Crítica La impaciencia del corazón ★★★½

Crítica La impaciencia del corazón película dirigida por Bille August con Esben Smed Jensen, Clara Rosager, Lars Mikkelsen, Rosalinde Mynster

Bille August realiza un trabajo de minimalismo dramático encomiable, en esta adaptación de un texto escrito por el austriaco Stefan Zweig.

Las obras de Stefan Zweig suelen mostrar sin cortapisas ni bálsamos existenciales las encrucijadas emocionales de seres marcados por decisiones dolorosamente erróneas, capaces de lastrar su propia existencia con una profunda huella de decepción moribunda y permanente. Esos infiernos afectivos quedaron perfectamente relatados en Carta de una desconocida, y también están presentes en cada uno de los giros argumentales de La impaciencia del corazón.

Ambientada en la Dinamarca de 1914, durante los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, la película gira en torno a la figura de Anton (Esben Smed): un joven de pobre condición social, que aspira a convertirse en oficial de la caballería real. Tras las humillaciones previas de pedir prestado dinero a su tía, el orgulloso militar ingresa en un regimiento de categoría, donde alcanza el rango de subteniente. Un día, mientras realiza unos ejercicios en el campo, Anton ayuda a un barón a sacar su coche del barro. Al poco, el muchacho recibe una invitación del aristócrata para cenar esa noche en su palacio. Una vez allí, el subteniente toma contacto con Edith (Clara Rosager): la hija inválida del barón. Poco a poco, la chica comienza a experimentar un fuerte sentimiento amoroso hacia el oficial de caballería; lo que la lleva a desarrollar una pasión asfixiante y obsesiva, a la vez de esperanzadora.

Bille August disecciona con brillantez cada uno de los momentos vivenciales de Anton y Edith, mientras Europa se encamina a un periodo de destrucción masiva y de violencia desatada. El responsable de Pelle el Conquistador introduce su cámara en las entrañas de la pareja de amantes, los cuales tienden a confundir la misericordia con la unión sentimental de índole romántica. Tales diatribas emocionales quedan reflejadas en los laberintos humanos que engullen el comportamiento de Anton, quien es incapaz de saber si realmente quiere casarse con Edith, o escapar de los comentarios irónicos e hirientes de sus compañeros de cuartel.

La imposibilidad para definir con claridad el sentido de sus pensamientos para con Edith hacen que el personaje de Anton se halle en una lucha constante consigo mismo y con el entorno que le rodea, y provoca una volatilidad profunda a una historia que nunca logra abracar con determinación las sinuosidades del amor autodestructivo, propio de los grandes héroes de la novela romántica.

August ilustra los miedos e incertidumbres de su protagonista con una pátina de frialdad voluntaria y omnipresente, bajo la que todo parece medido al milímetro, sin dejar nada al azar de las impetuosidades habituales, en las que se suelen embarcar los roles de las historias de amor apasionado y aventurero. En cierta medida, Anton es como el músico Stefan Brand, de Carta de una desconocida: un hombre que únicamente sabe lo que ha perdido, cuando le resulta imposible recuperar en este mundo a la mujer que se ha sacrificado en silencio por él. Y así es como lo refleja, fiel a Zweig, el cineasta danés en La impaciencia del corazón.

No obstante, tanta dialéctica de laboratorio psicológico hace que la película se perciba como un ejercicio demasiado rocoso, no dado a exhibir locuras gratuitas, las cuales tienen más que ver con los vaivenes de los corazones absorbentes que con la etiqueta debida en los círculos donde se mueven los miembros pertenecientes a las clases altas, o a las férreas y uniformadas jerarquías militares.

Jesús Martín

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