Crítica de la película La casa del terror
Macabra versión del juego de escape room y de las ferias populares de los pueblos, con la aparición de unos psicópatas que recuerdan al legendario Pinhead, de Hellraiser.
El aroma de los filmes de terror adolescente de los ochenta, con huidas frenéticas hacia la supervivencia y asesinos con ganas de “cargarse” a todos los incautos que caen en sus redes, prende con fuerza en esta divertida película de Scott Beck y Bryan Woods.
A modo de atracción enloquecida, la trama arranca con un grupo de veinteañeros ansiosos por vivir experiencias al límite de lo soportable, durante la celebración de la Noche de Halloween. Entre los citados estudiantes se encuentra Harper (Katie Stevens): una chica con un traumático pasado de malos tratos por parte de su padre, que intenta dar carpetazo a su relación con un hombre de similar comportamiento al de su progenitor. La panda escapa de la ciudad, para buscar una extraña y apartada Casa del Terror, que promete un verdadero viaje al horror. Con el objetivo de pasarlo de miedo, los jóvenes penetran en los siniestros laberintos de esta caseta circense; pero lo que desconocen los chavales es que ningún cliente sale con vida, ni finaliza el recorrido propuesto.
La oscura escenografía ayuda a Beck y a Woods a hacer creíble esta aventura cinematográfica, diseñada para asustar; y que desde el inicio previene a los espectadores sobre la naturaleza malsana de lo que está a punto de suceder. Precisamente, el trabajo llevado a cabo con los decorados (muy similares en cuanto a polvorientas evocaciones a los que se podían ver en Las colinas tienen ojos y La matanza de Texas) es una de las mejores bazas de esta cinta a ratos entretenida. Una obra que pierde frescura y eficacia, cuando plantea cuestiones más profundas, que las de la mera carrera hacia la supervivencia de los protagonistas.
En este sentido, la pareja de cineastas no consigue crear un guion con el suficiente empaque narrativo, como para contentar la curiosidad del personal. Aspectos que son de notable importancia, como explicar mínimamente de dónde han salido los killers que abanderan la sangrienta y desértica Casa del Terror, quedan relegados a un silencio absoluto, con respecto a su origen y consecuencias; lo que resta un evidente peso de verosimilitud a la película.
No obstante, el filme mantiene el tipo de manera general, por la inteligente utilización que Beck y Woods hacen del concepto de escape room y de yincana. Un ejercicio de notables resultados dramáticos, en el que adquiere un claro protagonismo la habitual chica con la fortaleza suficiente como para enfrentarse con éxito a los armarios de tres puertas, que personifican los psicópatas enmascarados (esto acerca el largometraje a los más señeros en el género slasher de los ochenta, donde muchachas aparentemente frágiles son las únicas capaces de dar matarile a los indestructibles descuartizadores de turno).
Sin puntos muertos de decaimiento en la tensión, ni falta de adrenalina en el conjunto de las escenas, La Casa del Terror sale airosa porque ofrece lo que promete: una sucesión de secuencias angustiosas, a base de machetazos y cuchilladas. Un marco de hemoglobina chorreante, en el que sobresale el inspirado desenlace (muy en la línea del de Pesadilla en Elm Street).
Jesús Martín
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