Crítica El país de los sueños
Jason Momoa y poco más en esta cinta familiar.
Al menos en lo que a la historia se refiere. Porque en realidad lo que parece ser un cuento familiar tiene más toques de versión infantil de Origen, de Christopher Nolan, que cualquier otra cosa. La película navega entre las aguas de lo que considera una película familiar y lo que es demasiado para ese público al que aspira, por su tono y su protagonista. Una historia que sirva para emocionarnos, para emprender una aventura, para aprender incluso algo de nosotros mismos. Pero no llega hasta ese punto casi nunca, y mientras que es preciosista visualmente y tiene detalles de una belleza magistral, el núcleo de la historia, el guión, se deshace desde el inicio, con un ir y venir continuo en el que la historia no arranca. Hay mucho esfuerzo por hacer funcionar la película, pero nada parece conseguirlo. Durante su mayor parte, al menos.
Nemo es una niña despierta, inquieta e inteligente, que vive en un faro junto a su padre. Cuando éste fallezca en extrañas circunstancias, la niña quedará al cuidado de su tío, que ni la entiende ni parece conseguir acercarse a ella. Es en ese momento cuando Nemo descubre que puede acceder al mundo de los sueños mientras duerme, y allí conocerá a Flip, un forajido que sabe cómo atravesar sueños y que está obsesionado con un mapa que puede conseguirle Nemo. Juntos se embarcarán en una aventura en la que Flip tiene sus propios intereses, mientras que Nemo solo busca volver a ver a su padre una vez más. Podría haber sido un fantástico viaje para conseguirnos hablar de la pérdida, el duelo y cómo enfrentarse a ello desde la infancia, pero también sobre perseguir los sueños, literalmente, y sobre conseguir que estos se conviertan en una realidad. Se queda muy lejos de todo eso.
Y eso que Jason Momoa lo entrega todo al personaje de Flip. Se nota que está pasándoselo en grande, jugando, haciendo travesuras, disfrutando sin límites de la libertad de un personaje sin límites ni barreras, que nunca sabes por dónde va a salir. Es el alma de la película donde está escoltado por la joven Marlow Barkley, que se mantiene a flote con mucha elegancia, y nombres como Chris o’Dowd o Kyle Chandler, quienes dan vida al tío y padre de la niña respectivamente. Por mucho que ellos se esfuercen, no acompaña el ritmo de la historia ni tampoco el guión. Otras veces nos quejamos de la ausencia de estilo visual, dejando desnudo al guión en la pantalla. En esta ocasión hay estilo visual, pero no hay guión, ni tampoco ritmo en una historia que avanza un paso para retroceder dos. Eso lastra siempre el relato.
Un relato que además dura dos horas prácticamente, y al que le sobran al menos 20 minutos, si no más. Se nota en la estructura de la historia, cuando estamos viajando entre Slumberland, el mundo de los sueños, y la realidad continuamente. Y cada vez que el relato en la fantasía se pone interesante, se corta de repente. Es más, hay un personaje que debería ser el contrapeso a la pareja que forman Nemo y Flip, y que no llega hasta la hora de proyección. Tarde y mal. Por eso el trabajo de un realizador tan notable como Francis Lawrence, se descompone por el camino. ¿Qué importa que tengamos esa bellísima escena con las mariposas y el baile, si no lleva a ninguna parte y parece sólo una demostración de lo que saben hacer desde el departamento de efectos visuales? Es la continua sensación que deja una película que debería haber aspirado a más con el material que tenía, empezando por el reparto y el director, y no este confuso mundo en el que nunca llegamos a entrar, porque no nos dejan. Mediocre.
Jesús Usero
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