base de confundirnos y meternos en la cabeza solo una certeza sobre todo lo que ocurre en pantalla, que no podemos dar nada por hecho. El instinto nos obliga a corregir nuestras primeras impresiones y sospechas sobre los personajes y sobre lo que ocurre en la pantalla en cada nueva fase del relato.
Es una película que se hace convirtiendo al espectador en parte activa de su suspense, y eso es positivo. No es perfecta, pero sin duda es eficaz, y cumple bien con su cometido.
Miguel Juan Payán
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Crítica El instinto