Crítica de la película Judy
Rupert Goold dirige este biopic algo convencional, sobre la estrella que protagonizó El mago de Oz.
La caída a los infiernos de la bebida y el abandono profesional son los resortes utilizados por el cineasta Rupert Goold para acercarse a los últimos años de vida de la actriz Judy Garland. Un periodo coincidente con la gira que la que fuera pareja profesional de Mickey Rooney llevó a cabo por los escenarios de Londres, durante el invierno de 1968.
La estética de un glamur decadente prende en cada fotograma que compone este recorrido por los recuerdos y padecimientos de una Judy Garland encarnada, con esfuerzo y artificiosidad, por Renée Zellweger. La actriz de El diario de Bridget Jones efectúa una correcta caracterización de una señora tan complicada y poliédrica, como era la madre de Liza Minnelli; lo que genera un repertorio de gestos milimétricos y maquillajes excesivos, con los que pretende retratar a la movie star. Sin embargo, en todo momento da la sensación de que se está viendo a un doble intentando convertirse en Judy Garland, y nunca hay atisbos de que la estrella de Cita en Saint Louis se expanda a través de la mirada y los movimientos de Zellweger.
Los chispazos de veracidad o de introspección que presenta el guion no son suficientes para tener la impresión de asistir a un espectáculo medianamente cercano a la inmensa figura del personaje al que se pretende representar. Tan solo en el escenario, cuando suenan algunas de las canciones más conocidas de Garland, Zellweger da muestras de que hay un auténtico interés por trascender de la imagen mediática que se conserva de la inmortal Judy.
Este recorrido audiovisual comienza en Estados Unidos, en unos momentos realmente complicados para Garland. Sus problemas con la bebida y su decaimiento profesional han hecho que los contratos dejen de llegar. Con sus dos hijos pequeños como objetivo para recuperar el prestigio de antaño, la otrora niña prodigio de la Meca del Cine debe abandonar su país de origen, para aceptar una oferta de trabajo en Londres. Allí aún es considerada un mito del cine, y los empresarios están dispuestos a pagar una cantidad cuantiosa por unas cuantas actuaciones. En la capital británica, Garland se siente sola; pero consigue cierta fuerza anímica para encauzar su zozobra. Sin embargo, un engaño amoroso y algunos desórdenes emocionales vuelven a derrumbar a la frágil mujer, a quien se la privó de una vida propia desde la adolescencia.
Este camino hacia la autodestrucción es tratado por Rupert Goold desde una perspectiva un tanto manida, y pocos momentos consiguen traspasar el velo de lo auténticamente sorpresivo. Pese al empeño de Zellweger y del resto del elenco artístico por escenificar seres de carne y hueso, el mensaje queda supeditado a los rigores de un melodrama con final anunciado de antemano; donde la diva se mueve por los procelosos laberintos de los recuerdos dolorosos y las sonrisas perdidas.
No obstante, Judy no carece de secuencias intensas. Una de ellas es el instante en que, con la voz rota por la ansiedad y la consciencia del agotamiento, la protagonista entona el Somewhere Over the Rainbow con el acompañamiento de la totalidad de los espectadores, que se encontraban en la sala en la que iba a actuar por última vez. Interpretación que se produjo en la realidad, y que el filme escenifica con los necesarios elementos de sensibilidad y empatía.
Jesús Martín
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