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Crítica Headhunters ★★★★

Crítica Headhunters ★★★★

Crítica Headhunters película dirigida por Morten Tyldum con Aksel Hennie, Synnøve Macody Lund, Nikolaj Coster-Waldau

Headhunters, buen ejemplo de los trucos del policial nórdico con robos, persecución y sarcasmo nihilista.

Desde que la saga Millenium conquistó las librerías, la novela policíaca nórdica se ha convertido en estrella de moda en el género y ha saltado al cine en varias ocasiones poniendo de manifiesto distintas variantes de las fórmulas clásicas de intriga que abren un paisaje de relativa renovación del género tal y como lo conocemos en su vertiente anglosajona. Headhunters es la adaptación de una novela de Jo Nesbo, que se ha convertido en peso pesado del género en los últimos tiempos y en esta fábula nos cuenta las peripecias de un ladrón de arte de guante blanco que de repente se encuentra metido en una trama que parece superarle, convirtiéndose en fugitivo de la justicia y de un siniestro personaje dispuesto a arrasar con lo que haga falta para asesinarlo.

Ya he oído en alguna que otra compañera bautizar a esta producción como “la película de Jamie Lannister” (el Matarreyes de la serie televisiva Juego de tronos), Nikolaj Coster-Waldau, que no es el protagonista, sino el temible antagonista en esta peripecia policial narrada desde el punto de vista de los delincuentes que comienza como una especie de variante de El caso Thomas Crown y en su desenlace y por la relación entre el matrimonio protagonista me ha recordado La huida de Sam Peckimpah. Pero no se despisten. Me recuerda la fórmula de ambas como un eco muy lejano, porque rápidamente Headhunters desarrolla un estilo que la sitúa en la esfera del relato policial nórdico, con esa frialdad y esa dureza, esa falta de empatía que exhiben los personajes principales respecto a sus semejantes a modo de pose, especialmente en los momentos de violencia.

La otra característica reseñable en la película no me atrevería a calificarla como realismo, pero sí como una especie de cotidianeidad en algunos momentos de acción y violencia. Me refiero por ejemplo a la triple resolución del personaje de Ove, el compañero de robos del protagonista, un comodín argumental muy bien explotado con sorpresa incluida a mitad de película que permite al relato escapar a un momento tópico para darle otra salida al asunto más contundente e inesperada.

Si a eso le añadimos una mirada sarcástica que castra las emociones para sustituirlas por cierto toque hedonista y exhibicionista de los personajes principales y presta cierto aire humorístico al relato desde su arranque, tenemos casi completo el puzzle de este interesante y entretenido relato policial en el que se dan cita varios momentos destacables de intriga y persecución con una escena, la del camión, que merece contarse entre los momentos de suspense más inquietantes que podemos ver en la cartelera de este largo y cálido verano.

Quizá lo que menos me encaja en la adaptación cinematográfica es esa utilización un tanto tópica del tema de la maternidad como conflicto en la pareja, la explicación de por qué se organiza todo el lío y ese desenlace un tanto acomodado, domesticado, de algún modo feliz, aunque para ser sincero dada la frialdad nihilista que exhiben los personajes durante todo el relato nos resulte difícil creer que van a experimentar la felicidad en algún momento.

En todo caso quiero aclarar que ese aire gélido que exhiben los personajes –excepto el bueno de Ove, que junto con su rusa parece ser el único que realmente sabe aprovechar la vida en este paisaje de figuras nórdicas-, no opera en contra del interés de la fábula que se nos narra. Quizá incluso al contrario. Esta misma historia, narrada con el habitual tono más empático en los personajes, protagonizada por seres menos fríos y distantes, menos Ikea y más del estilo anglosajón, es muy probable que nos hubiera resultado más tópica y previsible. De este modo nos queda siempre esa duda y ese misterio de la frigidez de los personajes que parece darle más entidad a la intriga, si bien a estas alturas sabemos ya que es simplemente una pose de carácter superficial y no conviene dejarse engañar por ella. El alarde nihilista de las criaturas que habitan este relato y entre otras cosas parecen totalmente ajenas a conceptos como responsabilidad o culpa, lo que en algunos momentos de la proyección me ha recordado bastante American Psycho, especialmente en los fragmentos desarrollados en el entorno empresarial, es, como digo, pura pose. Suele ocurrir con el nihilismo. Es un posado para la foto. No es verdad. Y precisamente verdad es lo que le falta a esta trama, por muy crudas que sean sus escenas de acción o violencia. No es ello necesariamente negativo para el relato. Es simplemente una elección de su director que además, con gran coherencia, queda representada en la resolución final del duelo entre protagonista y antagonista, un montaje contemplado por la pantalla de vigilancia que nos da una pista sobre uno de los posibles temas de fondo del relato: el juego de las apariencias, ese dilema al que parecen encontrarse sometidos muchos urbanitas de la actualidad, bastante perdidos entre cómo se ven a sí mismos de verdad, cómo creen que les ven los otros y cómo les gustaría que los vieran los otros.

En definitiva ese tema de la letra “r”, como dice el protagonista: la Reputación, asunto con el que se abre y se cierra el relato.

Un tema, el de la Reputación, que es también capital para explicar por qué de un tiempo a esta parte, las novelas policíacas venidas de los países nórdicos están de moda esgrimiendo esencialmente la potenciación de los elementos más morbosos en su explotación de las fórmulas más clásicas del relato de intriga.

Miguel Juan Payán

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