Crítica de la película Éter
El cineasta polaco Krzysztof Zanussi (La estructura del cristal) recurre a las referencias fáusticas, para narrar este viaje a los infiernos de un médico con hambre de eternidad.
Mefistófeles y los experimentos científicos. Esta asociación, muy relacionada con un concepto de religiosidad añejo y algo obsoleto, supone el núcleo central de la exposición fílmica de Krzysztof Zanussi (veterano cineasta, con amplia formación como científico y filósofo), titulada Éter.
Una austera puesta en escena sirve de percha a este colega del genial Andrzej Wajda, para acercarse a la experiencia vital de un innominado doctor (Jacez Poniedzialek): un individuo hermético y carente de moral, al que condenan a una pena de prisión en Siberia, después de asesinar con láudano a una paciente a la que previamente había intentado violar. La aparente suerte hace que este facultativo escape de su retiro penitenciario en la gélida tierra rusa, para recalar en el ejército austrohúngaro. Allí, apoyado por un comandante con manga ancha para las excentricidades del prófugo, el doctor convence a un joven campesino para que se convierta en su ayudante, y le somete a un sinfín de experimentos; todo para dar con la medida exacta de éter, con el fin de provocar el sueño y no la muerte. El objetivo de tales pruebas es llegar al punto en que –debido a la mencionada droga- las personas pierden la sensibilidad hacia el dolor. Sin embargo, un asunto de espionaje lleva al doctor ante la justicia militar; lo que trae a escena su antiguo y trascendente pacto con el diablo…
El fantasma de Goethe, y de su obra Fausto, deambula con persistencia en cada escena y diálogo de esta cinta inmovilista y excesivamente literaria. Pese a su cuidada ambientación y al exceso en detalles artísticos, la percepción de la historia resulta demasiado fría; y las implicaciones infernales están diluidas en un mar de mensajes subliminales y alegóricos.
Ante esta apuesta montada por el inteligente y creativo Krzysztof Zanussi, Jacek Poniedzialek (Corazón amante) realiza una coherente interpretación del doctor protagonista, entendida desde un minimalismo enfermizo, siempre sujeta a la condición escasamente sensible de su papel. A través de la mortecina mirada azulada que potencia este brillante actor, los acontecimientos se suceden con una parsimonia paradójica, que choca directamente con el caos que experimentaban las sociedades europeas de finales del siglo XIX.
Ya en los títulos de crédito iniciales, Zanussi pone el punto de interés en la evocación pictórica del Infierno, y en las penas que los condenados por Satán deben soportar. Tal arranque, a base de apuntes pigmentados, da paso a la campestre y luminosa persecución del médico hacia su bella paciente, a la que asesina con éter. En ese momento, la película se tiñe de tonalidades grises y luces agresivas, casi metálicas, que dotan a la historia de una significancia espiritual y litúrgica de indudable calado.
Krzysztof Zanussi recurre con frecuencia a similares dicotomías referenciales a lo largo del filme, como en la bifurcación entre humanidad y conocimiento, que personifican el ingenuo Taras (Ostap Vakulyuk) y el perverso doctor. De esta forma, el argumento se debate entre la ambición desmedida y la necesidad de mantener un mínimo de sentimiento solidario. Un tour de force ante el que el director no muestra posicionamiento alguno.
Jesús Martín
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